Octavia
se levantó muy temprano. 
-
¿Por qué madrugo si hoy no tengo que ir al trabajo? Se preguntó,
mientras se preparaba una taza de té.
Se
recreó desayunando despacio, leyendo unos artículos del periódico
del día anterior y escuchando las noticias  en la radio.
Su
 marido se despertó a cabo de poco y desayunó con ella, sin embargo
los hijos, seguían durmiendo, por eso cerró la puerta  de su cuarto
sigilosamente.  Se duchó y luego se fue paseando a la peluquería,
pues todavía faltaban diez minutos para la cita.
Los
dos peluqueros y la  chica que los ayudaba la recibieron con una gran
sonrisa. A pesar de que eran las 9.30 de la mañana la peluquería
bullía en un torbellino de cepillos,  peines, secadores, tijeras,
peinadoras, rulos, pinzas, lacas y  lociones.
Enseguida
le tocó el turno. Le dieron una bata azul, luego le pusieron en los
hombros una toalla blanca que le protegía un poco el cuello, encima
de ésta  una especie de grande babero negro para que no se manchara con el
ungüento que le iban poniendo para teñirle el pelo de rubio.  Al
terminar le dijeron que tenía que esperar una media hora.
Octavia
cogió el libro que llevaba en el bolso, se puso las gafas de
presbicia y se sumergió en la historia que llevaba días leyendo, la
de una escritora española  que vivía en N. York.
Mientras
descubría a algunos personajes raros de un barrio de la ciudad
americana oyó, la voz chillona de una chica que estaba sentándose a
su lado,  a quien habían acabado de teñir de una tonalidad rojiza y por lo que decía no estaba  satisfecha ni del
color  del  pelo, ni de nada:
-
No soporto las Navidades. Y este año aún menos. Tengo que hacer un
pastel de chocolate para la cena de nochebuena y no tengas ganas. Le
decía al peluquero.
-
Prepara otra cosa,  le contestaba  amablemente él, mientras le
arreglaba el pelo para hacerle  unos reflejos que le dieran  vida a la
melena. 
-
Eso quisiera, pero no es posible, pues mi tía obesa, no puede vivir
sin engullirse una tarta entera de chocolate  para postres. Dijo esto
mientras manejaba inquieta el móvil.
-
No te quejes, hay amas de casa que se pasan días enteros preparando
manjares para la cena de nochebuena, una tarta no requiere mucho
tiempo, le dijo el peluquero mientras le enseñaba unas muestras de
mechones de distintas tonalidades. 
-
Es que no me quejo por la tarta,  sino porque mi tía me agobia. Ella
era profesora, como yo, sin embargo ahora está jubilada y está muy
deprimida pues echa de menos a los estudiantes. ¡Qué tonta que es mi
tía!.... ¿No hay colores más bonitos, esos  me parecen muy
chillones? Quiero unos reflejos speciales que me favorezcan. ¡Ah!  y no me
hagas muchos en  la parte anterior. No soporto a la gente que lleva el flequillo pintado. Dijo la chica  tan deprisa, que casi le
faltaba el aliento.
El
pobre peluquero  tuvo que aguantarse y se entretuvo enseñándole
otras muestras, hasta que  ella  por fin escogió una. Mientras le realizaba las mechas él se quedó callado escuchando a la chica 
 habladora.
Octavia
hubiera querido tener unos auriculares para aislarse y dejar de
soportar  a aquella  mujer pelirroja que emanaba energía
negativa, sin embargo cuando ella  empezó  a contar sobre su tía,  la escuchó con interés.  
Mi
tía, empezó diciendo, el año pasado estaba muy ilusionada porque
le faltaba poco para su pensión y todo el día hablaba de lo que iría
a hacer cuando hubiera tenido  el día por delante: se pondría a
estudiar de nuevo, seguiría un curso de cocina, emprendería un
largo viaje por América del sur, trabajaría algunos días como
voluntaria en un comedor de mendigos, iría  cada mañana a correr  a
lo largo del río, por la tarde al gimnasio y  alguna noche al cine, y por supuesto invitaría a cenar a viejos amigos, a quienes 
desgraciadamente había descuidado  en los últimos tiempos. 
Sin
embargo los sueños de mi tía no se han cumplido.  Desde que no
trabaja está muy deprimida: se levanta tarde, por la mañana ronda
por la casa con zapatillas y en pijama, limpia lo mínimo indispensable
para que el piso no sea un cuchitril, su nevera  siempre está vacía,
no sale de casa casi nunca, sólo para ir a comprar algo de comer al colmado a una manzana de su apartamento, otras veces se lo traen
directamente, tras un pedido a través de Internet; lee poco porque
dice que se aburre y está pegada a la tele o al ordenador a todas
horas. Su único consuelo son las tartas de chocolate que mi madre y
yo le traemos y que  se traga lentamente sentada en el sofá. 
Al
principio comprábamos los pasteles en la pastelería, pero desde que mi madre aprendió a hacerlosempezamos a
prepararlos en casa.
