Una
mañana como tantas, al final de mis clases, cuando la campana
acababa de tocar, una  alumna me dijo que quería hablar a solas
conmigo.
Salimos del aula y  nos quedamos en el pasillo apoyadas
en la pared.
La mayor parte de las veces  los estudiantes, me cuentan
 sus problemas familiares:    a veces sus padres se están separando 
o uno de ellos tiene un cáncer u otra  enfermedad grave o   alguien
de la familia ha tenido un accidente o  el padre ha perdido el empleo,  casi siempre son las chicas  las que  se quieren fugar  con su novio o  quieren 
abandonar la escuela y ponerse a trabajar u otras mil peripecias.  En
algunos casos, como la chica de aquella mañana, me dicen que se
trata  solo de  cuestiones personales, que están pasando una mala
temporada y que se sienten aplastados. 
También se ha dado el caso de  estudiantes muy
ambiciosos, que estudian día y noche, para ser   los mejores, pero
que no siempre lo consiguen, pues siempre hay algo que se les escapa y también ellos sufren.
Algunos son chicos aparentemente integrados en las
pandillas de amigos, otros son más solitarios,  pero todos  son
inseguros y sobre todo infelices.  A menudo  hablo con  chicas que 
luchan contra la anorexia, otras veces  con quienes sufren  ansiedad
y  deben tomar pastillas,  no sólo para dormir sino que también
para vivir.
Todos ellos  dan la impresión de estar deprimidos y
agotados,  quizás por las tantas horas  amargas en las  que
reflexionan  y le dan vueltas  y vueltas a su pena, sin  lograr
luego concentrarse en nada más. 
- ¿Quién no ha sido infeliz durante la
adolescencia? Replicaréis.
No  se trata solamente de  crisis relacionadas con la
edad,  creo que estos  chicos no logran tener confianza en  nada   y
por consiguiente  no aprecian ni siquiera  un poco la vida misma.
Aquella mañana  mi alumna se puso a llorar
desesperadamente, mientras me decía que sufría mucho, que le costaba levantarse por la mañana, que últimamente se  sentía  casi apática hacia lo que antes le emocionaba y acabó diciéndome que se veía un futuro incierto para sí misma, ya que su familia, que con muchos sacrificios, había
emigrado años atrás, de  Albania  a Italia,  no tenía medios para
costearle  los estudios universitarios. Estaba afligida,  yo la
consolé y le dije que la ayudaría en lo todo lo que me fuera
posible.
- Te voy a enviar un correo con la lista de los  centros
de enseñanza postgrado,  en los que te  vas a poder matricular el
próximo año. Cuestan poco, te darán créditos universitarios  y una buena
formación. Le dije.
A veces, después de haber encontrado una solución práctica a
los  problemas  de mis alumnos, para animarlos,  intento 
transmitirles  la belleza  de  nuestra existencia con dos palabras: nacer y morir.  Y
les hablo de las emociones verdaderas, las que van a ir 
experimentando a lo largo de  la vida.
- Ponte en su lugar, quizás no le interese ¿Te hubiera
gustado a ti  que una mañana una profesora tuya de  bachillerato, 
te hubiera echado un sermón? Me diréis.
- Pues si, me hubiera encantado que uno de mis
profesores me hubiera dedicado algunos minutos, hablándome del
sentido  que para él tenía  la vida.
A  esa chica  le conté algo de mí. Empecé diciendo:
Yo también pasé una mala temporada, a los treinta años cuando, a finales de julio, murió mi
primer hijo  a los  pocos días de haber nacido. 
Mi bebé tenía en sus celulas un cromosoma  más de lo normal, vete  a saber por qué. Tras su muerte pensaba  que  todo lo que me  iría ocurriendo, a partir entonces,  sería un fracaso, pero por suerte la vida da muchas
vueltas y una mañana de  finales de aquel verano tan caluroso, me  llegó un telegrama,
en el que  se decía que, tras haber ganado oposiciones, podía
ejercer como profesora de Instituto.
Me dieron una plaza en Grosseto. Tuve que desplazarme,
dejando a mi marido en Firenze, buscar un apartamento, ir a vivir
sola, conocer a nuevas personas y entablar nuevas amistades, es decir
iba a empezarlo todo de nuevo y por supuesto debía superar  la
muerte de mi hijo. 
- Todas esas novedades me curaron. Le dije a mi alumna, quien me escuchaba con mucho interés, quizás porque era la primera vez que le hablaba de mi vida.
Luego le seguí contando:
Al cabo de  un año obtuve el traslado a una ciudad  más
cercana  y me quedé de nuevo embarazada.  El parto fue largo y
difícil, pero cuando nació mi hija me olvidé de todo el
sufrimiento y una  gran felicidad  se apoderó de mí.
Dos años más tarde, llegó el varón.  De nuevo volví a sentir  la misma oleada de felicidad. Era cómo si en aquellos  instantes hubiera  tocado otra
dimensión y por fin  entendido lo que  significaba vivir.
Experimenté una sensación parecida el día en que
murieron mis padres. Los dos tenían casi noventa años. Primero falleció mi
madre y tras cuatro años mi padre. El gran dolor que
sentí, mezclado con un bienestar eufórico, me hicieron penetrar aún
más en la vida.  Mientras  mis padres se alejaban de mí, yo me
acercaba  a ellos. 
Aquella mañana, mi alumna, al despedirse,  me dio las
gracias, por haberle dedicado tanto tiempo.
Al cabo de unas semanas, la chica me dijo que seguía yendo a la consulta de un especialista, pero que estaba un
poco mejor pensando en que todos somos iguales: nacemos, vivimos y morimos a cada paso, eso le daba consuelo.
- El secreto es entender y apreciar lo que la vida nos ofrece, aunque nos parezca poco, le dije pensando en los momentos difíciles de mi vida.
Terminó el curso y no supe nada más de ella. Sin embargo a finales de verano recibí un correo suyo en el que me comunicaba que había logrado superar el examen de admisión para la escuela superior de Moda y Diseño y que lentamente iba descubriendo la belleza de la vida.
- El secreto es entender y apreciar lo que la vida nos ofrece, aunque nos parezca poco, le dije pensando en los momentos difíciles de mi vida.
Terminó el curso y no supe nada más de ella. Sin embargo a finales de verano recibí un correo suyo en el que me comunicaba que había logrado superar el examen de admisión para la escuela superior de Moda y Diseño y que lentamente iba descubriendo la belleza de la vida.

 
 
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