domenica 4 luglio 2021

La suplente

 


Ayer me llamó Valeria, la profesora que va a reemplazarme, es decir la que en septiembre va a ocupar la plaza vacante que voy a dejar yo.

En seguida noté su voz asustadiza, mientras me decía que estaba un poco preocupada, porque no sabía ni las asignaturas, ni los programas, ni los cursos que le iban a tocar y eso le daba un poco de ansiedad.

Yo intenté animarla como pude y le ofrecí mis libros y los materiales didácticos que yo utilizaba. Pero Valeria no se tranquilizó y siguió preguntándome más cosas.

- ¿Cuántos sois en el departamento? ¿En qué edificio están las aulas de tus clases?

- Somos ocho, dos son interinos. Yo no sé qué clases te van a tocar, pues este verano van a reorganizar los cursos de bachillerato y van a cambiar muchas cosas, le contesté.

- ¿Eso quiere decir que pueden tocarme todos los cursos? ¡Qué horror! Tendré que estudiarme cada programa, dijo ella bastante desanimada.

- No, mujer, preparate sobre todo las asignaturas de los dos años de bachillerato, que son los más complejos, le dije yo.

- Vale, me prepararé primero las asignaturas de bachillerato y después ya veremos.

Suspiró dos veces y luego empezó a contarme que al nacer sus dos hijas había dejado la enseñanza de suplente en la escuela secundaria. Años atrás su marido había insistido para que se sacara el título de profesor especial para alumnos discapacitados y al quedar embarazada Valeria presentó la solicitud en una escuela cerca de su casa. Durante ocho años trabajó en la enseñanza especial para poder tener más tiempo libre para las gemelas.

- Ha llegado la hora de que vuelva a enseñar Ciencias Naturales, pero me siento un poco desamparada, vuestro Instituto es muy grande y caótico: en la secretaría nunca hay nadie que conteste a mis preguntas, a la directora no se le puede localizar y la subdirectora, a pesar de que sea muy amable, no me ha ayudado mucho, me dijo Valeria con una voz un poco triste.

- Te doy el numero de David, el jefe de estudios de nuestro departamento, verás que él sabrá más cosas que yo.

- Gracias, lo llamaré hoy mismo.

- Verás que al final de tocarán clases buenas, pero te entiendo que estés nerviosa. A mí también me pasaba. Si te contara las peripecias de mi carrera docente…!

- Me gustaría que me las contaras, me dijo curiosa.

- Soy profesora desde hace más de cuarenta años. En la primera época, a finales de los años setenta, recién llegada de España, me puse a dar clases de lengua española, por las noches, en una academia; allí sí que los profesores nos ayudábamos. Todos éramos extranjeros y novatos. En esa misma academia y en otro colegio privado, al cabo de cuatro años, cuando terminé la carrera, por la mañana empecé a dar clases de asignaturas científicas. Tenía pocos alumnos en cada clase, yo les ayudaba a recuperar las asignaturas pendientes. Me gustaba porque me daba satisfacción ayudarles, pero me pasaba el día estudiando toda clase de asignaturas, un año llegué a dar 36 horas de clase por semana. No paraba nunca en casa, por suerte aún no tenía hijos. En 1987, tras ganar oposiciones, entré en la escuela pública, pero en aquel entonces hubo una reforma de las asignaturas troncales y de las específicas de todos los ciclos de la escuela superior y por consiguiente desaparecieron muchas plazas. Los últimos profesores que habíamos ganado oposiciones y que todavía esperábamos plaza, nos quedamos en el limbo de los desahuciados, por eso sé lo que quiere decir que cada año en septiembre uno deba presentarse en una escuela nueva, le terminé diciendo y luego le pregunté:

- ¿Quizás te estoy aburriendo?

- Al contrario, me da ánimos saber que otros profesores habéis pasado por lo mismo, dijo ella

- Pues sí, cuando llegaba a los Institutos me daban los cursos peores o los más complicados y no hablemos del horario de las clases. El profesorado de la escuela no es que nos ayudara a los que acabábamos de llegar. Durante los primeros diez años di vueltas por toda la región, Grosseto, Empoli, Castelfiorentino, Borgo San Lorenzo y Pontassieve. Con dos niños pequeños no fue nada fácil. A veces me pregunto de donde me salieron las agallas para ir adelante. Sin embargo los alumnos me absorbían mucho, me gustaba estar con ellos e intentaba ayudarlos a aprender las cosas de forma fácil. Dando clases me olvidaba de todo el cansancio acumulado.

- Quizás tengas razón, me dijo ya más animada.

- Valeria, recuerda que las trabas nos fortalecen a todos, sino son muchas, claro, le dije riendo.

Al despedirnos le noté una voz un poco más tranquila, sin embargo me imaginaba que Valeria tendría un verano un poco ajetreado y de golpe volvieron a mi cabeza mis veranos de antaño cuando era interina. Fueron tiempos agotadores, de aquí para allá.

Cuando me tocaban programas o asignaturas que nunca había enseñado, me pasaba todo el verano estudiando.

Recordé la primera vez que enseñé en una escuela pública italiana, era uno de los Instituto de Enseñanza superior de Grosseto. Algunos de mis alumnos tenían casi veinte años, había tres o cuatro que repetían curso, eran muy vagos pero muy simpáticos, siempre con sus bromas típicas de la gente toscana. Yo en aquel entonces tenía treinta años y a menudo me sentía más cerca de los alumnos que de los compañeros de trabajo, quienes, casi todos, tenían más de cuarenta años.

Al principio durante mis clases estaba un poco cohibida, pues escribiendo en la pizarra, tenía miedo de que me salieran faltas de ortografía, sobre todo por lo que se refiere a las consonantes dobles, pero intentaba no demostrarlo, dando pasos por el aula y pasando por lo pupitres para animar a mis alumnos.

Un día escribí en la pizarra Betulonia, en lugar de Vetulonia, que es una localidad de Toscana donde había restos etruscos. Menos mal que lo hice en la clase de los pequeños.

- Profesora, se ha equivocado, se escribe con la uve, me dijo una chica muy educada.

- Perdonad, pero en español pronunciamos de la misma manera la uve y la be, por eso en italiano a veces me hago un lio.

Me llevé un buen chasco y desde entonces, cada tarde me iba preparando para la clase del día siguiente un mapa conceptual. Se lo hacía dibujar a uno de mis alumnos en la pizarra. Iba escogiendo estudiantes distintos para que salieran a la pizarra, los demás copiaban el mapa que yo les iba explicando.

Al final de la hora la pizarra se quedaba llena de términos, ideas y conceptos  de los que salían, para relacionarlos, flechas, hacia arriba, hacia abajo, hacia la derecha y hacia la izquierda.

Tenía mucho trabajo en casa, pero el método funcionó y lo seguí adoptando, hasta que hace unos diez años en lugar de escribir en la pizarra empecé a usar las diapositivas que preparaba en power point.

Ahora, recién jubilada, me siento privilegiada, ya no tengo que estudiar más ni preparar clases para el nuevo curso. Me siento libre y feliz, es la primera vez que tengo todo el verano para mí.

Pienso de nuevo en la suplente y me digo que a pesar de todo el esfuerzo, el  cansancio, los cambios de cole, el estrés, las  decepciones, los enfados  y de todo lo negativo que hubo en mi carrera de profesora, no la cambiaría por nada del mundo.







Nessun commento:

Posta un commento