Me pregunto a menudo, por qué en aquel entonces tuve tantas ganas de implantar la fiesta del libro en Firenze. Quizás
el hecho de que en aquella época tuviera mucho tiempo libre, porque
me había roto un brazo y consecuentemente no pudiera ir a trabajar,
jugó a mi favor.
Enyesada
desde la axila hasta la mano izquierda fui a todas las librerías y
bibliotecas de la ciudad para promocionar la fiesta. Con la mano
derecha escribí cartas a los periódicos y a todos los amigos.
Llegó
el 23 de abril. Había podido organizar solamente con un grupo de
mujeres una fiesta en una pequeña librería,
la Librería delle donne,
que tuvo mucho éxito, sin embargo allí me di cuenta que a pesar de
mi tozudez no habría sido fácil instituir en Toscana la fiesta de
San Jordi.
Pasaron
algunos meses y me olvidé de la fiesta del libro. Hasta que me llamó
mi amiga Anna para decirme que había muerto una compañera
de trabajo suya, a quien yo había conocido algunos años atrás en
el gimnasio donde íbamos los martes y los jueves.
Me
dijo que siguiendo sus disposiciones no habría funeral
en la iglesia y que la empresa funeraria se encargaría de trasladar
directamente su cuerpo al crematorio. Sin embargo podíamos ir a
despedirnos de ella al tanatorio de la ciudad.
Era
un día muy caluroso de primeros de julio y Anna, mujer deportiva
y práctica, que daba clases de gimnasia en una escuela pública, me
invitó a ir con ella en su vespa roja, para que no tuviera problemas de aparcamiento.
Me
trajo el casco de una de sus hijas y recorrimos la parte alta de la
ciudad en vespa,
mientras nos acariciaba el aire suave de la mañana.
A
pesar de tener una gran pena en el alma por la muerte prematura de
aquella mujer sentía a la vez un ligero bienestar sentada detrás de mi
amiga, quizás porque recordaba la película “Caro diario” de
Nanni Moretti,
en la que el protagonista durante el mes de agosto daba vueltas con
su vespa por
una Roma casi desierta.
El
tanatorio estaba en las afueras de la ciudad y no lográbamos
hallarlo, finalmente dimos con él y al entrar recorrimos un poco
atemorizadas varias salas, hasta que en el último pasillo
encontramos el féretro de la difunta.
Alrededor
del ataúd había flores y muchas personas, casi todos profesores de secundaria.
El
marido y las hijas aún no habían llegado. Mientras esperábamos a
los familiares conocí personalmente a Pietro, el hijo de una de las
mejores amiga de Anna.
Pietro algunos años atrás había pasado una larga temporada en Cataluña
para preparar su tesis doctoral en el campo político-económico.
Habíamos hablado una sola vez por teléfono a raíz de la
investigación que estaba haciendo sobre la historia de un partido
político catalán: Esquerra Republicana de Catalunya. Ya que
mi prima Teresa era una líder importante del partido en mi pueblo,
lo puse en contacto con ella. Al acabar los estudios estaba muy
preocupado, me dijo, pues no encontraba empleo, sin embrago hacía
cosa de un año que su suerte había cambiado. Se había presentado
a las elecciones municipales sin lograr ser elegido, pero más tarde
por una serie de coincidencias positivas pudo entrar como Concejal
del Ayuntamiento de Firenze.
Entonces volví a pensar en la fiesta de San Jordi y le conté a Pietro
mi proyecto. Juntos decidimos que íbamos a intentar organizar
el acontecimiento para el año sucesivo. Nos despedimos y él se
marchó con su viejo ciclomotor.
Se
me acercó la amiga de Anna y me contó muchos pormenores de los
últimos días de la difunta:
- ha luchado tenazmente contra un cáncer muy agresivo durante más de cinco años, a veces parecìa que lo había derrotado, sin embargo nunca había logrado expulsarlo definitivamente de su cuerpo. Hasta el final no ha querido aceptar la derrota, immagínate ya había planeado minuciosamente sus vacaciones de verano en la isla de Cerdeña y también un viaje por América del Sur en septiembre con su marido, que acababa de jubilarse. Ella había dejado su puesto de trabajo el año anterior, pero aún seguía colaborando con el grupo teatral de la escuela.
