lunedì 1 ottobre 2018

Ciencias o letras




¿Por qué decidí estudiar una carrera de ciencias? Me lo llevo preguntando año tras año, sobre todo a finales del curso, en la época en que mis alumnos de bachillerato escogen la facultad donde van a matricularse.
Mi maestra de ciencias naturales era Enriqueta, una monja joven, quien era inexperta en la enseñanza y sabía poco de la asignatura. En lugar de explicar nos hacía leer el libro de texto y subrayar lo más importante, es decir casi todo, dejaba de lado alguna que otra conjunción o adverbio. Sus clases eran aburridas, sin embargo la parte de las plantas fue la que me quedó más grabada, pues a ella le encantaba hablar de flores, pistilos y estambres. Su cara redonda se iluminaba cuando nos traía flores del jardín.
Montserrat Pastor, era mi profesora de física y química, mujer enjuta y poco habladora, no porque fuera tímida, más bien porque era un poco sosa. Le faltaba color en todo su ser, en la piel, en los cabellos y en su vestimenta, era como si le hubieran hecho un lavado total en la tintorería y se hubiera descolorido. Su media melena lacia le daba un aire serio. Sólo sonreía cuando hablaba de los elementos químicos. Llevaba mocasines de ante marrones, falda azul marino, blusa clara, de color indefinido, amarillento o rosado y una chaqueta de lana beige. Solía llevar todo el año ropa parecida, con las mismas tonalidades y la misma forma. En invierno se abrigaba con tabardo  grueso y una bufanda de lana gris, pues, a pesar de las estufas de leña que había en los pasillos, hacía un frío que pelaba. Casi todas las niñas teníamos sabañones en las manos.
A Montserrat Pastor se le notaba que le gustaba la química, quizás un poco menos la física. Nos inculcó la clasificación de los elementos químicos, cosa que yo estudiaba con afición. Cuando nos explicaba las propiedades de cada elemento, a mí me parecía que  protones, electrones, neutrones se pelearan para buscarse un rincón dentro de cada átomo.
Me acuerdo del día que en que nos explicó la tabla periódica:
- El magnesio es un metal, por eso se desprende de sus dos electrones más externos; pertenece al segundo grupo y es esencial para la vida, por lo tanto imprescindible en la alimentación.
Y siguió diciendo con entusiasmo:
- Este elemento es muy pillo, por un lado da muchos beneficios para la salud, aunque tomado en exceso, en tabletas o preparados, también puede presentar ciertas complicaciones, pero no se conocen contraindicaciones en relación al magnesio, siempre que se tome de manera natural. ¿Entendido, chicas? Nos lo decía con un acento catalán muy marcado.
- ¿En que alimentos lo podemos encontrar? Nos preguntaba y ella misma se contestaba.
- Pues, en alimentos ricos en clorofila: hortalizas, frutos secos (nueces y almendras), leguminosas (productos con soja), cereales (arroz integral, mijo). Verduras de hojas verdes como las espinacas, etc.
Diría que Montserrat fue una de las primeras veganas que conocí. Pensándolo bien ella se parecía un poco al magnesio:
El magnesio es blanco plateado y muy ligero, ella era delgada y de tez clara, el elemento tiene dos electrones externos y ella tenía dos hijitos gemelos, el elemento reacciona lentamente con agua fría y violentamente con agua caliente, ella al principio de las clases era  flemática, pero cuando se calentaba y se entusiasmaba era muy  activa.
A mí me gustaban sus clases y cuando la explicación languidecía yo me entretenía con mis pensamientos disparatados. Aún recuerdo de memoria los elementos químicos de los grupos principales. En cambio sus clases no tenían mucho éxito entre a mis compañeras, ellas se aburrían y cuando ella explicaba en la pizarra o hacían dibujos o cuchicheaban sin cesar.
Montserrat entraba en clase, se sentaba unos minutos, pasaba lista y nos miraba, casi ausente, se sacaba la chaqueta y nos decía:
- Abrid en cuaderno, prepararos pues hoy vais a aprender muchas cosas, todo eso mientras rellenaba poco a poco la pizarra de fórmulas.
