Serena
trabaja desde hace más de treinta años con adolescentes e intenta siempre
que puede entenderlos, suele ponerse en su lugar, sin embargo a
veces le cuesta, sobre todo en las épocas del año en que está
agobiada por los exámenes, reuniones o la cantidad de clases que le toca preparar. Durante las vacaciones de verano suele tener más tiempo,
cuando se cansa de leer bajo la sombrilla o de dar paseos se dedica a
contemplar todo lo que ocurre a su alrededor. A veces anota sus
vivencias para no olvidarse.
Serena
estaba echada en la arena de una playa del sur de la Toscana el día
en que recordó a Alicia. Unos muchachos, a pocos metros de de ella, tonteaban con
unas chicas, quienes reían y chillaban sin parar. Esa escena la
llevó al verano de sus dieciseis años. Lo que más le gustaba en
aquel entonces era ir a la playa por la mañana, de pequeña iba con
su tía, hermanos y primas y desde hacia un par de años su madre le
permitía ir con sus amigas. Otra cosa que le encantaba era la hora
de la siesta.
Cada
día se bañaba y nadaba un rato, luego se tumbaba en la arena y
charlaba con sus compañeras o quizás leía un libro, siempre que
los chicos de su pandilla no empezaran a darles la lata, tirándoles
cubos de agua o arrastrándolas hacia la orilla. Pero a ella no le
importunaban mucho, pues no chillaba como sus amigas.
Después
de la comida iba a su cuarto y se sentaba en la cama, toda la casa
estaba silenciosa, sólo se oían los ronquidos del padre, quien
dormía boca arriba por el cansancio, pues cada día solía madrugar. La
madre y la tía se sentaban en el patio, bajo la sombra de la parra y daban
algunas cabeceadas. El abuelo desaparecía en el jardín. Su hermano corría por la calle con los amiguetes
y la hermana mayor, trabajando como trabajaba de secretaria, no
paraba nunca por casa. Aquel verano fue exageradamente bochornoso,
hizo un calor tan pegajoso que su madre, quien nunca se había
quejado, decía que se le mojaban los cabellos y que le ardían los
pies. En el dormitorio diminuto que compartían las hermanas no soplaba ni siquiera una débil corriente de aire.
Había
aprobado todas las asignaturas, tenía pendientes sólo unos pocos
deberes de vacaciones, la mayor parte de las tareas las había
terminado en junio, porque ella solía anticipar y nunca postergar
los quehaceres. Le gustaba estar sola en aquella parte de la casa,
pues en la cocina y en el patio hacían vida los mayores. Serena leía todos los libros que
encontraba por casa, desgraciadamente eran pocos. A la hermana mayor
de Alicia le llegaba por correo cada mes una novela y al terminarla
se la prestaba a Serena. Eran tochos de literatura rusa o francesa
del siglo pasado. Serena recordaba el desasosiego que en aquella
época le dio una novela rusa en la que el protagonista mata a una
vieja usurera.
-
No entiendo porque para sobrevivir hay que hacer daño a alguien, se
decía una tarde echada en la cama.
Poco
a poco iba recordando detalles de aquella tarde: había una lagartija que se estaba colando por la pared
de la ventana, pero sus aspavientos consiguieron ahuyentarla; dejó el libro encima de la cama, como si fuera un vaso lleno de barro, para que se depositara en el fondo todo el sufrimiento y pudiera luego reanudar la lectura; miró
el reloj y vio que ya eran casi las cuatro, tenía poco tiempo para
cambiarse e ir al estanco donde trabajaba los veranos. Pensó en
Alicia pues había quedado con ella y otra amiga a las ocho de la
tarde, para ir a dar una vuelta por el paseo marítimo.
Alicia
era alegre y llamativa, se salía siempre con la suya cuando quería
conquistar a un muchacho. Últimamente se veían mucho menos, pues
Alicia no le perdonaba a Serena que días atrás no hubiera querido
ir con ella a una discoteca.
Por
eso Alicia aquella tarde, mientras paseaban, le había
echado un chasco a Serena, diciéndole:
-
Eres una chica extraña, no te gusta saltar clases, ni dejar de
hacer deberes, no vas nunca detrás de los chicos, no te pintas, no
vas a la peluquería, no te haces la manicura, no te gusta depilarte
y no hablemos de trasnochar, no aguantas las chorradas de la pandilla
en los bares de copas a las tantas de la madrugada, por eso nos dejas
plantados. No fumas, no bebes cervezas u otras bebidas alcohólicas. No bailas en
las fiestas, ni deseas subir a las motos de los muchachos. No tienes
amigas íntimas, no te enfadas con nadie. No eres rebelde con tus
padres. No necesitas un novio de turno para sentirte guapa. No te
quejas. En fin eres un bicho raro y me sacas de quicio.
Serena,
mirando de nuevo al grupo de chicos que estaba a su lado, quienes en
aquel momento, levantaban cantidad de arena,
jugando a pelota, se dijo:
-
Cuando Alicia se burlaba de mí yo me sentía distinta, pero no desgraciada. Me hubiera gustado tener agallas para
decirle que yo tampoco soportaba su manera de ser.
Serena también recordó que en aquellas horas lentas de la siesta, además de leer, escribía
cartas a desconocidos. Generalmente eran chicas de su edad, que
vivían en otras regiones de la península, sus direcciones las
encontraba en las revistas que le prestaba una compañera del
colegio, luego se le apareció algo que su memoria había casi anulado: una carta que ella le escribió a un chico que estaba en la cárcel de Carabachel; el muchacho le contestó diciéndole que iba a estar muchos años en la prisión pues había cometido un crimen gordo, por eso ella depositó la carta del preso encima de la mesita de noche para que se quedara quieta y soltara lentamente la amargura de una vida encarcelada.
Serena
miró el móvil, tenía dos mensajes y no se había dado cuenta de que eran casi las siete de la tarde, recogió la sombrilla y
todas sus cosas, mientras el grupo de adolescentes se alejaba
haciendo barullo. Los observó hasta que desaparecieron de su vista
y sonriendo dejó de pensar en si misma y se puso a reflexionar sobre la adolescencia en general:
- Influye por supuesto el ADN, luego el carácter
que se ha ido forjando, la educación recibida, la suma de
experiencias vividas, posibles acontecimientos que puedan perturbar
el bienestar y muchas cosas más, se dijo.
Se
fue andando hacia un chiringuito donde su marido y unos amigos la
estaban esperando.
Por
la noche, después de cenar volvieron a casa en coche, conducía su marido, hablaron un
poco y luego se pusieron a escuchar un concierto de música
jazz que daban por la radio.
Serena
volvió a pensar en Alicia, hacía muchos años que no coincidían
y no sabía nada de ella, pero si la tuviera delante le diría:
-
Quizás tengas razón soy bastante rara, sigo siendo prudente, no me gusta
conducir, a menudo me desoriento y me pierdo por barrios que no conozco,
sin embargo lo hago porque no quiero depender de nadie; a veces soy
impulsiva sobre todo por lo que se refiere a los sentimientos, otras
veces suelo dudar pero al final estoy orgullosa de mis decisiones; no
me apetece mandar, la política no me interesa pero creo aún en la
humanidad a pesar de los horrores y de las guerras; no se andar con
tacones altos, no consigo engalanarme, ni arreglarme el pelo; no soy
aventurera, más que descubrir lugares me encanta conocer a nuevas
personas; disfruto de la vida con mi pareja y la maternidad ha sido
una experiencia que me ha convertido en una mejor persona y a
propósito de adolescentes sigue gustándome trabajar con ellos.