- ha luchado tenazmente contra un cáncer muy agresivo durante más de cinco años, a veces parecìa que lo había derrotado, sin embargo nunca había logrado expulsarlo definitivamente de su cuerpo. Hasta el final no ha querido aceptar la derrota, immagínate ya había planeado minuciosamente sus vacaciones de verano en la isla de Cerdeña y también un viaje por América del Sur en septiembre con su marido, que acababa de jubilarse. Ella había dejado su puesto de trabajo el año anterior, pero aún seguía colaborando con el grupo teatral de la escuela.
- Había sido una mujer muy valiente y era injusto que su
cuerpo frio yaciera en aquel tanatorio, pensé.
Llegaron
los familiares y cogiéndonos por la mano nos pusimos en corro
alrededor de su cuerpo pálido. Nos despedimos de ella susurrando
nuestro agradecimiento por toda la alegría que nos había
regalado.
Las
horas pasaban y todos charlábamos bajito, a pesar de aquellos
momentos tan tristes. Era como si quisiéramos apreciar las cosas
buenas de la vida comunicando con los demás.
Poco
a poco la gente iba dejando el tanatorio. Solo se quedaron los más
íntimos.
Anna
empezó una larga conversación con el marido de la difunta y luego,
conociendo a todo el mundo allí reunido, siguió hablando con cada uno de ellos.
Yo
estaba cansada de tanta charla y me senté en otro pasillo.
Necesitaba apaciguarme y dejar de oír voces.
Mi
curiosidad me llevó a una cámara mortuaria desierta. Había un caja con un
cadáver que me pareció un poco raro, porque estaba completamente
solo.
-
Había sido seguramente un hombre guapo pensé, pues a pesar de
palidez y de sus ochenta años aún era bien parecido.
Vi
en una mesa un cartelito con su nombre: Mario Toselli
- Mario, espero que no estés triste porque nadie ha venido a verte,
yo te haré un poco de compañía, le dije.
Mientras me preguntaba por què no había nadie que velaba a aquel viejecito, llegó Anna
diciéndome :
-
dónde te habías metido? hace rato que te estoy buscando, tenemos
que irnos pues es muy tarde. Dijo ella.
Volvimos
a casa silenciosas bajo la pesadumbre de un aire bochornoso y de una
intensa tristeza.
En
otoño escribí un correo a Pietro para empezar a trabajar en el
proyecto de la fiesta de San Jordi, y él me dijo que se lo
comentaría al Assessore
y que ya hablaríamos más adelante.
La
fiesta del libro, volvió a mis pensamientos durante el viaje a Rouen,
quizás porque mi cabeza estaba despejada de los asuntos del trabajo
y familiares.
Echada
en la cama de una pequeña habitación del hotel “Des
Carmes”,
mientras nevaba y no podía salir, pensé en que faltaban casi dos meses
para el 23 de abril y que quizás Pietro no me había llamado a causa del
espinoso periodo electoral que había tenido su partido político. Le
escribí un correo diciéndole que teníamos poco tiempo para
organizar la fiesta de San Jordi.
Por
una serie de imprevistos no pudimos vernos con el assessore
hasta al cabo de dos semanas.
Les
gustó mi propuesta y me dijeron que sería estupendo poner paradas
de libros por las calles. Decidimos ir a hablar con los gerentes de
las librerías y con los vendedores ambulantes. Pietro y yo pasamos algunas tardes visitando libreros.
Como
había sucedido el año anterior me di cuenta de que sería difícil
implantar una nueva tradición librera en Firenze en una época
de crisis económica como aquélla. A todo el mundo le gustaba la
idea, sin embargo ponían muchas pegas: qué si no tenían
tenderetes y debían alquilarlos, qué si el tiempo era muy justo
faltando sólo pocas semanas, qué si eran pocos los libreros, etc.
