Hacía más de 25
años que desde mi cuarto veía dos ventanas gastadas,
sin postigos y ni siquiera protegidas por las persianas verdes,
típicas de Toscana.
Una
mañana de finales de verano llegó un pelotón de albañiles y montó un andamio; entonces comprendí que
la inquilina de en frente, se había mudado.
Siendo
la calle, donde se asoman las ventanas de nuestra casa, bastante
estrecha, en verano al dejarlas abiertas de par en par, llegaban a
mis oídos algunos trozos de conversión que salían del tercer piso
del edificio de en frente.
- No
me iré de esta casa ni que me maten, decía la vecina.
- Mujer, no te obsesiones con ese apartamento que es un cuchitril, le
decía su novio de aquella época.
- El dueño quiere desahuciarme, pero yo lucharé hasta al final.
La inquilina de en frente muy a menudo cambiaba de novio. Al principio eran de su
edad y del país, sin embargo poco a poco los íbamos viendo más
jóvenes y además extranjeros. Uno de ellos, un día, gritó y pataleó muchas horas en frente de su
puerta con una maleta y otros enseres suyos
desparramados por la calle; ella enojadísima se los había
echado por la ventana.
Tenía muy mal genio nuestra vecina, eso pensaba yo hasta que un día
una amiga mía, que la conocía, pues había enseñado con ella en
una escuela donde trabajaba desde hacia muchos años, me dijo:
- Era una buena maestra y se le apreciaba mucho por la paciencia que
tenía con los niños, luego suspiró y siguió diciendo;
- Sin embargo era muy rara; fíjate nunca quiso cambiar de colegio,
prefería madrugar para tomar un autocar de línea cada mañana. Sentenció mi
amiga con énfasis.
- Seguramente le gustaba aquel ambiente escolar, le dije yo.
- No te creas, no se relacionaba con nadie, no quería que sus compañeros
supieran nada de su vida.
- ¡No exageres! Quizá no le guste cambiar sus
costumbres. Le contesté yo.
- No
sé, no sé; sigo pensando que era muy extraña.
Aprendí a conocer y a encariñarme con aquella mujer través de las
palabras tristes que dirigía de vez en cuando a su madre:
- No te invito nunca a mi casa porque siempre me criticas.
- Piensas
que soy una fracasada y te avergüenzas de mí porque no terminé la
carrera, añadía pronunciándolo como una letanía.
- No te quiero ver nunca más, jamás, jamás, decía eso sollozando, asomada a la ventana y con el teléfono en la mano.
Las únicas veces que oía su voz alegre era cuando llamaba a su gato
que corría por los tejados, sin embargo un atardecer estaba como loca buscando al gatito, mientras que con
el novio de turno ponía una tabla de madera entre su ventana y la
pared de la casa lindante. Al cabo de muchas horas, el gato volvió pasando por la tabla, que
luego nadie se molestó en sacar.
No miraba ni saludaba nunca a los vecinos, pasaba por la calle altiva
y segura de sí misma. Parecía que no le interesara el mundo de su
alrededor. Sin embargo un día a finales de verano descubrí que nos
observaba.
Por aquel entonces mi marido se había caído de la bicicleta y se había
roto una clavícula. Llevaba en los hombros un vendaje elastico en ocho y yo le ayudaba a pasar las horas lentas de convalecencia.
Aquella tarde bochornosa le estaba dando masajes en la espalda;
mientras frotaba lentamente sus músculos miré hacia lo alto y vi
que los ojos vivarachos de la maestra nos espiaban. Se escondió en seguida y nunca más volví a cruzarme con
su mirada.
Durante los últimos años sus ventanas, iban perdiendo color, los
cristales estaban polvorientos, una cinta adhesiva pegaba dos trozos del vidrios quebrados y las plantas de las macetas estaban mustias; lo
mismo pasaba con ella, su tez, su pelo y todo su
cuerpo iba descoloriéndose y deformándose, a pesar de haber tenido siempre un
porte distinguido y una figura esbelta. La veía algunas mañanas
en la puerta del bar del barrio, con un vaso de vino en una mano y un
cigarrillo en la otra.
