La barriga de la mujer está revuelta, por eso se levanta temprano de la cama y se sienta en el sofá del salón. Todavía está el mantel en la mesa, con dos tarros vacíos de cristal que contenían cera roja. Piensa en que va a ir a comprar otros, pues le encanta que la mesa se alumbre con velas cuando hay invitados. Coge de la estantería un libro al azar; mientras lee la primera página nota que sus tripas no paran de ronronear. Se siente mareada y con ligero dolor de cabeza. Lee una frase y le queda grabado el adjetivo. Lo repite varias veces. Y pone un marcador en el libro.
Siente
una punzada en la parte baja del abdomen, va corriendo al
cuarto de baño y se queda sentada largo rato en el váter
leyendo el primer capítulo del libro.
Le
sigue gustando quedarse quieta sentada en el retrete, mientras el
aire tibio de la mañana entra por la ventana. De niña se
quedaba, después de cenar, un sinfín de veces en el inodoro escuchando el silencio de
la noche, intercalado por el barullo que hacían su madre y
hermana, mientras una lavaba y la otra secaba los platos; a menudo se
peleaban, luego gritaban y se alborotaban.
El
marido en la cocina prepara el desayuno y cuando la mujer sale del
cuarto de baño se acerca al pasillo y le dice:
-
¡Buenos días! ¿Has dormido bien?
-
Me siento rara, seguro que es la resaca de la cena de anoche.
-
Pero si no comiste casi nada y no digamos que bebiste mucho, replicó
él.
-
Tienes razón, pero empecé con una copa de vino con burbujas y acabé
con una añejo de Cerdeña. No debería de haberlos mezclado. Dijo
esto como riñiéndose a sí misma.
Esa
mañana el vino le parece un veneno y no le apetece comer nada. Está
como en otro mundo, donde todo transcurre más lento. Siente como si
pudiera darse cuenta de todas las reacciones químicas que tienen
lugar en sus células y quisiera ayudar a que todo marchara bien e
eliminar las substancias dañinas. Decide que ese día va a ser
distinto, quiere escuchar atentamente todas las partes de su
cuerpo, dedicarles cariño. Luego mimarse todo lo que pueda, haciendo
cosas distintas a las habituales:
Primera
cosa, salir a pasear, después de un desayuno lento a base de té
verde.
Segundo,
comer poco y sano, casi menú de hospital.
Tercero,
beber todo el día mucha agua e infusiones tibias.
Cuarto,
gozar de la casa escuchando música, leyendo y hablando con su marido.
Quinto, ir al cine por la noche.
En
realidad tiene un día relajado, se recrea un buen rato con su marido en el sofá
de casa, no salen porque por la tarde se pone a llover.
Por
la noche su dolor de cabeza ha desaparecido
y sus tripas parecen menos revueltas. A las ocho quedan con unos amigos en
la taquilla de un cine.
Después
de la película, los amigos invitan a la pareja a tomar una copa y
unas tapas en su casa.
La
mujer está a gusto hablando con
ellos. Al no beber ni comer nada puede mirar la escena como desde fuera: observa los tacos de queso que van despareciendo de la mesa; las rebanadas de pan con tomate, que
una mano tras otra saca de la bandeja; los vasos de vino que poco a
poso se van llenando y en seguida vaciando; las galletas con almendras que huyen del plato
para dejarse mojar en una copa de vino dulce y luego se acercan a
las bocas de los invitados. Por fin escucha el ruido de las
cucharitas en las tazas de café, que no paran de menearse.
Absorta
en todo aquel baile de manjares y bebidas ella piensa de nuevo en su
adjetivo.
A
medianoche se marchan y mientras camina
lentamente por la calle se da cuenta de que se siente en forma. Coge a bracete a su
marido y le susurra el adjetivo que le gusta tanto, no sabe bien
el porqué, siendo una palabra tan común:
- Espabilado
-
¿Sabes de dónde viene?
- Ahora no caigo, le contesta él.
- Pues de espabilar, que quiere decir quitar la parte ya quemada de la mecha a velas y candiles. Se lo cuenta al marido, mientras lo besa en los labios con ardor.
- Ahora no caigo, le contesta él.
- Pues de espabilar, que quiere decir quitar la parte ya quemada de la mecha a velas y candiles. Se lo cuenta al marido, mientras lo besa en los labios con ardor.
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