Era un domingo de mitades de febrero y al despertar
quién sabe por qué pensé en que hacía mucho tiempo que no cogía una
gripe.
No me levanté en seguida como hago casi siempre, me quedé
un ratito echada pensando en mi infancia y saboreando la cama
calentita al lado de U., quien seguía durmiendo.
Recordé con
añoranza que de pequeña cada dos por tres cogía anginas con un
gran dolor de garganta y fiebre alta, sin embargo no me desagradaba
quedarme todo el día en la cama. Todos me mimaban y mi madre me
preparaba sopas y sobre
todo “suscs de taronja1”.
- Aquesta nena té les glandules molt grosses, mes endevant es
tindràn que treure2
, decía, el senyor Torner, nuestro médico de cabecera, cuando
me visitaba.
Durante aquellos largos días que pasaba acostada
me entretenía leyendo cuentos y tebeos, cosa que me encantaba.
Por
las tardes jugaba imaginando que mi lecho era una barca. Me levantaba
sigilosamente y ponía encima de la colcha los objetos que más me
gustaban: un libro de cuentos, mis zapatos del domingo, la chaqueta
rosa de ángora, que adoraba acariciar, un lazo blanco para recoger el
pelo, una caja de colores, un cuaderno, un lápiz, una goma y mis
muñecas.
Viajaba con la fantasía por tierras lejanas, con todo
lo que más quería y era feliz hasta que me quedaba dormida.
A
los siete años me ingresaron en una clínica para extirparme las
amígdalas; a principios de los años sesenta, cuando aún no
existían las substancias anestésicas modernas, adormecían a los
pacientes con cloroformo o éter, que producían una sensación
horrible de asfixia.
Yo era una niña tranquila que no daba nunca
guerra, pero el día de la operación saqué todas mis agallas para
que no me durmieran con aquel método tan bárbaro.
Mi madre no se
lo podía creer: monté un número tan grande que la monja que tenía
que darme una inyección se fue corriendo. Al final me agarraron dos
médicos y una enfermera y me pusieron la mascarilla con el líquido
anestésico logrando que que me durmiera.
Al despertar recordaba
con horror los últimos momentos antes de perder los sentidos, veía una masa negra que iba acercándose a mi cara, luego tenía
una gran sed y no podía beber, pues la garganta me quemaba de lo mucho que me
dolía.
Con aquella operación se acabaron mis anginas, los viajes
con mi cama-barca y los sucs de taronja.
Durante
más de diez años no falté ni un día a la escuela, pues no me ponía nunca enferma.
- Perque les meves amigues es posen malaltes i jo no i a mi em toca anar cada dia al col.legi?3. Le preguntaba siempre a mi madre
- Perque les meves amigues es posen malaltes i jo no i a mi em toca anar cada dia al col.legi?3. Le preguntaba siempre a mi madre
Tocaban
las campanas de la iglesia de San Giuseppe anunciando la misa
de las diez cuando mis pensamientos volaron hacia Montse, la única
amiga de mi infancia que desde hacía años me escribía largas
cartas y las enviaba a través del correo postal.
Sus padres eran dueños del estanco más importante de la zona, quizás por eso nunca ha podido desprenderse ni prescindir de los sellos, a pesar de adelantos electrónicos.
Sus padres eran dueños del estanco más importante de la zona, quizás por eso nunca ha podido desprenderse ni prescindir de los sellos, a pesar de adelantos electrónicos.
Me
levanté y desayuné deprisa con la idea de escribir una carta a mi
amiga.
Mientras mi pluma estilográfica se movía ligera sobre el papel fino, que había hallado en el escritorio de U., algunos recuerdos escondidos fueron brotando lentamente:
Mientras mi pluma estilográfica se movía ligera sobre el papel fino, que había hallado en el escritorio de U., algunos recuerdos escondidos fueron brotando lentamente:
Montse y yo a los diecisiete años habíamos decidido ir a estudiar, el
último curso de la escuela media superior, a Mataró, una pequeña
ciudad a unos treinta kilómetros de nuestro pueblo. Cada día al
amanecer tomábamos el tren. Al final de aquel invierno de 1973 cogí
una gripe muy fuerte.