Parecía que su vigor la hubiera abandonado. Los novios poco a poco
iban desapareciendo y creo que por aquella época se jubiló.
No supimos nada más de ella, quien seguramente había debido dejar
el piso cuando nosotros estábamos de vacaciones.
Hace un par de días, que mirando hacia arriba, vi las nuevas persianas verdes; estaban abiertas y en el alféizar había macetas con geranios floridos que daban vida y alegría a la fachada; de esas ventanas renovadas salía por la noche una luz cálida.
- ¿Cómo te imaginas a los nuevos inquilinos? Le pregunté esa noche a mi marido
- Será una pareja joven, dijo él, sin darle importancia.
El domingo siguiente por la mañana,
cuando todavía estábamos en la cama, tal vez estimulado por mi
pregunta de dos días atrás, tal vez insatisfecho con su
respuesta, volvió al tema contándome lo que había soñado
aquella noche:
En un pueblo de la costa, una niña está
sentada en una silla junto a la puerta de la casa, la calle está
desierta y ella está hojeando un libro ilustrado.
De vez en
cuando a través de la ventana abierta llega la voz de una mujer, quien la llama con tono cariñoso como para asegurarse de su
presencia; Entonces, ella levanta la vista del libro y responde a la
mujer siempre con la misma frase: "Abuela, estoy aquí, estoy
leyendo una nueva historia"
Cuando la niña entra en la
casa, bajo la tenue luz de la habitación ve a una mujer desconocida, hablando animadamente con su abuela, tiene un cigarrillo
entre los dedos de la mano izquierda y con la mano derecha hace
gestos perentorios. Cruzando la habitación donde las dos mujeres
discuten, ve su reflejo en el cristal polvoriento de un cuadro
colgado en la pared: se reconoce a sí misma de adulta en la imagen
borrosa de una cara que sonríe.
Las dos mujeres se abrazan. La
mujer joven ahora se mira las manos blancas mientras deshace una
maleta que descansa sobre una cama, en una habitación en la que
nunca había dormido antes, entre la poca ropa de verano está
guardada una caja de cartón llena hojas de colores. En cada folleto ha escrito una palabra con letra bella. Con calma, como si
estuviera componiendo un mosaico, la joven comienza a empapelar las
paredes de la habitación eligiendo un lugar adecuado para cada hoja,
una ráfaga de viento mueve las persianas y ella sonríe mirando
como caen las hojas de colores.
Iba
reconstruyéndo el sueño a través de una serie de fragmentos, pero se
interrumpió admitiendo que eran sólo sensaciones y que quizás no estaban relacionadas las imágenes del sueño con el apartamento de persianas verdes.
Mientras tanto, sopló un viento fuerte que sacudió las cortinas; me levanté y abrí los
postigos de par en par. Mirando hacia las ventanas de la fachada de
enfrente, vi volar ráfagas de pétalos de geranio, como una nube de
confeti de colores; detrás del espacio que dejaban los postigos
casi cerrados entreví la cara sonriente de una chica joven y noté sus manos blancas que abrían lentamente las persianas verdes. Me asombró y me alegró oír su voz dulce que me decía:
- ¡Buenos días!
Persiane verdi
Da
oltre 25 anni, dalla mia camera, vedevo due vecchie finestre senza
imposte e nemmeno protette dalle persiane verdi tanto comuni in
Toscana.
Una mattina di fine estate era arrivata una squadra di
muratori che aveva montato rapidamente un ponteggio, fu allora che mi resi
conto che l'inquilina di fronte era andata via.
Le finestre della
nostra casa si affacciano su una strada molto stretta del centro di Firenze e d'estate, dopo il tramonto, sono spalancate per fare entrare un po' d'aria; ed una di quelle sere estive di qualche anno fa che ho sentito alcuni
pezzi di conversazione provenienti dal terzo piano del palazzo di
fronte:
- Non lascerò questa casa nemmeno morta, diceva la
nostra vicina.
