giovedì 2 luglio 2020

Buenos y malos - Buoni e cattivi

window


Echada en la cama con los ojos cerrados, sin embargo despierta, Inés recordó que era domingo:
- ¡Qué bien, hoy no tengo que a ir al trabajo! Se dijo para sus adentros con alegría.
Y añadió, cogiendo el despertador con luz para ver qué hora era:
- Ni siquiera son las siete, hubiera podido dormir un poco más.

Él dormía, cuando ella se levantó sigilosamente para ir al cuarto de baño.
- ¿Y si volviera a la cama? Volvió a decirse a si misma.

En lugar de ir hacia la cocina, dio media vuelta, entró en el cuarto de estudio y cogió el e-reader que estaba sobre la mesa.
Había empezado a leer libros electrónicos no del todo convencida, lo hacía sólo para poder conseguir novelas en lengua española. Viviendo en el extranjero le costaba mucho dar con ellas. Ya no le era posible comprarlas y cargarlas en la maleta cuando iba a España, por culpa de las restricciones de peso de los vuelos.
Sin embargo ella, seguía leyendo libros encuadernados. 

Últimamente tenía la costumbre de leer dos libros a la vez, uno digital por la tarde, al volver del trabajo  y otro de papel antes de acostarse. Era una cosa emocional, que por la noche le gustara tocar el libro como objeto, ir girando las páginas, oler el perfume del papel recién salido de imprenta y poner el marcador antes de abandonarlo.

Los puntos, como llamaba Inés a los marcadores de página, se convertían en sus fieles compañeros durante toda a lectura, solían ser billetes de tren o de avión, tarjetas de visita o postales, que a la vez la trasportaban a otros tiempos y a otras historias.

Se metió de nuevo en la cama sin hacer ruido, se arregló la almohada y encendió el e-reader. Reactivó la pantalla de inicio y buscó entre sus libros almacenados, El amante japonés, una novela de Isabel Allende, que había empezado el día anterior.

No reconoció enseguida las palabras  que salieron en la pantalla y en aquel momento echó de menos a los libros de papel, en los que era más fácil hojear las páginas. Buscó el marcador a la derecha de la pantalla y lo tocó ligeramente con un dedo para asegurarse de que estuviera colocado.

Aquel rectángulo pequeño con el lado inferior cóncavo le trajo la imagen del separador de páginas que Marta le regaló muchos años atrás, a finales de los años setenta.
Marta fue la primera persona con quien Inés habló el primer día de clases en la Facultad de Biología. Inés no conocía a nadie, estaba un poco asustada pues non entendía muy bien todo lo que decían los profesores, Marta se sentó a su lado y le fue explicando las cosas.

El separador de Marta era un rectángulo de cartón con franjas marrones y doradas, en la parte inferior había un agujero donde pasaban varios hilos rojos de lana que formban una especie de cola.
Antes de empezar a leer se quedó quieta pensando en Marta, Inés  preparó con ella los primeros exámenes, estudiando en la biblioteca de la Facultad o en  su casa, que estaba muy cerca de la zona universitaria.

Marta compartía piso con Gaia y Caterina, ambas estudiantes de  Bellas Artes, y con Michele, el hermano mayor de Caterina, que estudiaba arquitectura. Los cuatro eran oriundos de un pueblo de la provincia de Nápoles.

Marta y Gaia compartían otras cosas además de la vivienda.
Michele era el amante de las dos muchachas, pasaba de la cama de una a la de la otra. A Inés le parecía raro que no tuvieran celos  y que no hubieran surgido riñas entre ellas. Se suponía que los tres lo llevaran bien; sin embargo al cabo de unos meses Marta le dijo a Inés, mientras tomaban una taza de café en el bar de la Facultad:

- Quiero sacarme a Michele de la cabeza. En septiembre él se irá a estudiar a Milán, donde vive su novia, la de toda la vida. Gaia ya ha cortado con él, yo también quiero olvidarlo y empezar a salir de esta pesadilla amorosa.

- ¿Quién sabe donde habrá ido a parar Michele ? ¿Y que habrá sido de su vida? Se lo tengo que preguntar a Marta cuando le escriba, se dijo.

