Aquel día
en los anaqueles del viejo garaje, que estaba vaciando, al sacar
un montón de viejos y polvorientos libros, apareció un sobre
blanco, que contenía la carta perdida.
Finalmente
después de tantos años salió de nuevo aquel pequeño diario, que
desde finales de los noventa había escrito durante casi dos
años, en forma epistolar a U. Le hablaba de mi vida junto a él,
de nuestras historias cotidianas, de nuestros hijos que entonces
tenían seis y ocho años y sobre todo le contaba los recuerdos del
día en que nos enamoramos, en aquel lejano noviembre de 1976.
Se la
entregué un día caluroso antes de salir de vacaciones hacia mi
tierra natal, donde iba con los niños, sin embargo al cabo de dos
semanas él nos alcanzaría y juntos haríamos un pequeño
viaje por el sur de España. Le dije que tenía que leerla el
domingo siguiente, que era el día de su cumpleaños.
Noté que la carta no
le había gustado del todo, ya que cuando nos volvimos a ver no
deseaba hablar mucho de ella.
Me lo
imaginé meláncolico leyendo la carta, sentado en el sofá rojo de nuestra
casa al lado del ventilador, para placar el bochorno que hacía.
Durante el
viaje que hicimos por Andalucía, mientras él conducía y los niños
dormían, yo miraba el paisaje desierto de la Sierra Morena y me
preguntaba:
- ¿Quizás
él, después haber leído aquellos episodios de nuestra vida
íntima, ha pensado que una vez escritos ya no eran sólo nuestros?
- ¿Puede ser
que sus recuerdos fueran distintos a los míos?
Luego olvidé la carta, que tanto me gustó escribir, y quedó escondida en un estante polvoriento del garaje.
Luego olvidé la carta, que tanto me gustó escribir, y quedó escondida en un estante polvoriento del garaje.
Aquella
tarde en la que estaba preparando la mudanza subí las escaleras
deprisa y entré en casa diciendo:
- He
encontrado la carta perdida.
- ¡Ves como no
la he perdido yo, eres tú la que siemre lo esconde todo! Dijo U.
Estaba de
mal humor, pues había trabajado mucho durante aquellos días, ya sea
siguiendo las obras para renovar el local que habíamos comprado,
que en su trabajo cotidiano. Pero sobre todo estaba un poco ofendido
por lo que yo le había dicho aquella tarde :
- Eres un
poco mandón, siempre lo decides todo tú.
- Pues, tú en
cambio no decides nunca nada, pero luego criticas lo que hacen los
demás, respondió él.
- No
quiero enfadarme, pero quisiera hacer hoy el traslado, repliqué yo.
- Aún no,
esperemos otra semana, me dijo.
- Pues yo
lo hago hoy mismo, aunque tenga que hacerlo sola.
- Haz lo
que te dé la gana, contestó él.
Yo solo
deseaba empezar a sacar cachivaches, pues sentía ansiedad porque no
soportaba tener cosas pendientes y me mataba postergar cada vez la
mudanza al próximo fin de semana.
Me puse
ropa vieja y me fui al garaje aprovechando la tarde suave de finales
de octubre.
Con las
manos sucias de polvo empecé a leer aquella carta, que a su vez
hablaba de otra carta perdida escrita en un papel fino azul, en la
que muchos años atrás había recordado los mismos acontecimientos
de aquel día de noviembre de 1976.
- Mi vida
estaba llena de cartas perdidas, pensé.
Mientras
sacaba y separaba los libros que quería guardar de los que hubiera sido
mejor tirar, un grupo de jóvenes ocupas entró en el el local de
al lado. Había sido una pequeña academia de arte, pero estaba
cerrada desde hacía tiempo.
Estaba
leyendo la carta cuando se me acercó un hombre delgado de unos
cuarenta años, que hacía parte del grupo y con un acento de
Bologna me dijo que era un poeta. Era muy amable y quería ayudarme
a transportar cajas de libros. Estuve un ratito con él.