Cada
semana voy a visitarla, si fuera por mí no iría jamás, sin embargo
 mi madre insiste  para que vaya, diciéndome, que tenga paciencia,
que  no la podemos dejar sola, que no tiene  a nadie más, que está
pasando un mal momento de depresión y que cuando se haya
acostumbrado a vivir sin sus alumnos, ya se las arreglará para poder
sobrellevar  los enredos de la vida.
El
día  en que  mi tía sabe que va a tener  visita  se pone un traje
de chaqueta y se  arregla un poco el pelo. Me recibe contenta, pues
mi madre y yo somos las únicas personas con quienes se relaciona, ya
que los demás parientes y amigos desaparecieron poco a poco, porque
ella no les llamaba nunca y cuando lo hacían  ellos  invitándola a
salir, les inventaba miles de escusas para nohacerlo.
Sonríe sólo, mientras
come  despacio la tarta de chocolate, hablándome de algunos de sus
antiguos  alumnos y  contándome de lo mucho que  los quería. A veces me dice que
quisiera tener noticias  suyas. Creo que por Internet ha conseguido
alguna cosa, pues la última vez que la vi, le noté  algo raro: parecía que se movía más ligera por el piso, que por cierto estaba más limpio que nunca y
al final me confesó que tenía  ganas de  salir de aquellas  cuatro
paredes. 
Octavia
sonrió imaginándose a la tía gordita, quien tras haberse comido una
buena tajada de pastel de chocolate  abría la puerta y salía
corriendo hacía la calle  para emprender la vida que tanto había
anhelado antes de jubilarse.
-¡
Ojalá  la tía logre cambiar el rumbo de su vida! Se dijo Octavia
pensando que cada vez le caía  más simpática la tía y más
antipática la sobrina. 
El
peluquero, quien al acabar las mechas le dijo a la chica quejosa que
tendría que esperarse una medía hora,  para que hiciera efecto la decoloración y le dio una revista para que se entretuviera.
La
pelirroja siguió hablando con Octavia ya que su interlocutor se fue
hacia la entrada de la peluquería para  atender a otras señoras.
-
Estoy muy cansada, pues ayer, a pesar de que fuera el 23 de
diciembre, tuve que trabajar. ¡Fue el colmo! Imagínese Ud., tener
que preparar una fiesta escolar de  Navidad  para  veinticinco niños.
Mi oficio es muy duro, no es tan fácil como el de los peluqueros, quienes  tienen
siempre la cabeza despejada. 
Entonces
Octavia, no pudo aguantarse y casi riñéndole le dijo, que era
descabellado pensar en que un peluquero trabajaba menos que un
maestro, que eran dos cosas muy distintas, pues no debía olvidar que
ahora ella disfrutaba  de dos semanas de vacaciones y que los pobres
peluqueros seguían peinando incluso el día de nochebuena.
-
Pues tiene que saber, señora, que a mí me encanta mi trabajo y lo
hago muy bien, mejor que nadie, por eso me agota tanto. Ya quisiera yo ser peluquera, para divertirme chismorreando  con la
gente, dijo la peliroja. 
- No creo que Usted  se dé cuenta de lo que está diciendo. Deje de
quejarse y disfrute con  lo que tiene. Le dijo Octavia de manera un
poco brusca y abriendo su libro para dar  por
terminada   la conversación.
Por
suerte, el más joven de los peluqueros fue a rescatarla y
finalmente  dejó de oír los lamentos de aquella fanfarrona.
A
pesar de la lata que le había dado la pelirroja,  Octavia estaba
contenta,  se miró al espejo antes de salir del establecimiento y
apreció  su peinado  ondulado.
Volvió
a casa y  enseguida se puso a preparar una tarta de chocolate.
Su
marido  al verla en la cocina le comentó:
- Me asombra que tengas ganas de preparar un pastel de chocolate  el día
de nochebuena. ¿Has olvidado que tenemos una  bandeja llena de
dulces navideños? 
-
Si que me acuerdo, pero quisiera  que  esta noche fuera especial. Le contestó dándole un beso.
Aquel día había invitado a la cena de nochebuena a una amiga, quien se había separado hacía poco tiempo y puesto que su familia estaba en otro país se sentía muy sola. Octavia no sabía exactamente el porqué de su manía de empezar a preparar aquel postre. Sin embargo estaba segura de que la tarta de chocolate les iba a infundir bienestar a cada uno de los comensales, como llevaba haciéndolo con la tía gordita.
Aquel día había invitado a la cena de nochebuena a una amiga, quien se había separado hacía poco tiempo y puesto que su familia estaba en otro país se sentía muy sola. Octavia no sabía exactamente el porqué de su manía de empezar a preparar aquel postre. Sin embargo estaba segura de que la tarta de chocolate les iba a infundir bienestar a cada uno de los comensales, como llevaba haciéndolo con la tía gordita.

 
 
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