El cuarto estaba casi a oscuras, sólo una luz tenue se colaba por la persiana. Se puso a leer y al cabo de poco notó en la pantalla una frase de la protagonista que resplandecía más que las otras:

Hay mucha gente buena en el mundo, pero es discreta. Los malos, en cambio, hacen mucho ruido, por eso se notan más”

Se acordó en seguida de Ivy, una chica inglesa que conoció a principios de los años ochenta y que luego, al trabajar juntas en una academia de idiomas de la ciudad, se volvieron amigas inseparables. Daban clases, Ivy de inglés y ella de español.

Día tras día, a las  ocho en punto de la tarde, salían agotadas de la academia y a menudo se paraban a charlar en la calle, antes de volver a casa.

Un noche salieron a cenar con sus respectivas parejas. Durante la cena la botella de vino tinto que bebieron a todos les hizo charlar por los codos. Hablaron de tantas cosas, sobre todo de sus ambiciones y proyectos futuros. Cada una de ellas tuvo la oportunidad de conocer mejor al novio de la otra.
Ivy le dijo a Inés al día siguiente, saliendo de la academia :

- Tú y tu novio sois  buenos, en cambio yo y el mío somos malos, no malos malos, sino  complicados y por eso más egoístas y  ambiciosos que vosotros.

Nunca en la vida nadie le había dicho que era buena, a parte de su madre que siempre le iba sermoneando que su bondad no la llevaría a ningún sitio:

- A veces más que buena me pareces tonta, exageras prestándolo todo. ¿Por qué tus dichosas amigas no se compran de una maldita vez un saco de dormir o una mochila para ir de excursión? Y no hablemos de los libros que y nadie te devuelve. Yo no te entiendo, le repetía cada dos por tres su madre.

- ¡Qué le voy a hacer, si a mí me gustan todas las personas! A cada una le encuentro su lado bueno e intento ayudarlas cuando me lo piden, le contestaba Inés a su madre y luego añadía antes de que ella replicara:

- Yo he salido a tía Margarita en muchas cosas, a nosotras nos cuesta ver la maldad ajena. Las películas o los libros en los que abundan personajes malos, no nos interesan, aunque sepamos que es ficción, nos molesta y sufrimos descubriendo que existen personas tan malas.

Inés retomó la lectura, pero aquella frase del libro le siguió revoloteando por la cabeza y le trajo a la memoria los sucesos de uos días atrás :

Era un viernes por la mañana cuando ella le dijo a su marido que le haría mucha ilusión ir a la playa. La costa más cercana estaba a unos cien kilómetros. 
Decidieron que a la mañana siguiente irían a la playa. Solían ir por la mañana  y volvían por la noche, en tren o en coche.

Por la tarde, hacia las siete, llamó su hijo, pidiendo ayuda. Él y un amigo suyo, haciendo un agujero con el taladro en la pared de la terraza de su apartamento, para montar un toldo, habían pinchado un tubo del agua de la comunidad y no lograban repararlo. El agua era un poco sucia y salía a chorros.

- He llamado a nuestro fontanero y luego al servicio fontaneros de emergencia, papá, pero no he logrado ponerme en contacto con ninguno de ellos. No sabemos que hacer. ¿Puedes venir tú?

El marido de Inés, con un embudo, una manguera y otros utensilios, se fue corriendo al apartamento del hijo que estaba en la otra parte de la ciudad. Hicieron un remiendo provisional y luego llamaron, primero al encargado de la comunidad, que no lograron localizar y luego  fontanero, que finalmente les contestó.
El fontanero dijo que  primero un albañil tenía que reventar el reboce para identificar la cañería y  que luego él podría arreglar el tubo. Por lo tanto quedaron para el día siguiente, es decir cuando Inés y su marido habían planeado ir a la playa. No estaban seguros de que tipo de tubo era, parecía el de la calefacción, pero era muy raro que pasara debajo de una terraza. La cosa era más complicada de lo que parecía. Tenían que  avisar a los vecinos de arriba para poder ir a su terraza y que el albañil localizara el tubo roto, a los de abajo a quienes había dañado la pared el chorro de agua, a los del seguro, enviando un correo y al responsable de la comunidad.
El padre  ofreció  su ayuda al hijo, por lo tanto la excursión a la playa fue postergada.

Inés le dijo a su marido cuando volvió a casa:
- No te preocupes por la playa, iremos otro día. Me enamoré de ti porque eras guapo, amable e irónico, pero enseguida descubrí que también eras bueno! Y aún lo sigues siendo.



Buoni e cattivi

Inés era a letto, aveva gli occhi chiusi, ma era sveglia, quando le venne in mente che era domenica:

- Che bello, oggi non devo andare a lavorare! Si disse sorridendo.

