Marina se dirigió a la mansión con el empleado de la inmobiliaria. La puerta desvencijada todavía conservaba rastros del color verde de antaño. El agente puso la llave en la cerradura y la puerta se abrió. Se adentraron por el pasillo y visitaron el salón, el comedor y la cocina; luego subieron al piso de arriba para ver los dormitorios, el cuarto de baño, el desván y la terraza. Bajaron comentando que la casa todavía conservaba el esplendor de antes. Entraron en la sala de estar y de golpe Marina percibió como si su alma huyera del cuerpo. Se vio nadando en el mar de su infancia. Una corriente fuerte la arrastró hacia el fondo, donde su madre estaba sentada en una roca, rodeada de algas y peces. Su rostro era plácido. Finalmente estaba sola. Ya no tenía que soportar las órdenes y los malhumores de su esposo. Marina se acercó y le dijo:
—Mare, ja he tornat.
—Marina, t’he trobat a faltar.
—Jo també t’he enyorat.
—No et veig! Deixem tocar-te!
La madre la tocó delicadamente con la mano y le preguntó:
—I que se n’ha fet de la mansió?
Marina sintió que su cuerpo era la casa y le contestó:
—La meva pell, plena de taques i arrugues, és l’arrebossat de la façana, que s’ha tornat vell i ha perdut color. Els meus òrgans enrevellits són les cambres, que malgrat la pols encara són boniques, però tinc el cor pulit. Els passadissos foscos i tristos són els meus budells. Però ara vull obrir de bat a bat les portes i les finestres per rebre visitants i deixar fluir els meus pensaments.
—Señora Pons, señora Pons!¡Qué susto! ¿Le traigo un vaso de agua?
—Creo que me he desmayado. Me sentará bien un poco de agua fría.
—Siéntese en la butaca. Vuelo enseguida.
Marina se repuso, se arregló el peinado con las manos y se levantó. Luego se acercó a la puerta acristalada para cerciorarse de que el agente todavía estaba en la cocina.
Se acercó al armario, lo abrió y apretó el botón del fondo, como le había enseñado la abuela. Sacó de la pequeña caja secreta unos papeles y se los metió en el bolso. Se volvió a sentar y cerró los ojos.
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