El poeta era
muy locuaz y extrovertido, me contó que había estado encerrado en
la cárcel unos años, porque una noche había participado a unos
amigos al robo una tienda de instrumentos musicales. Su abuelo, quien había llegado a la ciudad de un pueblecito de los Apeninos, le había enseñado a tocar el acordeón. Pero la vida había
sido muy dura con él, había perdido primero al abuelo y luego el
viejo instrumento. Por eso su sueño era poseer un acordeón. No se
acordaba de como se había liado en aquella empresa, sin embargo
nunca podría olvidar el día en que los agentes de policía los
habían descubierto con las manos en la masa. Las cosas se
complicaron y el tuvo que estar una temporada en la prisión. Desde
entonces cuando se sentía muy solo en la celda leía libros que
le enviaba su madre y escribía poesías. Cuando salió de la cárcel
empezó a colaborar con los de anarquistas de la ciudad, a través
del cual publicaba, en una revista mensual, sus poesías.
Le dije que
me gustaría mucho leer sus poemas y él me dijo que al día
siguiente me regalaría la última revista con sus poesías.
A lo largo
del corto camino que separaba los dos garajes, el nuevo y el viejo,
oía las voces de la pandilla de ocupas que cantaba:
- lottiamo,
lottiamo e la casa occupiamo1
Trasladé
libros y trastos viejos hasta que la luz del día iluminó el
garaje, pues no había corriente eléctrica.
El
despertar dominical fue triste porque ambos aún estábamos
ofendidos, a pesar de que hacía un día soleado y límpido:
Me levanté
deprisa y salí a dar una vuelta sola. U. desayunó lentamente, pero
luego me dijo que solo tenía ganas de salir. Vagabundeamos los dos
por la ciudad sin encontrarnos.
Cansada de
andar me paré en un mercadillo y mirando unos tenderetes encontré
un viejo libro, publicado en los años cuarenta, que me llenó de
curiosidad : “lettere d'amore perdute e altri racconti” de
Keller, un escritor suizo del siglo XIX. Hojeándolo descubrí en
lo alto de la primera página la inicial U. imprimida con un sello.
Con aquel libro en mis manos me tranquilicé.
Volviendo a
casa vi que unos albañiles tapiaban la puerta de la vieja
y destartalada academia de arte. Ya no quedaba ni rastro de los ocupas.
Entré por
última vez en el viejo garaje y encontré en el suelo una carta con
la que el poeta se despedía de mí dedicándome una poesía.
La donna
solitaria
ferma
sull'uscio
legge un
lungo scritto,
sarà una
lettera d'amore?
Le sue
mani polverose tremano,
il suo
sguardo è lontano
ma le sue
labbra disegnano un leggero sorriso.
Sarà
forse la nostalgia di un grande amore?2
U. volvió a
casa también un poco más tarde. Poco a poco la calidez de la sopa
de calabaza, puerros y alcaparras y la bondad de una copa de vino
tinto, nos reconcilió. Volvió entre nosotros el buen humor y las
ganas de estar juntos.
Nos contamos
nuestras emociones y nuestros pensamientos. Mientras escuchaba a U.
quien me estaba describiendo la belleza de un antiguo e histórico
edificio, que aquella tarde había visitado, pensé:Gracias
al hallazgo de la carta muchas historias se habían entrecruzado.
Aquel día
antes de acostarme puse la carta dentro de uno de los libros de la
estantería.
Quien sabe
si algún día la volvería a encontrar y otras historias se enredarían de nuevo.
1 Luchemos,
luchemos y la casa ocupemos
2 La
mujer solitaria inmóvil en la puerta lee un largo poema, será una
carta de amor?. Sus manos polvorientas tiemblan, su mirada es
lejana, pero sus labios dibujan una ligera sonrisa. Será quizás
nostalgia de un gran amor?
La
lettera perduta
Quel giorno
negli scaffali del vecchio garage, che stavo svuotando, nel togliere
dei vecchi e polverosi libri, riapparve
una grossa busta bianca, che conteneva la lettera perduta.
Finalmente
dopo tanti anni era venuto alla luce quel piccolo diario, che dalla
fine degli anni novanta e per quasi due anni, avevo scritto in forma
epistolare a U.