Montse
venía a verme cada tarde y me traía los apuntes de todas las
asignaturas
- Qué raro, me dolía todo, pero en el fondo sentía un ligero bienestar estando enferma, pensaba bebiendo lentamente un suc de taronja mientras mi madre y mi tía Margarita charlaban con mi amiga.
- A les cinc de la tarde la febre comença a pujar.4 Me decía mi tía Margarita.
En efecto a media tarde empezaba a tiritar de frio.
Todas aquellas mujeres me mimaban y yo les estaba muy agradecida.
A mitad de los años ochenta, cuando hacía unos siete años que vivía con U. en Toscana, cogí otra gripe durante unas Navidades. Habíamos ido a pasar unos días en casa de mis padres. Mi madre estaba acostada en un estado febril cuando llegamos y al cabo de pocos días caímos también U. y yo.
Fue incómodo estar los dos enfermos en una cama matrimonial tan pequeña y lo peor es que tuvimos que volver a Firenze cuando aún no estábamos bien del todo.
Montse, en aquella ocasión también vino a verme y me trajo un libro.
El doctor de cabecera ya no era el Senyor Torner, el de mi infancia, sino su hijo Santiago, quien como su padre llevaba bigotes y era muy amable.
- Qué raro, me dolía todo, pero en el fondo sentía un ligero bienestar estando enferma, pensaba bebiendo lentamente un suc de taronja mientras mi madre y mi tía Margarita charlaban con mi amiga.
- A les cinc de la tarde la febre comença a pujar.4 Me decía mi tía Margarita.
En efecto a media tarde empezaba a tiritar de frio.
Todas aquellas mujeres me mimaban y yo les estaba muy agradecida.
A mitad de los años ochenta, cuando hacía unos siete años que vivía con U. en Toscana, cogí otra gripe durante unas Navidades. Habíamos ido a pasar unos días en casa de mis padres. Mi madre estaba acostada en un estado febril cuando llegamos y al cabo de pocos días caímos también U. y yo.
Fue incómodo estar los dos enfermos en una cama matrimonial tan pequeña y lo peor es que tuvimos que volver a Firenze cuando aún no estábamos bien del todo.
Montse, en aquella ocasión también vino a verme y me trajo un libro.
El doctor de cabecera ya no era el Senyor Torner, el de mi infancia, sino su hijo Santiago, quien como su padre llevaba bigotes y era muy amable.
Nos
dijo con mucho tacto:
- Paciencia, tindreu d'estar totes les vacançes al llit5.
Recuerdo que para más inri a la vuelta el autobús que tenía que pasar por el pueblo no se paró, por un mal entendido del chófer.
Mi padre y mi hermano nos acompañaron en coche a Girona y allí subimos a otro autocar que en la frontera francesa alcanzó al conductor distraído, quien al vernos embozados en grandes bufandas y abrigados con gorros y guantes de lana no paraba de disculparse.
Acabé de escribir la carta a Montse, me duché y salí contenta, pues deseaba pasear y tomar el sol mientras buscaba un sello y un buzón para echar la carta.
Mientras recorría el centro de la ciudad antes de encontrar uno de los pocos locales abiertos los domingos, me pregunté a que venía tanta gripe y tanta nostalgia de mi infancia. No sabía él porque, sin embargo había evocado unos plácidos recuerdos.
U. estaba muy resfriado y puesto que después de comer se puso a llover, no salimos en toda tarde. Aquel tiempo lento y gris lo dediqué a preparar clases para el día siguiente y al atardecer llamé a mis hermanos que seguían viviendo en el pueblo de la costa catalana donde habíamos nacido. Mi hermano, no estaba en casa, mi hermana, en cambio, estuvo muy contenta de oír mi voz y se notaba que tenía muchas ganas de contarme todos los pormenores de su nieto, ya que no hacía ni un mes que mi sobrina había tenido un hijo. Mientras hablaba con ella, sentía unos escalofríos que escalaban lentamente mi espalda.