Para la mayor parte de las niñas, los problemas de química eran un misterio, en cambio a mí me salían y disfrutaba haciéndolos. A veces nos daba clases en una especie de laboratorio, que casi nadie usaba, había un mostrador central cubierto de azulejos, un fregadero lateral y en las paredes armarios con utensilios. Ella se ponía una bata blanca y nos hacía algún que otro experimento.
Los profesores de matemáticas, iban cambiando cada año y con ellos su método. Al principio cuando no me salían los problemas, mi padre me daba una mano, pero luego tuve que espabilarme sola. Por suerte cuando lograba hacer un ejercicio después iba con paciencia resolviéndolos todos y eso me divertía. Nadie nos enseñaban a pensar, sino a hacerlos de forma mecánica. Por eso, el primer año en la facultad, me costó aprobar la asignatura. Tuve que ir a clases particulares, me las daba un estudiante de Exactas, un chico melenudo y bastante hippy, en el café Zurich de Barcelona, un día no se presentó y fue entonces que conocí al chico italiano que me enamoró, pero esa es otra historia.
A las maestras de Lengua que daban clases en mi colegio se les notaba que no les gustaba mucho la lengua castellana. Primero eran señoritas, que cada año cambiaban, en cambio los últimos años de bachillerato tuve a la profesora María Pastor. Para distinguirla de la de química la llamábamos Maripastora. Era una mujer treintañera, de pelo mechado y bien peinado, parecía recién salida de peluquería. Hablaba un castellano más fluido que las señoritas. Se pintaba y maquillaba con esmero y sus abrigos eran suaves y de calidad. Era bajita, pero sus zapatos de tacón alto le daban un toque de soberbia. No es que fuera altiva, pero denotaba seguridad, se hacía respetar por todos. Nos daba de usted a los alumnos y distanciándose de nosotros, se sentaba en su mesa de profesor, donde ponía su bolso elegante y en la silla colgaba el pañuelo de seda, que cada día era distinto. Con ella leímos muchos trozos de Cervantes, sobre todo del primer tomo de Don Quijote de la Mancha. Me encantaban las hazañas del caballero y de su escudero, pero me aburría un poco hacer siempre análisis gramatical y sobre todo sintáctico de las largas frases de la novela. Se aprendían muchas palabras nuevas, pero no las usábamos, quizás por eso no las memorizaba y las olvidaba rápidamente. Tampoco recuerdo las poesías que nos leía, no conseguía concentrarme mientras ella declamaba:
- Hoy leeremos el poema de Ruben Darío, Margarita, decía con una voz tan melosa que denotaba que era su poesía preferida.
Cuando nació su primera hija la llamó Margarita. Maripastora nunca se ponía de pie, pero el último año algo cambió en ella, pues estaba como más nerviosa y se levantaba a menudo de su trono. La tuve durante cuatro años, sin embargo faltó algunos meses, durante sus dos embarazos, la suplieron dos monjitas jóvenes que no tenían ni idea de literatura. Cuando nació su segundo hijo, se le notaba más desganada, ya no nos leía poesías con entusiasmo y a menudo nos hablaba del niño:
- Óscar es un nombre corto y sonoro ¿No os parece chicas? Nos dijo el día en que volvió, después de unos meses de permiso.
Siguió arreglándose pero con menos esmero, como si estuviera cada día más cansada. Vine a saber que, el año siguiente de mi traslado al Instituto, dejó la escuela de monjas y se convirtió en una auténtica ama de casa.
Las clases de francés eran amenas, porque teníamos una profesora joven y moderna, quien había estudiado en París. Nos daba consejos y fue la primera que nos habló de absorbentes internos. Gracias a ella nuestras reglas fueron más llevaderas. Fumaba mucho en el patio, encendía un pitillo detrás de otro, en la zona de los lavaderos, cuando no la veían las monjas. Se fue de casa muy joven, pero lo malo es que volvió y la gente del pueblo chismeaba, decían que estaba juntada con un hombre poco recomendable. Era hija de una familia distinguida, su padre era un comerciante de tejidos, por eso las monjas le hicieron el favor de emplearla algunas  horas por semana.
