En
aquella temporada llovía cada día, sobre todo por la tarde. En
Bologna, donde había ido con mis alumnos, me remojé, a causa de unos
chubascos muy intensos, mientras visitábamos el casco antiguo la
ciudad; fue entonces cuando empecé a estornudar.
Mi nariz comenzó a desprender agua y por la noche llegó
un resfriado atroz.
-
Quizás me lo ha contagiado mi marido, quien a su vez lo cogió de
nuestro hijo, pues uno tras otro, la semana anterior, estuvieron acatarrados, pensé.
Aquel
fin de semana era un poco especial, pues nos habían invitado a cenar màas de un amigo. Una cena el viernes, otra el sábado y por último una fiesta el domingo.¡Qué locura!!
El
viernes estuve tosiendo y estornudando sentada alrededor de una una mesa muy larga llena de manjares deliciosos. No tenía apetito, mi cabeza
durante la cena se alejaba y perdía algunos trozos
de conversación. Nos pusimos a hablar de agricultura sostenible y luego
sobre la producción de naranjas sicilianas biológicas que un amigo nuestro compraba en la isla y luego vendía en Toscana.
Hacia
medianoche me moría de sueño, sin embargo nadie se levantaba de la
mesa para ir a acostarse. Me sentía sin ánimos, como un bulto al
que se le tiene que arrastrar para moverlo. Finalmente, ya de
madrugada, alguien se levantò de la mesa y luego
todos nos despedimos de los anfitriones que por cierto vivían muy cerca de nuestra casa.
Por la
mañana me desperté temprano con resaca a pesar de que había bebido
muy poco. Me dolía la cabeza y no tenía fuerza, pero decidí
levantarme sin despertar a mi compañero de cama, pues estaba un poco ofendida con él,
por una vieja historia de tareas domésticas. Quería desayunar sola
y pensar en mis cosas.
- ¿Cuáles
eran mis cosas?¿Estar
triste, ofendida y negarme de ver lo bueno que el día me estaba
ofreciendo? Me pregunté.
Al
salir de casa para ir a comprar el periódico y el pan, oí una voz
masculina que me decía:
- ¿A
dónde vas tan deprisa? Anoche os olvidasteis de llevaros las
naranjas sicilianas.
- Iré
a tu casa a buscarlas dentro de media hora ¿Te va bien?
- Si,
te esperamos, dijo mi vecino.
Fui a
recoger una caja de fruta de 15 kilos, y mientras la llevaba a casa
pensé:
- Esperemos que estas naranjas me den un poco de energía.
Estuve
todo el día nerviosa empezando mil cosas sin acabar ni siquiera una.
Tenía un desasosiego inexplicable.
Las
tareas de casa se me presentaban grandiosas, la relación con mi
pareja me parecía que iba a la deriva, notaba que mi cuerpo estaba envejeciendo irreversiblemente, me
agotaba pensar en mis alunnos, en fin todo me parecía difícil de superar.
Aquella
tarde comprendí lo mucho que sufren las personas que tienen una
depresión.
- Es
como un engranaje que se encalla y repite siempre la misma cosa:
todo está cuesta arriba, y al final en la cumbre te espera la
muerte. Eso es lo piensa quien es infeliz, me decía a
mi misma, mientras dejaba un libro y cogía otro.
Generalmente
miro el lado positivo de la vida y no consigo entender el por qué algunas
personas están deprimidas. Sin embargo aquel día al final me dije, como si hubiera descubierto un gran cosa, que de
vez en cuando es bueno ser pesimistas y estar angustiados, pues
es entonces cuando logramos comprender a los que sufren de tristeza
perenne.
Gracias
al gran resfriado y a las naranjas sicilianas aquella tarde me
sentí afortunada.
Me preparé un zumo de naranja y me arreglé para salir. Fue una noche entrañable, disfruté hablando y escuchando a nuestros amigos. El resfriado empezaba a ir de baja y la energía que daban las naranjas iba surgiendo efecto.
Me preparé un zumo de naranja y me arreglé para salir. Fue una noche entrañable, disfruté hablando y escuchando a nuestros amigos. El resfriado empezaba a ir de baja y la energía que daban las naranjas iba surgiendo efecto.
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