venerdì 9 gennaio 2015

La tarta de chocolate











  Octavia se levantó muy temprano.
- ¿Por qué madrugo si hoy no tengo que ir al trabajo? Se preguntó, mientras se preparaba una taza de té.
Se recreó desayunando despacio, leyendo unos artículos del periódico del día anterior y escuchando las noticias en la radio.
Su marido se despertó a cabo de poco y desayunó con ella, sin embargo los hijos, seguían durmiendo, por eso cerró la puerta de su cuarto sigilosamente. Se duchó y luego se fue paseando a la peluquería, pues todavía faltaban diez minutos para la cita.
Los dos peluqueros y la chica que los ayudaba la recibieron con una gran sonrisa. A pesar de que eran las 9.30 de la mañana la peluquería bullía en un torbellino de cepillos, peines, secadores, tijeras, peinadoras, rulos, pinzas, lacas y lociones.
Enseguida le tocó el turno. Le dieron una bata azul, luego le pusieron en los hombros una toalla blanca que le protegía un poco el cuello, encima de ésta una especie de grande babero negro para que no se manchara con el ungüento que le iban poniendo para teñirle el pelo de rubio. Al terminar le dijeron que tenía que esperar una media hora.
Octavia cogió el libro que llevaba en el bolso, se puso las gafas de presbicia y se sumergió en la historia que llevaba días leyendo, la de una escritora española que vivía en N. York.
Mientras descubría a algunos personajes raros de un barrio de la ciudad americana oyó, la voz chillona de una chica que estaba sentándose a su lado, a quien habían acabado de teñir de una tonalidad rojiza y por lo que decía no estaba satisfecha ni del color del pelo, ni de nada:
- No soporto las Navidades. Y este año aún menos. Tengo que hacer un pastel de chocolate para la cena de nochebuena y no tengas ganas. Le decía al peluquero.
- Prepara otra cosa, le contestaba amablemente él, mientras le arreglaba el pelo para hacerle unos reflejos que le dieran vida a la melena.
- Eso quisiera, pero no es posible, pues mi tía obesa, no puede vivir sin engullirse una tarta entera de chocolate para postres. Dijo esto mientras manejaba inquieta el móvil.
- No te quejes, hay amas de casa que se pasan días enteros preparando manjares para la cena de nochebuena, una tarta no requiere mucho tiempo, le dijo el peluquero mientras le enseñaba unas muestras de mechones de distintas tonalidades.
- Es que no me quejo por la tarta, sino porque mi tía me agobia. Ella era profesora, como yo, sin embargo ahora está jubilada y está muy deprimida pues echa de menos a los estudiantes. ¡Qué tonta que es mi tía!.... ¿No hay colores más bonitos, esos me parecen muy chillones? Quiero unos reflejos speciales que me favorezcan. ¡Ah! y no me hagas muchos en la parte anterior. No soporto a la gente que lleva el flequillo pintado. Dijo la chica tan deprisa, que casi le faltaba el aliento.
El pobre peluquero tuvo que aguantarse y se entretuvo enseñándole otras muestras, hasta que ella por fin escogió una. Mientras le realizaba las mechas él se quedó callado escuchando a la chica  habladora.
Octavia hubiera querido tener unos auriculares para aislarse y dejar de soportar a aquella mujer pelirroja que emanaba energía negativa, sin embargo cuando ella empezó a contar sobre su tía, la escuchó con interés.
Mi tía, empezó diciendo, el año pasado estaba muy ilusionada porque le faltaba poco para su pensión y todo el día hablaba de lo que iría a hacer cuando hubiera tenido el día por delante: se pondría a estudiar de nuevo, seguiría un curso de cocina, emprendería un largo viaje por América del sur, trabajaría algunos días como voluntaria en un comedor de mendigos, iría cada mañana a correr a lo largo del río, por la tarde al gimnasio y alguna noche al cine, y por supuesto invitaría a cenar a viejos amigos, a quienes desgraciadamente había descuidado en los últimos tiempos.
Sin embargo los sueños de mi tía no se han cumplido. Desde que no trabaja está muy deprimida: se levanta tarde, por la mañana ronda por la casa con zapatillas y en pijama, limpia lo mínimo indispensable para que el piso no sea un cuchitril, su nevera siempre está vacía, no sale de casa casi nunca, sólo para ir a comprar algo de comer al colmado a una manzana de su apartamento, otras veces se lo traen directamente, tras un pedido a través de Internet; lee poco porque dice que se aburre y está pegada a la tele o al ordenador a todas horas. Su único consuelo son las tartas de chocolate que mi madre y yo le traemos y que se traga lentamente sentada en el sofá.
