Eloisa
a veces no entendía del todo a su marido.
-
¿Por qué se complicaba la vida con aquellos accesorios del baño?
Por
una parte, le hubiera gustado decirle que para todos hubiera sido más
fácil comprar los objetos en Italia, por la otra sentía curiosidad
e interés por la rareza de la cosa.
-
Los accesorios de esa casa catalana son muy originales y no cuestan
mucho, le decía él muy convencido.
-
¿Cómo vamos a llevarlos viajando en avión?, le
preguntaba ella.
-
Pues, dentro de la maleta. Facturaremos otro equipaje y san se acabó.
Cortaba rápido él.
-
Yo no lo veo tan claro, pero so lo dices tú. Le decía ella no del todo convencida.
Flora, una
de sus primas, la hija de la única hermana de su madre, tenía
en el pueblo un local donde vendía azulejos, baldosas, cerámica, mobiliario y
accesorios para baños y cocinas; por consiguiente hacer el pedido fue una
cosa sencilla y muy enriquecedora para Eulalia, pues pudo asomarse de
nuevo a la vida de su prima.
Llegó
unos días antes que su marido e hijos al pueblo de la costa
catalana, donde había nacido y al que cada año iba a pasar las
vacaciones.
Una
tarde, con el coche destartalado que fue de su padre, fue a buscar
los accesorios en el almacén de la prima, ubicado en
las afueras del pueblo.
Flora la esperaba en la puerta y la recibió con mucho
cariño, quizás porque hacía bastante tiempo que no se veían, pero
sobre todo porque habían crecido
juntas, como hermanas y se tenían mucha confianza, a pesar de que hacía
tantos años que vivían lejos una de la otra.
Ninguna
de las dos tenía prisa y pasaron un buen rato charlando. Flora
le puso al corriente de que dentro de poco se iba a pre-jubilar y que por consiguiente
estaba cerrando la empresa.
-
Esos accesorios representan el último pedido de la tienda. Tras
la dichosa crisis económica la gente no hace reformas en sus
viviendas y nosotros ya no aguantamos más esa situación. Por lo
tanto, ya que he trabajado toda una vida, ahora me toca una poco
de tiempo libre. Dijo Flora mirando con sus vivarachos ojos azules a Eulalia, mientras sus labios finos dibujaban una sonrisa contagiosa.
-
Gracias, por haberme ayudado a pesar de que estabas cerrando, le dijo Eloisa a su prima abrazándola.
Las dos se dirigieron hacia el aparcamiento y mientras Flora empujaba una carretilla con los paquetes siguía diciéndole que la crisis en el pueblo había sido como una
plaga y luego sacó la historia del marido ingeniero de una amiga suya quien,
tras perder el empleo, había abierto un mesón donde preparaban, él y su esposa, platos caseros, buenos y baratos.
-
Tenemos que ir un día a comer juntas, le dijo Flora introduciendo
los bultos en el maletero del coche. Luego se despidieron prometiéndose verse al cabo de pocos días.
Volviendo
a casa, enfrente de la puerta del garaje, se encontró a María, otra
de sus primas, quien la saludó muy contenta mientras le decía que, a finales de agosto
con su esposo e hija, se iba de viaje en coche por la Toscana.
-
¡Qué bien! Os va a gustar mucho. Supongo que vais a visitar
Firenze
-
¡Por supuesto que vamos a ir a Firenze! Pero la mayor parte de los
días estaremos en Maremma, cerca de las aguas termales de
Venturina.
-
Podemos vernos un día en Firenze. Y aprovechando vuestro viaje, pueda que te pida un
favor, pues tenemos que llevar a Italia unos accesorios que hemos
comprado en España.
-
¿De que accesorios se trata? Le preguntó María un poco perpleja.
-
Se trata de un porta rollos de papel y de dos repisas de cerámica para
el cuarto de baño, le explicó mientras descargaba los paquetes del
coche.
-
Por supuesto, no hay ningún problema, en nuestro coche cabrán de
sobras. Es curioso que hayáis escogido objetos del país y yo que
pensaba que el diseño italiano era el mejor del mundo, vaya, vaya. Dijo risueña María.
Durante la última semana de vacaciones Eloisa
y su marido colocaron en las maletas las piezas más pequeñas,
sin embargo las repisas eran demasiado largas y tuvo que pedir ayuda a la
prima. Quedó en verse con María al cabo de tres días en el pueblo, pues a pesar de que ella viviera en una ciudad no muy lejana, cada dos por tres iba al pueblo a ver a sus padres.
Una
tarde bochornosa, en la que todo el mundo dormía la siesta, se paró, con los paquetes a cuestas en frente de un edificio antiguo. El
apartamento había sido reformado y era muy luminoso. Cerca de un
ventanal halló a sus tíos, rodeados por todos sus descendientes, que disfrutaban en una
bulliciosa sobremesa.
Los
accesorios fueron el tema de conversación principal y Eloisa estaba
contenta, pues gracias a aquellos objetos pasó un rato agradable con
todas aquellas personas.
Los
paquetes con las piezas para el baño fueron depositados en el maletero del
coche de María y allí se quedaron muchos días.
Las vacaciones terminaron para Eloisa. Ella y su esposo se marcharon a Italia con dos maletas repletas, a punto de reventarse, que pesaban como si dentro hubieran puesto piedras.
Las vacaciones terminaron para Eloisa. Ella y su esposo se marcharon a Italia con dos maletas repletas, a punto de reventarse, que pesaban como si dentro hubieran puesto piedras.
Eloisa
y María se parecían un poco, las dos eran sufridoras, por eso la
prima, para no olvidarse de los objetos que debía entregarle, no
quiso que nadie los tocara del maletero del coche.
Por lo tanto los
accesorios dieron muchas vueltas antes de llegar a destino. Primero la hija
ventiañera de María cogió el coche para ir a un festival de
música electrónica a Zaragoza, luego el marido antes de salir de
vacaciones tuvo que ir a Tarragona para gestionar un trabajo y al final ella misma con la hija pequeñna se fue a pasar el día a la playa de Cadaqués.
La pareja con la niña emprendieron el viaje a Italia un
domingo al amanecer. En la frontera francesa unos gendarmes medio
dormidos les obligaron a pararse y les pusieron muchas
pegas por aquellos paquetes misteriosos. Los abrieron, con poco
cuidado delante de ellos, como si fueran culpables de
algo. Los perros antidroga con sus hocicos husmearon los
objetos sin encontrar por supuesto nada.
Cuando
llegaron a la frontera italiana, temían otra movida con perros,
en cambio los carabineros les dejaron pasar sin registrar el coche.
- ¡Qué susto! Me hubiera sabido tan mal tener que dejar los
accesorios de Eloisa en la frontera,!! Suspiró María, ya más sosegada.
Pasaron
unas vacaciones muy bonitas visitando necrópolis etruscas y ciudades
medievales y al cabo de pocos días llegaron a casa de Eloi con
los accesorios sanos y salvos. Eloisa estuvo muy contenta al verlos
y preparó una cena riquísima para ellos y para otros amigos
españoles que habían pasado por casualidad aquella tarde.
Durante
la cena Eulalia, miraba contenta a los comensales y de vez en cuando obserbaba los paquetes que
yacían en el pasillo y pensaba que aquellos
objetos, no sólo iban a mejorar
el cuarto de baño sino que también, habían logrado que sus primas entraran de nuevo en su vida y por supuesto que ella entrara en las suyas.
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