E aggiunse, prendendo la sveglia con lo schermo luminoso per vedere l’ora:

- Non sono nemmeno le sette, avrei potuto dormire un po’ di più.

Lui dormiva quando Inés si alzò senza fare rumore per andare in bagno.

- E se tornassi a letto? Si disse di nuovo.

Invece di andare in cucina si diresse verso il suo studio, da dove prese l'e-reader che era appoggiato sul tavolo.

Aveva iniziato a usare libri elettronici non del tutto convinta, lo faceva solo per riuscire a leggere romanzi nella sua lingua madre. Era molto difficile trovarli a Firenze. Non le era più possibile acquistarli e trasportarli nella sua valigia quando ogni anno d’estate andava a trovare i suoi in Spagna, a causa delle restrizioni di peso nei voli.

Tuttavia, continuava a leggere libri rilegati.

Ultimamente aveva preso l'abitudine di leggere due libri contemporaneamente, uno digitale nel pomeriggio, quando tornava dal lavoro e un altro cartaceo, prima di andare a letto. Era una cosa più che altro emotiva, che di notte le piacesse toccare il libro come un oggetto, girare le pagine, annusare il profumo della carta appena stampata e mettere il segnalibro, prima di depositarlo sul comodino.

I segnalibri divennero i suoi fedeli compagni, di solito erano biglietti del treno o dell'aereo, cartoline o biglietti da visita, che nell’attimo prima di cominciare a leggere la trasportavano ad altre epoche e altre storie.

Tornò a letto senza fare rumore, si sistemò il cuscino e accese l'e-reader. Riattivò la schermata iniziale e cercò, tra i suoi libri memorizzati, il romanzo che aveva iniziato il giorno prima.

Non riconobbe immediatamente le parole che apparvero sullo schermo e in quel momento pensò che sui libri di carta era più facile sfogliare le pagine. Cercò il segnalibro sulla destra dello schermo e lo toccò leggermente con un dito per assicurarsi che fosse attivato.

Quel piccolo rettangolo con la parte inferiore concava le fece venire in mente un segnalibro che Marta le aveva regalato molti anni prima, alla fine degli anni Settanta.

Marta era stata la prima persona con cui Inés aveva parlato il primo giorno di lezione alla Facoltà di Biologia. Inés allora non conosceva nessuno, era un po 'spaventata perché non capiva molto bene tutto ciò che gli insegnanti dicevano, per fortuna Marta si sedeva accanto a lei e con pazienza cominciò ad aiutarla.

Il segnalibro di Marta era di cartone a strisce marroni e bianche, in fondo c'era un buco dove erano legati dei fili di lana rossa, che formavano una specie di coda.

Prima di iniziare a leggere, Inés si fermò a pensare ai tanti esami che aveva preparato con Marta, studiando nella biblioteca della Facoltà o a casa sua, che era molto vicino alla zona universitaria.

Marta condivideva un appartamento con Gaia e Caterina, entrambe studentesse di Belle Arti, e con Michele, il fratello maggiore di Caterina, che studiava architettura. Tutti e quattro provenivano da una cittadina della provincia di Napoli.

Marta e Gaia condividevano altre cose oltre alla casa. Michele era diventato l'amante delle due ragazze, passava da un letto all'altro. A Inés sembrava strano che non ci fosse gelosia né fossero sorti litigi tra loro. Sembrava che Tutti andassero d’amore e d'accordo; Tuttavia, dopo alcuni mesi Marta confidò a Inés, mentre stavano prendendo una tazza di caffè nel bar della Facoltà:

- Voglio togliermi Michele dalla testa. A settembre lui si trasferirà a Milano dalla sua fidanzata, voglio dimenticarlo, anche perché ieri sono uscita con Matteo, un ragazzo che mi piace molto, poi ti racconterò.

- Chissà dove sarà finito Michele? E cosa avrà fatto nella sua vita? Devo chiederlo a Marta quando le scriverò, si disse.

La stanza era quasi buia, solo una luce fioca filtrava attraverso le persiane. Cominciò a leggere e dopo un po’ notò sullo schermo una frase della protagonista che sembrava brillasse più delle altre:

Ci sono molte persone buone nel mondo, ma sono discrete. I cattivi invece fanno molto rumore, ecco perché sembra che ce ne siano di più”

Si ricordò immediatamente di Ivy, una ragazza inglese che aveva incontrato nei primi anni '80 e con la quale in seguito, lavorando insieme in una scuola di lingue, divennero amiche. Ivy insegnava inglese e Inés spagnolo.