Gli parlavo
della mia vita insieme a lui, delle nostre storie quotidiane, dei
figli, che allora avevano l'uno sei anni e otto l'altra , ma
soprattutto ricordavo quel pomeriggio d'autunno della fine degli anni
settanta in cui ci siamo incontrati.
Gli
consegnai quella lettera un giorno afoso di luglio, prima della
nostra partenza per le vacanze sulla
costa catalana, dove sarei andata con i bambini. Dopo due settimane
lui ci avrebbe raggiunti e poi insieme avevamo previsto di fare
un piccolo viaggio nel sud della Spagna.
Gli dissi che doveva leggerla la domenica successiva, che era il
giorno del suo compleanno.
Notai che
qualcosa del mio scritto gli aveva dato un leggero fastidio, perché
quando ci siamo rivisti ne parlava malvolentieri.
Immaginai
U., con un' espressione un po'
malinconica, mentre leggeva la lunga lettera, seduto sul divano rosso, vicino
al ventilatore, per trovare un po' di sollievo dal
caldo soffocante. con un' espressione un po'
malinconica.
Durante il
viaggio, mentre lui guidava e i bambini dormivano, guardavo
silenziosa dal finestrino il paesaggio brullo e deserto delle Sierra
Morena e mi chiedevo:
- forse
leggere episodi della nostra vita intima di allora gli crea un po'
d'imbarazzo, perché una volta scritti non saranno solo nostri?
- può
darsi che i suoi ricordi siano diversi dai miei?
La lettera
che tanto mi era piaciuto scrivere era stata dimenticata in un
polveroso scaffale del garage.
La sera in
cui stavo facendo il piccolo trasloco, ho
salito in fretta le scale e sono entrata in casa dicendo:
- ho
ritrovato la lettera smarrita!
- vedi
che non sono stato io a perderla, anzi sei tu quella che tutto
nasconde, disse U.
Lui non era
di buon umore, a causa della stanchezza accumulata in quei giorni,
sia nel lavoro quotidiano, che in quello di seguire da vicino la
ristrutturazione del nuovo fondo, ma forse era anche un po' risentito
per ciò che gli avevo detto quel
pomeriggio:
- Sempre
vuoi avere ragione e decidere tutto te.
- Tu
invece non prendi mai posizioni e poi critichi quello che fanno gli
altri, rispose lui.
- Non le
ho prese perché non voglio arrabbiarmi, ma oggi vorrei fare il
piccolo trasloco, esclamai quasi impaziente.
- Non te
lo consiglio, sarebbe meglio aspettare un'altra settimana.
- Ma io
lo voglio fare adesso, quindi lo farò da sola
- Fai
come ti pare, disse lui chiudendo il discorso
Volevo
cominciare a svuotare il vecchio garage, perché sentivo l'ansia
tipica di quando si lasciano le cose inconcluse. Non sopportavo il
dover posticipare ogni volta il trasloco di una settimana. Era tutto
una mia fobia, me ne rendevo conto, ma non potevo fare altrimenti.
Ho indossato
dei vecchi vestiti e me ne sono andata in garage, sfruttando l'aria
tepida di quel pomeriggio di fine ottobre.
Con le mani
polverose ho cominciato a leggere quella lettera, che iniziava
parlando di un'altra lettera perduta scritta su una carta velina
azzurra, nella quale molti anni prima, per non dimenticarli, avevo
ricordato gli avvenimenti del giorno del nostro innamoramento.
- la mia
vita è piena di lettere perdute, ho pensato.
Mentre
prendevo e separavo i libri da conservare da quelli che potevano
essere scartati, un gruppo di persone aveva sfondato, per occuparlo
la porta del locale accanto, il quale era stato la sede di una
piccola scuola d'arte, ormai chiusa da tanti anni.
Stavo
leggendo la lettera ritrovata, quando mi si è avvicinato un gracile
uomo di mezza età, proveniente dal gruppo di occupanti, che con un
accento romagnolo mi ha detto di essere un poeta. E' stato molto
gentile perché si è offerto di aiutarmi a trasportare le scatole
di libri.
