domenica 17 aprile 2016

Crónica de un día de nervios y de elementos químicos









Hace casi diez años que murió mi madre y aún recuerdo las palabras que me susurró un atardecer de finales de verano, mientras paseábamos a orillas del mar en bonanza; cosa muy rara, ya que en aquella temporada en el pueblo solía soplar un viento molesto. Por eso mi madre casi no salía de casa. La verdad es que tenía un gran miedo de resfriarse, padeciendo como padecía una enfermedad pulmonar.
- A veces me encanta imaginar que yo soy tú. Me hubiera gustado tanto irme del pueblo, como tú hiciste. En aquel entonces te dije que no estaba de acuerdo que tú te marcharas a otro país. No era verdad. Pero no te lo podía confesar. ¿Qué hubiera dicho tu padre y la gente? Eso fue lo que me dijo aquel verano mi madre, dos años antes de su muerte.
Por eso ahora me apetece que ella sea la protagonista este relato, si es que puedo llamar de esta manera, a todo lo que voy escribiendo o mejor rellenando, de sensaciones y emociones. Es como una recopilación de pensamientos escritos en papeles doblados que se depositan en un recipiente y luego ajustándolos nace una narración:
Crónica de un día de nervios
La noche había sido muy cálida, cosa un poco rara para finales de marzo. Teresa durmió poco. Abrió los ojos mientras amanecía, lo primero que miró fue el despertador, vio que faltaba todavía una hora para que sonara, por eso se levantó sigilosamente para no despertar al hombre que yacía a su lado.
Había mal descansado por culpa de los acontecimientos y de las emociones del día anterior.
Teresa tenía casi 60 años y se cuidaba con esmero, sin ser demasiado presumida: se pintaba un poco los labios y se trazaba una raya negra en la parte inferior de los ojos. Se arreglaba sobre todo para ir al trabajo, que seguía gustándole a pesar de la rutina de los últimos años. Su vida era ordenada, no le gustaban los imprevistos. Pero últimamente había aprendido a superar los apuros o las cosas que le salían torcidas.
Ella tampoco era ambiciosa. Viniendo de una familia humilde, el hecho de haber podido cursar estudios universitarios ya le parecía un gran privilegio, por lo tanto jamás había luchado para mejorar su sueldo y su posición laboral.
Bostezando se sentó en el sofá del salón y pensó en la tarde anterior: todo se le aparecía un poco borroso, sin embargo recordaba muy bien sus axilas mojadas y sus entrañas revueltas.
- ¿Por qué me embarqué en aquella historia?
- La culpa la tiene Francisco, quien me convenció y arrastró dentro de aquel enredo. Siguió diciéndose.
Miró su camisón pegado a la piel y decidió ducharse.
Mientras el chorro de agua le caía encima notó que descendían por su cuerpo las imágenes y las palabras de la tarde anterior y que desaparecían poco a poco por la boca del desagüe. Se quedó unos segundos hipnotizada pensando en los elementos químicos que formaban las moléculas de agua, sus células y todas las  cosas que le rodeaban, hasta que notó que había salpicado un poco las zapatillas que estaban cerca del plato de la ducha.
Hacía ya algunos años que Teresa usaba los mismos zapatos para estar en casa, parecían unos zuecos, eran cómodos, pero un poco feos. Nunca se los sacaba de encima.
Aquella mañana, al salir de la ducha, los puso en el alfeizar de la ventana para que se secaran y cogió del mueble zapatero del pasillo unas alpargatas rojas de su hija.
Se miró los pies con aquel calzado, luego cogió los zuecos negros y los empaquetó para colocarlos en el trastero.
- No están mal las zapatillas, la suela  de esparto  está cubierta  por una hoja de goma. Me parece que voy a comprarme un par. Ya era hora, los cambios son necesarios. Se dijo, casi sorprendida de sí misma, pues no eran palabras que solía decir ella.
En aquel momento se sintió realmente satisfecha, no sólo por haber variado una costumbre casera, sino por haber logrado dominar los nervios del día anterior.
Hacía muchos años que nadie la evaluaba, era ella la que siempre estimaba los conocimientos, aptitudes y rendimiento de sus alumnos. Aquel día tuvo que esperar muchas horas para hacer el examen de didáctica frente a un tribunal de profesores universitarios. Recordó las primeras diapositivas que había pasado  y su voz apasionada que le  recordaba al público del aula, que todo lo que nos rodea y todos nosotros estamos formados por atomos, que cuando muramos poco a poco pasaran a la tierra, al agua, al aire o a otros seres vivos.
- Ahora que me he sacado de encima el cansancio y el sudor de ayer reconozco que valió la pena dedicar tanto tiempo a ese proyecto didáctico. Se dijo mientras se sentaba en el sofá.
Luego pensó que quería darle las gracias a Francisco, el director de la escuela, quien había insistido tanto en que ella se presentara al examen.
Cogió el plumero y se puso a sacar el polvo de la sala de estar. Se dio cuenta de que estaba haciendo lo mismo que antaño: cuando salía de la Facultad y acababa de hacer un examen limpiaba a fondo el piso que compartía con otras chicas.
Luego, con el albornoz puesto y sonrriendo, pues aún pensaba en la maravilla de los elementos químicos, Teresa fue a echarse al lado de su marido que todavía seguía durmiendo.

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