Al principio comprábamos los pasteles en la pastelería, pero desde que mi madre aprendió a hacerlosempezamos a prepararlos en casa.
Cada semana voy a visitarla, si fuera por mí no iría jamás, sin embargo mi madre insiste para que vaya, diciéndome, que tenga paciencia, que no la podemos dejar sola, que no tiene a nadie más, que está pasando un mal momento de depresión y que cuando se haya acostumbrado a vivir sin sus alumnos, ya se las arreglará para poder sobrellevar los enredos de la vida.
El día en que mi tía sabe que va a tener visita se pone un traje de chaqueta y se arregla un poco el pelo. Me recibe contenta, pues mi madre y yo somos las únicas personas con quienes se relaciona, ya que los demás parientes y amigos desaparecieron poco a poco, porque ella no les llamaba nunca y cuando lo hacían ellos invitándola a salir, les inventaba miles de escusas para nohacerlo.
Sonríe sólo, mientras come despacio la tarta de chocolate, hablándome de algunos de sus antiguos alumnos y  contándome de lo mucho que los quería. A veces me dice que quisiera tener noticias suyas. Creo que por Internet ha conseguido alguna cosa, pues la última vez que la vi, le noté algo raro: parecía que se movía más ligera por el piso, que por cierto estaba más limpio que nunca y al final me confesó que tenía ganas de salir de aquellas cuatro paredes.
Octavia sonrió imaginándose a la tía gordita, quien tras haberse comido una buena tajada de pastel de chocolate abría la puerta y salía corriendo hacía la calle para emprender la vida que tanto había anhelado antes de jubilarse.
-¡ Ojalá la tía logre cambiar el rumbo de su vida! Se dijo Octavia pensando que cada vez le caía más simpática la tía y más antipática la sobrina.
El peluquero, quien al acabar las mechas le dijo a la chica quejosa que tendría que esperarse una medía hora, para que hiciera efecto la decoloración y le dio una revista para que se entretuviera.
La pelirroja siguió hablando con Octavia ya que su interlocutor se fue hacia la entrada de la peluquería para atender a otras señoras.
- Estoy muy cansada, pues ayer, a pesar de que fuera el 23 de diciembre, tuve que trabajar. ¡Fue el colmo! Imagínese Ud., tener que preparar una fiesta escolar de Navidad para veinticinco niños. Mi oficio es muy duro, no es tan fácil como el de los peluqueros, quienes tienen siempre la cabeza despejada.
Entonces Octavia, no pudo aguantarse y casi riñéndole le dijo, que era descabellado pensar en que un peluquero trabajaba menos que un maestro, que eran dos cosas muy distintas, pues no debía olvidar que ahora ella disfrutaba de dos semanas de vacaciones y que los pobres peluqueros seguían peinando incluso el día de nochebuena.
- Pues tiene que saber, señora, que a mí me encanta mi trabajo y lo hago muy bien, mejor que nadie, por eso me agota tanto. Ya quisiera yo ser peluquera, para divertirme chismorreando con la gente, dijo la peliroja.
- No creo que Usted  se dé cuenta de lo que está diciendo. Deje de quejarse y disfrute con lo que tiene. Le dijo Octavia de manera un poco brusca y abriendo su libro para dar  por terminada   la conversación.
Por suerte, el más joven de los peluqueros fue a rescatarla y finalmente dejó de oír los lamentos de aquella fanfarrona.
A pesar de la lata que le había dado la pelirroja, Octavia estaba contenta, se miró al espejo antes de salir del establecimiento y apreció su peinado ondulado.
Volvió a casa y enseguida se puso a preparar una tarta de chocolate.
Su marido al verla en la cocina le comentó:
- Me asombra que tengas ganas de preparar un pastel de chocolate el día de nochebuena. ¿Has olvidado que tenemos una  bandeja llena de dulces navideños?
- Si que me acuerdo, pero quisiera  que esta noche fuera especial. Le contestó dándole un beso.
Aquel día había invitado a la cena de nochebuena a una amiga, quien se había  separado hacía poco tiempo y  puesto que su familia estaba en otro país se sentía muy sola. Octavia no sabía exactamente el porqué de su manía de empezar a preparar aquel postre.  Sin embargo estaba segura de que la tarta de chocolate les iba a infundir bienestar a cada uno de los comensales, como llevaba haciéndolo con  la tía gordita.

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