
Mentre spingevo il carrello della spesa nel grande parcheggio del supermercato, ho sentito un bambino piccolo che diceva con una voce molto tenera alla nonna:
- Ti voglio, tanto,
tanto bene.
- Anche io. Gli ha
risposto la nonna.
Quelle semplici parole,
mi hanno accompagnato durante tutta la giornata.
Al bambino la semplice
frase era uscita dal cuore, forse per questo mi ha avvolta
completamente e mi ha contagiata. Ero felice perché era molto che
non ascoltavo quelle parole dette con tanto
sentimento.
Guidavo rilassata la
macchina, con l'ingombrante spesa, attraverso la città quasi deserta,
dato che erano le undici del mattino e a quell'ora tutti di solito
sono al lavoro o a scuola.
La musica proveniente
dalla radio emetteva una canzone, “Tutta mia la città”,
dell'equipe 84, che sempre mi cantava U. nell'autunno dell' 1976 quando ci siamo conosciuti.
Allora non capivo bene l'italiano, ma sentivo che c'era amore in
quelle parole e quelle canzoni mi davano un gran benessere.
Mentre attraversavo i viali, gli affreschi di Piero delle Francesca sono tornati nella
mia mente.
Due giorni prima di quel
pomeriggio autunnale in cui ci siamo incontrati e innamorati, U. era arrivato a
Barcellona per trovare degli amici catalani conosciuti alla Biennale
di Venezia, che quel anno era dedicata alla pittura spagnola.
Il giorno dopo lui si era
trasferito nell'appartamento al terzo piano di un edificio
ottocentesco di calle Aragón, dove abitavo con altre tre
studentesse, ma dopo quattro settimane era dovuto ritornare a
Firenze, perché gli erano finiti i soldi e soprattutto erano
iniziate di nuovo le lezione nella facoltà di architettura, che era stata occupata dagli studenti per molto tempo.
Ricorderò sempre quel
grigio giorno del nostro congedo nel porto vecchio di Barcelona, dove
lui s'imbarcava per Genova.
Ci siamo detti che il
nostro amore era impossibile e che forse non ci saremo più rivisti,
dato che era difficile che uno di noi potesse lasciare la propria
nazione.
Ma dopo pochi giorni mi
sono arrivate tre cartoline che rappresentavano alcune importanti
dipinti di Piero della Francesca che si trovavano nella chiesa di S.
Francesco di Arezzo. Sul retro di una c'era scritto:
- ancora
Su quello di un'altra :
- mille volte
e sull'ultima:
- Io
Ho capito che mi amava
nonostante mancassero delle parole alla sua frase d'amore.
Gli ho scritto una
lettera dicendogli che dopo Natale sarei andata da lui.
Dopo il mio viaggio
quasi clandestino, dato che i miei genitori non ne erano al corrente, che è
stato bellissimo, sono arrivate le altre cartoline.
Seduta vicino a una
stufa elettrica nella piccola camera dell'appartamento della calle
Aragón ho potuto ricostruire la più bella dichiarazione d'amore
che avevo mai ricevuto:
Io ti voglio mille
volte e mille volte ancora
Il sole era apparso nella
città dopo tanti giorni di pioggia, mentre i vetri della macchina tratteneva il calore che mi riscaldava il
viso e il cuore, sentivo che piano piano era diventata mia quella città, dove mi
ero trasferita un anno dopo aver conosciuto U.
Nel nuovo paese avevo incontrato molte persone, intrecciato nuove amicizie e avuto due figli. Mi sentivo bene in quel abitacolo caldo pieno di provviste per tutta la settimana e mi sarebbe piaciuto avere U. vicino e poter dirgli : ti voglio tanto tanto bene.
Nel nuovo paese avevo incontrato molte persone, intrecciato nuove amicizie e avuto due figli. Mi sentivo bene in quel abitacolo caldo pieno di provviste per tutta la settimana e mi sarebbe piaciuto avere U. vicino e poter dirgli : ti voglio tanto tanto bene.
Te quiero
mucho
Mientras iba empujando el carrito de la compra en el garaje del
supermercado, oí a un niño que le decía a su
abuela con una voz muy dulce:- Ti voglio, tanto, tanto bene.
- Anche io. Le contestó la abuela1.
Aquellas palabras tan simples me acompañaron durante todo el día.
Al niño aquella frase le había salido del corazón, quizás por eso a mí me había comovido y contagiado.