Al
atardecer fui a la última librería del barrio de Santa
Croce. Abrí la puerta y un grupo de
personas, más tarde supe que eran españoles, me miraba con
curiosidad. Luego también comprendí que esperaban con ansiedad a
que entraran más lectores pues había la presentación del libro de
un escritor bastante famoso de Madrid. Llovía, hacía viento y casi nadie había acudido a
la cita.
Expliqué
a todo el mundo el motivo de mi visita y entonces los españoles
empezaron a sonreír y me dijeron:
- Qué gracia que una catalana en Toscana quiera patrocinar la fiesta
del libro.
Fue
muy agradable hablar con el gestor de la librería, con el escritor
madrileño y con sus acompañantes. Mientras charlábamos de libros
pensé que quizás nunca podría implantar en Firenze
el día del libro, pero que en esos
días gracias a la fiesta de S. Jordi, había visto de cerca y
conocido a muchos libreros ambulantes y a tantas personas intersantes, había encontrado en una
parada una buena edición de la novela de Tolstoj, Anna
Karenina,
que tanto me gustó leer en mi juventud y
sobre todo sentía un gran bienestar porque nuevas y viejas historias se
habían entrecruzado.
El dia de San Jordi es el 23 de abril, día
en que en toda España los libreros ponen tenderetes
por las calles para ofrecer sus libros a la gente que pasea y en
Cataluña, siendo el día del Santo patrón, San Jordi, además del
libro ofrecen una rosa roja a las mujeres siguiendo una tradición
muy antigua que decía que cuando San Jordi mató al dragón, la
sangre que salia de la herida mortal del animal se había
trasformado en rosas.
Mi
chiedevo spesso quale era il motivo per il quale un giorno avevo
pensato che sarei riuscita a diffondere la festa del libro a Firenze.
Forse
il fatto che in quel periodo avevo molto tempo libero, perché non
potevo andare al lavoro a causa del mio braccio rotto, ha giocato a
mio favore.
Con
un gesso che partiva dalla ascella fino alla mano sinistra, sono
andata in tutte le librerie e biblioteche cittadine per promuovere
l'evento e con la mano destra ho scritto lettere ai giornali e a
tutti gli amici.
E'
arrivato il 23 aprile e avevo potuto solamente organizzare con un
gruppo di amiche una festa nella piccola libreria delle donne, la
quale ha avuto un gran successo, ma è stato là che ho pensato che
nonostante la mia caparbietà non sarebbe stato facile instaurare la
festa di S. Giorgio a Firenze.
Sono
trascorsi alcuni mesi e mi è passato di mente la festa del libro,
fino a quando non sono stata chiamata da Anna, una amica, per
farmi sapere che era morta una sua collega che io avevo
conosciuta qualche anno prima nella palestra dove andavamo insieme
ogni martedì e giovedì.
Mi
disse che non ci sarebbe stata nessuna cerimonia religiosa, dato che
il corpo sarebbe stato trasportato direttamente al crematorio, ma che
potevamo dargli l'ultimo saluto nelle Cappelle del Commiato.
Era
una giornata molto calda di inizio di luglio. Anna, donna molto
sportiva e pratica, insegnante di educazione fisica, mi ha detto che mi avrebbe dato un passaggio con la sua
vespa, in quel modo non avrei avuto problemi di parcheggio.
Mi
ha portato il casco di una delle sue figlie e ci siamo dirette verso
la parte alta della città, mentre l'aria tiepida della mattina ci
accarezzava.
Nonostante
la grande tristezza che provavo per la scomparsa prematura della nostra comune amica
ho sentito un leggero benessere seduta dietro la motocicletta di Anna, forse perché quella situazione mi ricordava il film “caro
diario” di Nanni Moretti nel quale il protagonista, durante il mese
d'agosto, vagava con la sua vespa per una Roma quasi deserta.
Le
Cappelle del Commiato erano nella periferia della città e non
riuscivamo a trovarle. Finalmente dopo aver girato molto siamo
arrivate.
Entrando
abbiamo percorso diverse sale, fino a che nell'ultimo corridoi
abbiamo trovato il feretro che cercavamo.
