A finales de
los años setenta, mis padres vinieron a visitarme al país donde yo
vivía desde hacía algunos meses. Se instalaron en un hotel y como
era primavera, paseamos día tras día por la ciudad, que ellos casi
desconocían. Iba a buscarlos a la hora del almuerzo y al anochecer
los acompañaba al hotel pues yo tenía que ir a la Academia.
Al llegar las cosas habían sido un poco difíciles par mí. Al cabo de largos
trámites y algunas peripecias pude matricularme en la Universidad y
al mismo tiempo logré encontrar trabajo en una escuela de
idiomas. Por las noches daba clases de español a adultos.
Un día mis
padres vinieron a esperarme a la salida de
la Academia. El conserje, a quien mis padres le habían caído bien, a
pesar de lo poco que se entendían, los invitó a que entraran. Me
los encontré en la puerta del aula, donde yo en aquel momento
explicaba a mis alumnos algo en la pizarra.
Saludándoles
desde lejos, los observé minuciosamente y noté, por su sonrisa,
que mi padre estaba orgulloso de mí, a pesar de lo mucho que se
opuso a que yo me marchara de casa. Su bigote parecía que bailara
en su cara, lo movía y removía con satisfacción.
Mi madre,
aunque no dejaba que se le viera, también estaba contenta de cómo
me las había arreglado para superar todas las pegas y obstáculos
que me iban surgiendo. Me lo demostraba a su manera regalándome
ropa.
- Tienes que
vestirte elegante para dar clases. Me decía siempre.
Una tarde
quiso ir de tiendas para comprarme alguna prenda de vestir.
Escogió
para mi un vestido que era una pieza única, sin embargo, por las
puntadas en la cintura, parecía un traje de chaqueta. Le gustaba
porque tenía buen corte, por el tejido de lino marrón y por la
solapa de un color más claro que formaba un lindo escote. Me ceñía
el cuerpo, por supuesto que me quedaba bien, pero no era de mi
estilo. Acepté su regalo para que no se enojara.
Cada semana
mis padres me llamaban por teléfono, solían hablar los dos juntos,
uno desde el teléfono de la sala de estar y el otro desde el
dormitorio.
La primera
vez que me llamaron, después del viaje a Italia, la voz de mi madre
sobresalió sobre la de mi padre preguntándome impacientemente, si
me ponía a menudo el vestido que me había regalado.
- Si que lo
llevo de vez en cuando. Le dije, sabiendo que era una verdad a
medias, pues me lo ponía y cuando ya estaba en la puerta a punto de
salir de casa me lo sacaba.
- Tus
alumnos estarán contentos de tener una profesora tan elegante.
- ¡No
exageres mamá! La gente viste más informal, seguía diciéndole yo.
Un día U.
llegó a casa y al verme con aquel vestido y unos zapatos de tacón
alto empezó a hacerme cumplidos:
- Estás muy
guapa y sexy con ese un traje. ¿Por qué no te lo pones nunca?
- Me siento
otra persona cuando me lo pongo.
Bromeando y
riendo paramos en la cama.
Han pasado
muchos años, desde aquel entonces. Nos hemos mudado varias veces de
apartamento, pero el vestido de mi madre, sigue colgado a primera
vista en una percha del armario.
Hace pocos
días, recuerdo que era una mañana de septiembre, no nos sonó el
despertador. Nos levantamos y desayunamos deprisa, luego él
se fue corriendo al trabajo. Yo aquel día empezaba las clases a
las once, pero sabía que a las ocho y media iba a sonar el timbre,
pues tenía una cita con un electricista, por lo tanto tenía pocos
minutos para vestirme.
Mi mano, con
las prisas, sacó del armario el vestido de lino de mi madre. Lo
quise volver a colgar para escoger otro más apropiado, sin embargo
parecía que el vestido no quisiera quedarse guardado, pues me cayó
en el fondo del mueble.
- Me lo
pongo y luego me cambiaré para ir al trabajo, me dije en voz alta y del todo convencida.
El
electricista fue muy puntual y me pidió una sábana para cubrir los
muebles de la habitación, donde se tenía que taladrar la pared para cambiar unos
enchufes.
Decidí ir al
garaje a buscar un colcha vieja.
- Voy con
el vestido nuevo. ¿Por qué no? Me dije.
Lloviznaba,
me cubrí con un chal de color naranja. Por primera vez en mi vida
salí por la calle vestida con el traje de lino y me sentí a
gusto.
Aquella mañana mientras iba al
trabajo, pedaleando en bicicleta, tuve la sensación de ser un poco otra persona, una mezcla de la que había sido, la que soy y la que seré; luego pensé en que mi madre, quien
había fallecido hacía pocos años, se habría puesto muy contenta
al verme con su traje de chaqueta.
Nessun commento:
Posta un commento