El último año, el que hice en el Instituto público, tuve una profesora de francés bajita, de tez morena y de pelo rubio; parecía insignificante, pero cuando hablaba sacaba mucho nervio, gracias a ella conocí a algunos autores franceses, recuerdo que nos hizo leer “Le petit Prince” de Saint Exupery, cosa que se lo agradezco mucho a Madame Orozco. En el Instituto tuve una profesora de Lengua española muy buena,  lástima que la tuvimos sólo un trimestre pues cogió una larga baja por un embarazo difícil. El suplente era un joven barbudo, quien debía hacernos lingüística, pero al no tener experiencia, explicaba cosas raras que nadie entendía. Todo el mundo le tomaba el pelo, a mí me daba un poco de pena. Aquel año aprendí poco en  las clases de lengua española y mucho en las de química, que daba un profesor ya mayor, pero que explicaba muy bien.
Me diréis, ya lo tenemos:
- Te matriculaste en una facultad de ciencias y no de letras a causa de los profesores que tuviste. 
Quizás tengáis razón, pero creo eso fue sólo uno de los motivos, quizás haya otros: 
En mi pueblo a principios de los años sesenta abrieron una fabrica de productos químicos que daba trabajo a media población. Probablemente eso también haya influenciado eso en mi decisión, pues la mayor parte de los habitantes veneraban la química sin darse cuenta de lo peligrosa que era y de la cantidad de aguas contaminada que producía y que a través  tubos de cemento  llegaban al mar. 

Mi manera de ser. Ahora intentaré hacer una lista de las cosas que prefiero y de las que aborrezco, para que entendamos juntos el por qué de aquella decisión:
Me gusta llegar antes a las citas, no me molesta esperar a los demás, al contrario es cómo si al verles llegar controle mejor la situación.
Siempre me ha encantado estudiar y hacer tareas escolares, a pesar de que algunas veces entendía poca cosa de los apuntes tomados.
Me pone mala tener cosas pendientes, en los años del colegio anticipaba los deberes por la tarde al volver del colegio o a veces levantándome a las seis de la mañana para estudiar, pues al amanecer me entraba todo mejor en la cabeza.
Siempre me ha gustado hacer listas y clasificar las cosas. Soy esquemática, pero poco minuciosa.
Me encanta leer novelas, empecé de adolescente, a pesar de que en casa no hubieran libros, por suerte me los prestaba una amiga, en cada libro aprendía algo más de los seres humanos.
Disfrutaba ayudando a mis compañeras, haciendo ejercicios de química, física o matemáticas, en cambio me daba vergüenza leer en voz alta mis redacciones o trozos del texto de literatura. Recuerdo el día que una monja me dio un libro y me dijo que tenía que leer en la iglesia, todo el colegio estaba reunido porque era el día de la Santa patrona. En la capilla leían en voz alta siempre las mismas niñas, las que tenían una buena dicción y por supuesto las más arrojadas. Quizás aquel día alguien falló, al estar enfermo, y me escogieron a mí. Estuve temblando durante toda la función y cuando tuve que leer no me salía la voz, por suerte una de las monjitas más jóvenes, me arrancó el libro de las manos y lo leyó ella. Lo pasé tan mal, que tardé muchos años en superar el miedo de leer en voz alta en frente del público.
Me encanta estar con la gente, me interesan sus vidas y deseo que todo les vaya bien, por eso si está es mis manos intento ayudar a quien noto que lo necesita. No soy una gran cocinera, pero suelo deleitarme con ollas y cazuelas, para luego sentarme en la mesa con los invitados y hablar con ellos durante la larga sobremesa.
Si, que me gusta la naturaleza, pero cuando vamos a pasear por el monte, disfruto más hablando con mis compañeros de caminatas que observando la vegetación y los animales.
Para mí el secreto de la vida es el respeto hacia los que estén a mi alrededor y por supuesto del ambiente y de las cosas. Siempre que puedo intento hacer a los demás lo que me gustaría que me hicieran a mí.
Quizás hayáis entendido el porqué escogí estudios científicos y no el camino de las letras. O quizás, mirándolo bien, no sea tan importante ese dilema.













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