Estaba contenta porque hacía tiempo que no había oído palabras tan llenas de amor.
Relajada conducía el coche, cargado con de bolsas de la compra, a través de la ciudad casi vacía, pues eran las once de la mañana y a esa hora normalmente todo el mundo está en el trabajo o en los colegios.
La radio estaba tocando una canción, “tutta mia la città”, dell'equipe 84, una de las que siempre me cantaba U. cuando nos conocimos. Entonces yo no entendía bien el italiano, pero me gustaba la música y sentía que en aquellas palabras había amor y poesía. Aquellas canciones me siguen dando alegría.
Mientras cruzaba una de las grandes avenidas los frescos de Piero della Francesca volvieron a mi memoria.
Era el año 1976, U. había llegado a Barcelona dos días antes de la tarde de otoño en que nos conocimos, para ir a ver a unos amigos catalanes que había conocido en Biennale de Venecia, que aquel año había dedicado a la pintura española.
Nos enamoramos en un local de la plaza Real, el Café del Minotauro, donde se bebía y se escuchaba música. Lo habían innagurado hacía muy poco, había una barra y una extructura de madera clara con escalones, donde la gente se sentaba a tomar algo. Los escalones hacían de mesa y de silla; abajo en el sótano había una especie de catacumba, donde montaban todo tipo de teatro de grupos independientes y conciertos. Los dos, sentados en aquellas escaleras, mientras hablábamos cada vez nos íbamos alejando de todo lo que pasaba a nuestro alrededor.
Al día siguiente él se mudó al apartamento del tercer piso de un edificio del siglo XIX de la calle Aragón, cerca de la estación de Sants, donde yo vivía con otras chicas estudiantes, sin embargo al cabo de tres semanas tuvo que volver a Firenze, porque se le había terminado el dinero y sobre todo porque habían empezado de nuevo las clases en la facultad de arquitectura, después de haber sido ocupada tras muchos días de huelga.
Recordaré siempre aquel día gris, cuando nos despedimos en el puerto viejo de Barcelona, donde él se embarcaba para Génova.
Nos dijimos que nuestro amor era imposible y que quizás no nos habríamos vuelto a ver nunca más, pues era muy difícil que uno de los dos hubiera podido marcharse de su país.
Al cabo de pocos días me llegaron tres de su tarjetas postales, en las que había algunas obras importantes de Piero della Francesca, que se hallaban en la iglesia de S. Francesco de Arezzo. Detrás de una de ellas él había escrito:
- ancora2
en otra:
- mille volte3
y en la última:
- Io4
Comprendí que él todavía se acordaba de mí y que quizás me quería, a pesar de que le faltasen algunas palabras a su frase de amor.
Le escribí una carta diciéndole que después de Navidad iba a ir a verlo.
Después de aquel viaje, que fue un encuentro maravilloso y quizás un poco clandestino, ya que mis padres no sabían nada de ello, me llegaron las últimas tarjetas postales.
Sentada cerca de una estufa eléctrica, en mi pequeña habitación del piso de la calle Aragón, pude reconstruir la declaración de amor más bonita que jamás había recibido:
Io ti voglio mille volte e mille volte ancora5
El
sol volvió a salir en la ciudad, después de tantos días de
lluvia. Mientras los cristales del coche retenían las radiaciones que me iban calentando el rostro y el corazón, sentía que
aquella ciudad, donde me había trasladado después de un año
de nustro encuentro en el Café del Minotauro, iba siendo mía. En ella había conocido a muchas personas, había hecho nuevos amigos y había tenido dos hijos.
Estaba muy a gusto en aquel cobijo caliente lleno de víveres para toda la semana y
me hubiera gustado que en aquel momento U., estuviera a mi lado
para poder decirle:
Te quiero mucho.
1 Te
quiero mucho mucho. Yo también le contestó su abuela
2 todavía3 mil veces
4 Yo
5 Te quiero mil veces y todavía mil veces màs.
..c'è che ti voglio tanto bene
RispondiEliminae il mondo mi appartiene
il mondo mio che è fatto solo di te...
Bello il testo della la canzone di Gino Paoli "che cosa c'è!!,
EliminaGrazie per confrontare le mie parole a quelle dei questa canzone piena di poesia.
Que historia más bonita...Que dulces tus palabras al narrar tu historia d Amor.
RispondiElimina