Aquella noche casi no logré cenar pues mis dientes castañeaban sin parar.
Me puse más ropa, me senté en el sofá con una manta encima y me quedé dormida.
U. me despertó y me preguntó un poco preocupado si estaba bien.
- Me siento muy rara, creo que tengo la gripe, le contesté yo.
Me puse el termómetro y comprobé que tenía mucha fiebre.
Desde aquel momento U. empezó a mimarme y a prepararme sucs de taronja.
En aquellos días de gripe mi cama se parecía a la de mi infancia, ya que sobre ella había tantos objetos: libros, cuadernos, lápices, mi ordenador portatil, la radio, el teléfono y la suave manta azul. A pesar del malestar que tenía, sobre todo a partir de las cinco de la tarde cuando la fiebre subía como loca, sentía que todavía lograba saborear los aspectos positivos de la gripe, como cuando era pequeña.
- Paciencia, tindreu d'estar totes les vacançes al llit5.
Recuerdo que para más inri a la vuelta el autobús que tenía que pasar por el pueblo no se paró, por un mal entendido del chófer.
Mi padre y mi hermano nos acompañaron en coche a Girona y allí subimos a otro autocar que en la frontera francesa alcanzó al conductor distraído, quien al vernos embozados en grandes bufandas y abrigados con gorros y guantes de lana no paraba de disculparse.
Acabé de escribir la carta a Montse, me duché y salí contenta, pues deseaba pasear y tomar el sol mientras buscaba un sello y un buzón para echar la carta.
Mientras recorría el centro de la ciudad antes de encontrar uno de los pocos locales abiertos los domingos, me pregunté a que venía tanta gripe y tanta nostalgia de mi infancia. No sabía él porque, sin embargo había evocado unos plácidos recuerdos.
U. estaba muy resfriado y puesto que después de comer se puso a llover, no salimos en toda tarde. Aquel tiempo lento y gris lo dediqué a preparar clases para el día siguiente y al atardecer llamé a mis hermanos que seguían viviendo en el pueblo de la costa catalana donde habíamos nacido. Mi hermano, no estaba en casa, mi hermana, en cambio, estuvo muy contenta de oír mi voz y se notaba que tenía muchas ganas de contarme todos los pormenores de su nieto, ya que no hacía ni un mes que mi sobrina había tenido un hijo. Mientras hablaba con ella, sentía unos escalofríos que escalaban lentamente mi espalda.
Aquella noche casi no logré cenar pues mis dientes castañeaban sin parar.
Me puse más ropa, me senté en el sofá con una manta encima y me quedé dormida.
U. me despertó y me preguntó un poco preocupado si estaba bien.
- Me siento muy rara, creo que tengo la gripe, le contesté yo.
Me puse el termómetro y comprobé que tenía mucha fiebre.
Desde aquel momento U. empezó a mimarme y a prepararme sucs de taronja.
En aquellos días de gripe mi cama se parecía a la de mi infancia, ya que sobre ella había tantos objetos: libros, cuadernos, lápices, mi ordenador portatil, la radio, el teléfono y la suave manta azul. A pesar del malestar que tenía, sobre todo a partir de las cinco de la tarde cuando la fiebre subía como loca, sentía que todavía lograba saborear los aspectos positivos de la gripe, como cuando era pequeña.
1 Zumos
de naranja
2 Esta
niña tiene las amigdalas inflamadas, más adelante tendremos que
sacárselas
3 Por
qué mis amigas se enferman y yo no y me toca ir siempre al colegio?
4 A
las cinco en puntode la tarde la fiebre empieza a subir
5 eneis
que quedaros todas las vacaciones en la cama