Ogni giorno, alle otto di sera finivano le lezioni e all’uscita della scuola spesso si fermavano a chiacchierare, prima di tornare a casa.

Una sera andarono fuori con i loro rispettivi fidanzati. A cena la bottiglia di vino rosso che bevettero, fece chiacchierare tutti più del solito. Parlarono di tante cose, in particolare delle loro ambizioni e dei progetti futuri. Ognuna di loro ebbe l'opportunità di conoscere meglio il ragazzo dell'altra.

Ivy disse a Inés il giorno successivo, all’uscita della scuola:

- Tu e il tuo ragazzo siete buoni, d'altra parte, io e il mio siamo cattivi; non cattivi cattivi, ma complicati e quindi più egoisti e ambiziosi di voi.

Mai nella vita nessuno le aveva detto che era buona, tranne sua madre che la rimproverava spesso dicendole:

- A volte più che buona sembri sciocca, esageri a prestare tutte le tue cose. Perché i tuoi amici non comprano un sacco a pelo o uno zaino per andare in gita una volta per tutte? E non parliamo dei libri che nessuno ti restituisce. Non ti capisco, la tua gentilezza non ti porterà da nessuna parte.

- Cosa posso farci io, se mi piacciono tutte le persone! Trovo in ognuna di loro il lato buono e cerco di aiutare chi me lo chiede o chi vedo in difficoltà, Inés diceva a sua madre e poi aggiungeva prima che la madre rispondesse.

- Sono come tua sorella, zia Margarita, in molte cose, è difficile per noi vedere il male negli altri. Film o libri in cui abbondano i personaggi cattivi, non ci interessano, anche se sappiamo che è finzione, ci disturba e soffriamo scoprendo che ci sono persone così cattive.

Inés riprese a leggere, ma quella frase del libro continuava a svolazzare nella sua testa e le fecce venire in mente gli eventi di qualche giorno prima:

Era un venerdì mattina quando disse a suo marito che le sarebbe piaciuto andare al mare. La spiaggia più vicina era a circa cento chilometri da casa.

Decisero che la mattina successiva sarebbero andati sulla costa Tirrenica. Sarebbero partiti presto e rientrati la sera tardi, in treno o meglio in macchina.

Nel pomeriggio, verso le sette, suo figlio chiamò, chiedendo aiuto. Lui e un suo amico, nel fare un buco col trapano sul muro della terrazza del suo appartamento, per montare una tenda da sole, avevano perforato un tubo dell'acqua condominiale e non uscivano a ripararlo. L'acqua era un po 'sporca e non smetteva di schizzare.

- Ho chiamato il nostro idraulico e poi gli idraulici di emergenza, babbo, ma non sono riuscito a mettermi in contatto con nessuno di loro. Non sappiamo cosa fare. Puoi venire?

Il marito di Inés, con un imbuto, un tubo di gomma e altri attrezzi, corse in macchina verso l'appartamento del figlio che si trovava nell'altra parte della città. Tamponarono provvisoriamente la perdita d’acqua e poi chiamarono, prima l’amministratore, che non riuscirono a trovare e poi l’idraulico, che rispose dopo molti tentativi.

L'idraulico consigliò loro di trovare prima un muratore che avrebbe dovuto spaccare l’intonaco per identificare il tubo rotto per poi lui ripararlo.

Fissarono col muratore e l’idraulico per il giorno successivo, cioè quando Inés e suo marito avevano programmato di andare al mare.

Scoprirono che il tubo danneggiato era quello del riscaldamento condominiale, ma era insolito che passasse sotto la terrazza. Tutto era più complicato di quanto sembrasse.

Una volta capita l’entità del danno dovettero chiedere il permesso ai vicini di sopra per poter andare sulla loro terrazza per aggiustare il tubo rotto, poi avvisare ai vicini di sotto, il cui muro era stato danneggiato dall'acqua e per ultimo informare l'assicurazione e l’amministratore del condominio.

Il padre offrì il suo aiuto al figlio, quindi la gita al mare con la moglie fu rinviata.

Inés disse a suo marito quando tornò a casa:

- Non preoccuparti, andremo un altro giorno al mare. Mi sono innamorata di te perché eri attraente, gentile e ironico, ma ho presto scoperto che eri anche buono! E penso che tu lo sia ancora.










Nessun commento:

Posta un commento