Estaba
cansada pero aún tenía un poco de energía, era quizás la última
que me quedaba antes de terminar aquella primavera tan rara. Intenté despegarme del
trabajo, al que dedicaba demasiado tiempo.
Me
apetecía matricularme a uno de los cursos que habían salido, a
pesar de que sabía que estaría liada toda la semana. Al final me
apunté a dos cursillos, uno sobre la comunicación entre profesores
y alumnos, lo hacían los martes por la tarde y al otro, que era un
taller de escritura autobiográfica, iría los viernes. En el primero
sabía que participarían algunos profesores de mi Instituto, sin
embargo a muchos de ellos apenas los conocía; en el segundo en
cambio no tenía ni idea de quien iba a encontrar, lo empecé porque
me lo aconsejó una amiga, quien luego no se apuntó. En ambos
encuentros los participantes hicimos un corro con las sillas y luego
nos presentamos.
-
Me gusta estar entre desconocidos, me dije entonces.
En
aquel mes de marzo mi rutina se iba llenando de historias ajenas. A
pesar de que algunas noches estaba agotada me gustaba aquella
algarabía de personas nuevas.
Una
mañana, sentada en la sala profesores, mientras estaba haciendo mil cosas, una
compañera me preguntó:
-
¿Irías tú al hospital a dar clases de tu asignatura a una chica de
segundo, a quien han tenido que ingresar por problemas de anorexia?
Nadie quiere o puede ir.
-
Yo ahora mismo estoy saturada de trabajo y a veces agobiada, lo que me convedría sería un poco de ocio.
¿Pero de verdad no va a ir nadie?
-
Eres nuestra última esperanza, de otra manera la chica pueda que
suspenda, pero si le damos algunas clases y le hacemos exámenes
parciales, pueda que logre aprobar.
-
Bueno, si son pocas clases voy a ir yo, le dije.
El
hospital estaba bastante lejos de mi casa, pero el hecho de ayudar y
ver sonreír a aquella chica delgaducha hizo que no me fuera pesado
el viaje en autobús. Sea a la ida que a la vuelta lograba sentarme y
abrir un libro, también eso contribuyó a que aquellas excursiones
a la parte alta de la ciudad fueran más llevaderas. Nos fuimos
turnando los lunes por la tarde con la profesora de matemáticas. A
medida que pasaban las semanas afortunadamente la chica se iba
recuperando, todos le notábamos un colorido más sano.
A
finales de Abril terminé mis dos cursillos:
- Menos mal que empiezo a saborear mi tiempo libre, iba diciéndome a mi
misma una mañana al salir de la escuela.
La
voz de Antonio, el bedel de la planta baja, me sacó de mi
ensimismamiento:
-
Profesora, tiene que ir a la secretaría a firmar algo.
-
Gracias Antonio, voy en seguida
Mientras
subía de nuevo al primer piso no podía imaginar que me estaba
cayendo otra cosa que me alejaba de mi anhelado ocio.
-
La directora la ha seleccionado, junto a otros profesores, para que
siga un curso sobre la seguridad de las escuelas: primeros auxilios y
anti-incendio. Empezará la semana que viene y las clases serán de
tarde.
-
Madre mía, no sé si lograré salir viva con todos esos cursos, me
dije.
Fueron
tres semanas atiborradas, llegaba a casa rendida, a pesar de que los
temas de los cursillos fueran interesantes.
La
última tanda de clases de socorrismo nos las dio una profesora
joven, la doctora Maccani. Durante una de las pausas, mientras
tomábamos un café, me puse a hablar con ella.
-
¿Por casualidad tiene usted un hermano o un primo que se llame Ettore? Se lo
pregunto porque siendo Maccani un apellido bastante raro y teniendo
mi hija un amigo que se apellida como usted, he pensado que podrían
ser parientes.
-
Sí, tengo un sobrino que se llama Ettore Maccani, pero no puede ser
el amigo de su hija, pues hace cinco días que nació, junto a su
hermano gemelo, me contestó.
Nos
pusimos a reír las dos mientras por las escaleras monumentales
bajaba un señor alto, delgado y muy distinguido. Lo reconocí en
seguida, no había cambiado mucho, seguía llevando una barba bien cuidada. Era Carlo Terni, el director de la
pequeña escuela primaria donde iban mi hija y su
compañero Ettore, veinte años atrás. El director se acercó
ya que él también me reconoció. Tras presentarlo a la doctora, le
conté lo que estábamos diciendo.
-
¿Se acuerda del alumno Ettore Maccani?
-
Sí, claro que me acuerdo de él, era un chico listo y muy gracioso.
Hacía parte del grupo de teatro de la escuela y lo hacía muy bien.
-
Iba por buen camino, pues, después de haber estudiado en la Academia
de arte dramático, se ha dedicado al teatro, le dije yo.
-
Tengo ganas de conocer al homónimo de mi sobrino, a ver coincidimos y me lo
presenta, me dijo la doctora.
Antes
de despedirnos, el director nos contó que se había jubilado, pero
que seguía ocupándose de enseñanaza y que por cierto aquel día
estaba participando a una charla sobre la didáctica innovadora.
Luego, volviendo en bicicleta, seguí pensando en el director,
la doctora y Ettore. Al llegar a casa le conté a mi marido la
historia de los homónimos y a él le hizo gracia y me dijo:
-
Menos mal que te diviertes en los cursos y logras sacarles el lado
positivo.
Aquella
primavera tan rara terminó y dejó una secuela de vivencias y
coincidencias: la chica de segundo aprobó y salió del hospital; el último día los compañeros del cursillo, que tocaba el tema de la comunicación, hicimos una merienda juntos y nos lo pasamos la mar de bien; recibí una linda
mail de una compañera del curso de escritura y coincidí con la doctora Maccani en un teatro, donde ponían una obra en la que actuaba Ettore.
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