Hace casi diez años que murió mi madre y aún recuerdo
las palabras que me susurró un  atardecer de finales de verano,
mientras paseábamos a orillas del mar en bonanza; cosa muy rara, ya que en
aquella temporada en el pueblo solía soplar un viento
molesto. Por eso mi madre casi no salía de casa. La verdad es que
tenía un gran miedo de resfriarse, padeciendo como padecía una
enfermedad pulmonar.   
- A veces me encanta imaginar que yo soy tú. Me hubiera
gustado tanto irme del pueblo, como tú hiciste. En aquel entonces te
dije que no estaba de acuerdo que tú te marcharas a otro país. No
era verdad. Pero no te lo podía confesar. ¿Qué hubiera dicho tu
padre y la gente? Eso fue lo que me  dijo  aquel  verano mi madre,
dos años antes de su  muerte.
Por eso ahora me apetece que ella sea la protagonista
este relato, si es que puedo llamar de esta manera, a todo lo que voy
escribiendo o mejor rellenando, de sensaciones y emociones. Es  como
una recopilación de  pensamientos escritos en  papeles  doblados 
que se depositan  en un recipiente y luego  ajustándolos nace una
narración:
Crónica de un día de nervios
La noche  había sido muy cálida, cosa un poco rara
para finales de marzo. Teresa durmió poco. Abrió los ojos mientras
amanecía, lo primero que miró fue el despertador, vio que faltaba
todavía una hora para que sonara, por eso se levantó sigilosamente
para no despertar al hombre que yacía  a su lado. 
Había mal  descansado  por culpa  de los
acontecimientos  y de las  emociones del día anterior.
Teresa tenía casi 60 años y se cuidaba con esmero,
sin ser demasiado presumida: se pintaba un poco los labios y se 
trazaba una raya  negra en la parte inferior de los  ojos. Se
arreglaba   sobre todo para  ir al trabajo, que seguía gustándole a
pesar de la rutina de los últimos años. Su vida era ordenada, no le
gustaban los imprevistos. Pero últimamente había aprendido a 
superar los apuros o  las cosas que le salían torcidas. 
Ella tampoco era ambiciosa. Viniendo de una familia
humilde, el hecho de haber podido cursar estudios universitarios ya
le parecía un gran privilegio, por lo tanto jamás había luchado
para mejorar su sueldo y su posición laboral.
Bostezando se sentó en el sofá del salón y pensó
en la tarde anterior: todo se le aparecía un poco borroso, sin
embargo  recordaba  muy bien sus axilas mojadas y sus entrañas
revueltas.
- ¿Por qué me embarqué en  aquella historia? 
- La culpa la tiene  Francisco, quien me  convenció
y arrastró dentro de aquel enredo. Siguió diciéndose.
Miró su  camisón pegado a la piel y decidió
ducharse.
Mientras el chorro de agua le  caía encima notó que
descendían  por su cuerpo las  imágenes y  las  palabras de la
tarde anterior y que  desaparecían poco a poco por la boca del
desagüe. Se quedó  unos segundos hipnotizada pensando en los elementos químicos que formaban las moléculas de agua, sus células y todas las  cosas que le rodeaban, hasta que notó  que
había salpicado un poco las zapatillas  que estaban cerca del  plato
de la ducha.
Hacía ya algunos años que Teresa  usaba  los mismos
zapatos para estar en casa, parecían unos zuecos, eran cómodos,
pero un poco feos. Nunca se los sacaba de encima.
Aquella mañana, al salir de la ducha, los puso en el
alfeizar de la ventana para que se secaran y cogió del mueble
zapatero del pasillo  unas alpargatas rojas de su hija.
Se miró los pies con aquel calzado, luego cogió los
zuecos negros y los empaquetó para  colocarlos en el trastero. 
- No están mal las zapatillas, la suela  de
esparto  está cubierta  por una hoja de goma. Me parece que voy a comprarme
un par. Ya era hora, los cambios son necesarios. Se dijo, casi 
sorprendida de sí misma, pues no eran palabras que solía decir
ella.
En aquel momento se sintió realmente satisfecha, no
sólo por haber variado una costumbre casera, sino por haber logrado
dominar los nervios del  día anterior.
Hacía
muchos años que nadie la evaluaba, era ella la que siempre estimaba
los conocimientos, aptitudes y rendimiento de  sus alumnos.  Aquel
día tuvo que esperar muchas horas
para hacer  el examen de didáctica frente a un tribunal de
profesores universitarios. Recordó las primeras diapositivas que había
pasado  y su voz apasionada que le  recordaba al público del aula, que todo lo que nos rodea y todos nosotros estamos formados por atomos, que cuando muramos poco a poco pasaran a la tierra, al agua, al aire o a otros seres vivos.
-
Ahora que me he sacado de encima el cansancio y el sudor de ayer 
reconozco que valió  la  pena dedicar tanto tiempo a ese  proyecto
didáctico. Se dijo mientras se sentaba en el sofá.
Luego
pensó que quería darle las gracias a Francisco, el director de la
escuela, quien había insistido  tanto en que  ella se presentara al 
examen.
Cogió  el plumero y se  puso a  sacar el polvo de 
la sala de estar. Se dio cuenta de que estaba haciendo lo mismo que
antaño: cuando salía de la Facultad  y acababa de hacer  un  examen
 limpiaba a  fondo el piso que compartía con otras chicas.
Luego, con el albornoz puesto y sonrriendo, pues aún pensaba en la maravilla de los elementos químicos,
Teresa  fue a  echarse al lado de su marido que todavía  seguía
durmiendo.

 
 
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