Intorno
c'erano molti fiori e diverse persone, quasi tutti insegnanti. Il
marito e le figlie non erano ancora arrivate, mentre aspettavamo loro
ho conosciuto direttamente Pietro, il figlio di una delle migliori
amiche di Anna.
Pietro,
alcuni anni prima era stato per un lungo periodo in Catalogna, per
preparare la sua tesi dottorale in ambito politico-economico. Avevamo
parlato una sola volta al telefono, quando effettuava una ricerca
sulla storia del partito catalano “ Esquerra Republicana de
Catalunya”. Dato
che mia cugina Teresa era allora un membro di spicco di quel partito
nel mio paese, li ho messi in contatto.
Pietro, una
volta finiti gli studi,aveva attraversato un periodo difficile perché
non trovava lavoro, invece dopo un po' di tempo la sua fortuna era
cambiata. Si era presentato alle elezioni comunali, ma non era
rientrato tra gli eletti, ma dopo, per una serie di coincidenze
positive, era stato scelto come membro del Consiglio del comune di
Firenze.
Allora
mi
è venuta in mente di nuovo la festa di San Jordi e ho esposto a Pietro
il mio progetto. Insieme abbiamo deciso che avremo cercato di
organizzare l'evento per l'anno seguente.
Ci
siamo salutati e lui se ne andato col suo vecchio motorino.
Dopo
poco la amica di Anna e mi ha raccontato per
filo e per segno gli ultimi giorni della nostra amica comune:
- ha lottato con tutte le sue forze contro un tumore molto aggressivo per più di cinque anni, a volte sembrava che fosse quasi guarita, ma non era mai riuscita a divellerlo completamente dal suo corpo. Fino alla fine non aveva voluto accettare la sua sconfitta e quindi aveva organizzato nei minimi particolari le vacanze estive in Sardegna, dove avevano una piccola casa e un lungo viaggio per il Sud America, da fare a metà settembre con suo marito, che doveva andare in pensione a giorni. Lei aveva lasciato il suo posto d'insegnante un anno prima, ma continuava a far parte del gruppo teatrale della scuola.
- ha lottato con tutte le sue forze contro un tumore molto aggressivo per più di cinque anni, a volte sembrava che fosse quasi guarita, ma non era mai riuscita a divellerlo completamente dal suo corpo. Fino alla fine non aveva voluto accettare la sua sconfitta e quindi aveva organizzato nei minimi particolari le vacanze estive in Sardegna, dove avevano una piccola casa e un lungo viaggio per il Sud America, da fare a metà settembre con suo marito, che doveva andare in pensione a giorni. Lei aveva lasciato il suo posto d'insegnante un anno prima, ma continuava a far parte del gruppo teatrale della scuola.
- Era stata una donna molto coraggiosa ed era ingiusto che il suo
freddo corpo giacesse in quella camera mortuaria, pensai io.
Arrivarono
il marito e le figlie e ci siamo messi tutti in cerchio intorno a
quel pallido corpo. Le abbiamo dato, tenendoci per mano, l'ultimo
saluto ringraziandola per tutta l'allegria che ci aveva regalato.
Il
tempo passava e tutti parlavamo a voce bassa. Nonostante che quei
momenti fossero così tristi, era come se ognuno di noi volesse
sentirsi vivo comunicando con gli altri.
Lentamente
le persone sono andate via. Sono rimaste solo quelle più vicine alla
famiglia.
Anna
ha cominciato una lunga conversazione col marito della defunta e poi,
conoscendo tutti lì riuniti, ha continuato
a lungo a parlare con loro.
Io
ero un po' stanca e mi sono allontanata e seduta in
un altro corridoio. Avevo bisogno di trovare pace e silenzio.
La
mia curiosità mi ha portato verso la camera mortuaria di fronte a
me. Mi ha molto colpito che che non ci fossero né fiori né persone
intorno alla bara di quel morto abbandonato.
-
Era stato sicuramente un bel uomo, perché nonostante l'età,
il pallore e la magrezza ancora aveva una bella figura, pensai.
Ho
visto su un tavolo un cartellino col suo nome e i dati anagrafici:
Mario Toselli, nato a Firenze nel 1929.
