Hay días que nacen enrevesados, incluso puede que se vuelvan agobiantes y no hay quien los cambie, sin embargo otros que al principio parecen aburridos o insignificantes al final se vuelven especiales. Eso le pasó a Paula aquella noche.
Su
vida, como la de cada uno quien trabaje, iba deprisa, se le escapaba
de las manos. Los hijos casi treintañeros se habían ido de casa, la
mayor vivía en otro país, al pequeño le costó más mudarse, pero
lo estaba consiguiendo.
Su
marido últimamente no paraba nunca por casa, estaba ocupado mañana y
tarde; en realidad estaba jubilado, sin embargo, siendo muy mañoso ayudaba a unos y a otros a reformar la vivienda.
En
aquella época estaba acabando las obras del apartamento del hijo
pequeño. Dinero había poco, tras la entrada que habían debido
pagar para comprar la vivienda y no digamos la hipoteca; por eso las
obras se las iban haciendo poco a poco ellos mismos, con la ayuda de un
albañil y un electricista.
Paula
trabajaba como profesora, pero intentaba recortarse ratos para sus
aficiones, eso le frenaba el tiempo inexorablemente escurridizo.
De
vez en cuando le gustaba quedarse en casa, preparando clases,
escuchando la radio, leyendo o dedicándose a la cocina. Aquel
día volvió del trabajó más tarde de lo que había previsto. En
casa no había nadie. Pensó con añoranza en los días en que su
marido le preparaba la cena y se dijo:
-
¡Qué gusto llegar a casa y oler un guiso apetitoso!
Luego
se imaginó otro escenario, en donde ella vivía sola, como algunas
de sus amigas recién separadas. Seguramente de estar sola no hubiera
puesto la radio, habría encendido el televisor, para sentirse más
acompañada. Ni siquiera hubiera empezado a preparar la cena, ni a
poner la mesa. Habría comido una tontería, quizás un poco de pan tostado, tomate
y queso.
En
lugar de sentarse y recalentar alguna vianda del congelador, empezó a guisar unas verduras y a poner en una vasija un poco de requesón, mantequilla y trufas ralladas.
Puso la radio y la gran sorpresa para Paula fue que
anunciaron que a las ocho en punto darían en directo la
obra lírica, Cenerentola de
Rossini, la misma que ella y su marido irían a ver aquel fin de
semana.
Esa
coincidencia que le brindaba el azar la puso de buen humor, subió el
volumen de la radio y esperó a que empezara el primer acto.
Aquel día, que había nacido insignificante, estaba volviéndose más interesante.
Aquel día, que había nacido insignificante, estaba volviéndose más interesante.
Llegó
su marido cansado, pero satisfecho de lo que había hecho. Le contó a Paula que
estaba montando los muebles de la cocina y que no era nada fácil.
-
¡Qué olorcito más bueno! Me voy a duchar. Dentro de diez minutos
ya voy a estar listo. Tengo un hambre de lobo.
Paula
puso la mesa con un mantel de los buenos y abrió una botella
de vino tinto joven.
Era
un miércoles y la mesa parecía la de un día de fiesta.
-
¿Pongo la tele y apago la radio? Le preguntó él
- No,
esta noche quiero cenar con una ópera lírica, le dijo ella.
Mientras
Paula estaba sirviendo los platos, el locutor acabó de contar la
historia de la obra y empezó la entrada del primer acto con
una música estupenda.
Paula
se estremeció y sintió un gran placer en sus entrañas.
El marido le dijo:
- ¡ Paula, hoy te ha salido muy buena la pasta! ¿Por qué estás tan contenta ? ¿Te ha ocurrido algo de bueno?
- ¡ Paula, hoy te ha salido muy buena la pasta! ¿Por qué estás tan contenta ? ¿Te ha ocurrido algo de bueno?
- Si, he caído en la cuenta de que a pesar de que haga más de cuarenta años que compartimos mesa y cama, aún logramos disfrutar cenando juntos.
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