Il poeta,
molto loquace ed estroverso, mi ha
raccontato che era stato in carcere, poiché una notte insieme ad
altri ragazzi aveva tentato un furto in un negozio di strumenti
musicali. Suo nonno, venuto in città da un paese dell'Appennino,
gli aveva insegnato da piccolo a suonare la fisarmonica. Ma la vita
era stata dura con lui, perché aveva presto perso il nonno e il
vecchio strumento musicale. Per questo il suo grande sogno era
quello di possedere una fisarmonica. Non ricordava come si era
trovato immischiato in quella rapina, ma la sua mente non poteva
dimenticare i momenti in cui i carabinieri avevano scoperto loro con
le mani nel sacco. Le cose si erano complicate e lui aveva dovuto
scontare una piccola pena. Nella cella, quando si sentiva solo,
leggeva i libri che gli mandava sua
madre ed è stato lì che ha cominciato a scrivere poesie.
Quando è
uscito dalla prigione, frequentando un centro sociale, ha conosciuto
un gruppo di ragazzi anarchici e ha cominciato a collaborare con
loro, pubblicando nella loro rivista i suoi poemi.
Prima di
salutarci gli ho fatto capire che mi sarebbe piaciuto molto leggere
i suoi versi e lui mi ha detto che l'indomani mi avrebbe regalato
l'ultima rivista uscita da poco.
Lungo il
piccolo tragitto che separava i locali, il vecchio dal nuovo, sentivo
le voci del gruppo di anarchici che cantava:
- lottiamo,
lottiamo e le case occupiamo.
Ho portato
libri e cose vecchie finché la luce del giorno ha illuminato il
locale, dato che non c'era corrente elettrica.
Il risveglio
domenicale è stato triste, perché entrambi ancora eravamo un po'
risentiti e non abbiamo saputo apprezzare la bella e limpida
giornata di sole che ci si presentava.
Mi sono
alzata abbastanza presto e sono uscita a fare una lunga passeggiata.
U. ha fatto colazione con lentezza, ma poi mi ha detto che sentiva
un gran desiderio di allontanarsi da quella casa.
Entrambi
abbiamo girato per la città senza mai incontrarci.
Stanca di
camminare, mi sono fermata in un mercatino e su
una bancarella di libri usati ne ho trovato uno in una
vecchia edizione degli anni quaranta, il cui titolo mi ha molto
incuriosita: “Lettere d'amore perdute e altri racconti” di
Keller, uno scrittore svizzero di metà dell'ottocento. Sfogliandolo
ho notato in una delle prime pagina un piccolo timbro il alto: U . Ho
pensato che forse era l'iniziale del proprietario del libro. Con
quel libro in mano mi sono rasserenata.
Ritornando a
casa ho visto degli operai che muravano la porta della vecchia
scuola e non c'era più nessuna traccia del gruppo anarchico.
Ho aperto
per l’ultima volta la porta del vecchio garage e ho trovato per
terra una lettera nella quale il poeta mi salutava dedicandomi una
poesia:
La donna
solitaria
ferma
sull'uscio
legge un
lungo poema.
Sarà una
lettera d'amore?
Le sue
mani polverose tremano,
il suo
sguardo è lontano,
ma le sue
labbra disegnano un leggero sorriso.
Sarà
forse la nostalgia di un grande amore?
Anche U. è
ritornato a casa dopo poco. Lentamente il calore di una minestra di
zucca con porri e capperi e la bontà di un bicchiere di un buon vino
rosso ci ha riconciliati ed è tornato in noi il buon umore e la
voglia di stare insieme.
Ci siamo
raccontati le nostre emozioni ed i nostri pensieri. Mentre ascoltavo
U. che descriveva la bellezza di un antico e storico edificio
cittadino che quella mattina aveva visitato, ho pensato:
- grazie
alla lettera ritrovata tutte queste storie si sono intrecciate.
Quella sera
prima di andare al letto ho nascosto la lettera perduta tra alcuni
libri negli scaffali.
Chi
sa se un giorno l'avrei di nuovo ritrovata e altre storie si
sarebbero incrociate.
Cartas escritas...guardadas..nunca olvidadas...hasta ser encontradas.Muy bonito el relato.
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