- Mario, spero che tu non sia troppo triste perché nessuno è
venuto a trovarti, ti farò io un po' di compagnia, gli ho detto.
Mentre
mi chiedevo perché quel vecchietto non aveva nessuno accanto è
arrivata Anna.
-
Dove eri finita? E' da tanto che ti sto cercando, dobbiamo andare. E'
molto tardi, mi ha detto.
Siamo
ritornate a casa silenziose sotto una pesante e appiccicosa aria
calda e una intensa tristezza.
In
autunno ho scritto a Pietro per ricordargli che si potrebbe
cominciare a elaborare il progetto della festa di S. Jordi, lui mi ha
risposto che ne avrebbe parlato con l’Assessore alla cultura e che
ci saremo sentiti più avanti.
La
festa del libro è tornata ai miei pensieri durante il viaggio a
Rouen, forse perché la mia testa era sgombra da impegni lavorativi e
famigliari.
Seduta
sul letto, con un libro in mano, nella piccola stanza dell'albergo
“Des Carmes”, mentre nevicava tanto ed era quasi impossibile
uscire, ho pensato che mancavano appena due mesi per il 23 aprile.
Forse Pietro non si era fatto vivo a a causa del periodo difficile
che stava passando il suo partito politico. Gli ho detto, attraverso
una mail, che se volevamo organizzare la festa del libro avevamo poco
tempo.
Per
una serie di imprevisti fino a due settimane dopo non abbiamo potuto
prendere un appuntamento con l'assessore.
La
mia proposta è stata ben accolta, ma soprattutto è piaciuta l'idea
di allestire delle bancarelle di libri per le strade, quindi abbiamo
deciso di andare a trovare i gestori delle librerie e i librai
ambulanti.
Pietro ed io abbiamo trascorso alcuni pomeriggi a parlare con i vari librai
fiorentini.
Come
era successo l'anno prima mi sono resa conto che sarebbe stato molto
difficile diffondere la tradizione del libro e la rosa in
quest'epoca difficile a causa della crisi economica. A tutti piaceva
l'idea, ma sollevavano molte obiezioni: alcuni non avevano strutture
per le bancarelle e quindi dovevano affittarle a costi non
indifferenti, altri si lamentavano del poco tempo a disposizione e
molti deploravano il fatto di essere rimasti in pochi a vendere
libri.
Verso
l'imbrunire sono andata in una piccola libreria, l'ultima che mi era
rimasta, nel quartiere di Santa Croce.
Appena
ho aperto la porta, un gruppo di persone, più tardi ho saputo che
era spagnole, mi ha guardato con curiosità, dopo ho capito che
aspettavano con ansia lettori per la presentazione del libro di uno
scrittore abbastanza famoso di Madrid. Pioveva e tirava un vento molto forte, quindi
quasi nessuno si era presentato all'appuntamento.
Ho
raccontato loro il motivo della mia visita e allora tutti hanno
cominciato a sorridere e mi hanno detto:
- Che buffo che una catalana in Toscana voglia divulgare la festa del
libro!
E'
stato molto piacevole parlare con il proprietario della libreria, con
lo scrittore di Madrid e con i suoi accompagnatori. Mentre parlavamo
di libri ho pensato che forse non sarei mai riuscita a mettere in
piedi a Firenze la giornata mondiale del libro, ma che in quei
giorni, grazie alla festa di S. Jordi, avevo incontrato tante persone
interessanti, avevo visto da vicino la realtà di molti venditori
ambulanti, avevo trovato una buona edizione del romanzo di Tolstoj,
Anna Karenina, che tanto mi era piaciuto leggere in gioventù
e soprattutto sentivo un gran benessere perché alcune vecchie e
nuove storie si stavano intrecciando.
Il
23 aprile è la festa mondiale del libro, giorno nel quale tutti i
librai spagnoli allestiscono delle bancarelle per la strada. In
Catalogna, essendo il giorno del santo patrone, San Giorgio, vengono
offerti oltre che libri rose rosse alle donne, seguendo un'antica
tradizione che diceva che dalla ferita mortale che S. Giorgio
procurò al drago, al posto del sangue uscivano rose rosse.