- Cara, non ossessionarti non ne vale la pena,
questo appartamento è un cesso, diceva il fidanzato di
allora.
- Il padrone di casa mi vuole sfrattare, ma io mi batterò
fino alla fine! sosteneva lei.
L'inquilina di fronte cambiava spesso fidanzato.
All'inizio erano italiani e suoi coetanei, ma col passare degli anni
sono comparsi uomini sempre più giovani ed stranieri. Un giorno uno di questi giovani urlò e si disperò per ore davanti alla porta dell'edificio con una
valigia aperta e gli effetti personali sparsi sulla strada; in un
momento di rabbia, lei gli aveva gettato tutta la sua roba dalla finestra.
Aveva un
brutto carattere la nostra vicina, così pensavo finché una mia
amica, che la conosceva perché aveva lavorato nella stessa scuola
dove lei insegnava da anni, mi disse: - E' stata una
buona insegnante ed era molto apprezzata per la pazienza che aveva
con i bambini, poi sospirando concluse dicendo:
- però era anche un po' strana. Pensa! non aveva mai voluto chiedere il trasferimento in città,
preferendo prendere all'alba un pullman tutte le mattine all'alba, disse
la mia amica con enfasi.
- Forse le piaceva quell'ambiente
scolastico, dissi io.
- Non credo, non parlava mai con nessuno di noi
e non voleva che i colleghi sapessero niente della sua vita.
-
Non esagerare. !Forse non le piaceva cambiare le proprie abitudini.
Ho risposto io.
- Non lo so, io continuo a pensare che
era, e forse e lo è ancora, una donna bizzarra.
Ho imparato a
conoscere e ad affezionarmi alla maestra
attraverso le parole tristi che a volte
rivolgeva alla madre:
- Non ti faccio venire mai a casa perché hai sempre da rimproverarmi qualcosa.
- Pensi che io sia una perdente; ti
vergogni di me perché non mi sono mai laureata e diceva
quell'ultima frase come una litania. Poi
si affacciava alla finestra, come se volesse farlo sapere a tutta
la strada e diceva singhiozzando:
- Non ti voglio
più vedere, mai più, mai più.
Le uniche volte che la sentivo
allegra era quando chiamava il suo gatto, che di solito
gironzolava per i tetti. Un giorno al tramonto, però la sentii
molto agitata in cerca del gattino mentre col fidanzato di turno
sistemava un asse di legno tra la sua finestra e le tegole della casa
adiacente. Dopo molte ore, il gatto era rincasato attraverso la
passerella, che poi però nessuno si era preoccupato di rimuovere.
Passava
per la strada con portamento altero senza rivolgere lo sguardo eil saluto ai vicini. Sembrava come se non fosse interessata al mondo che
la circondava. Questo suo incidere fiero e sicuro non veniva però ostentato, in lei appariva piuttosto com e un'abitudine naturale e spontanea. Nonostante questa sua noncuranza del mondo circostante, un giorno di fine estate ho scoperto che stava scrutando in camera nostra. In quel periodo U. si era fratturato la clavicola cadendo dalla bicicletta e indossava una bendaggio di
tela rinforzata che lo impediva molto nei movimenti. In quel pomeriggio afoso mentre gli stavo massaggiando
la schiena, mi sembrò
di vedere gli occhi vivaci della
maestra che
ci spiavano. Al sentirsi scoperta si ritrasse rapidamente verso la penombra della stanza cercando di nascondersida eda allora non ho mai più incrociato il suo sguardo.
Negli ultimi anni il legno delle sue finestre avevano perso il colore, la vernice si era staccata ei vetri erano diventati opacchi dalla polvere, un nastro adesivo di colore marrone teneva uniti i pezzi di un vetro rotto e le piante
nei vasi erano seccate. Sembrava che lo stesso processo si fosse impadronito di lei e che non facesse nulla per rallentarlo, le si erano
scoloriti i capelli e la carnagione, la sua figura slanciata e il portamento distinto venivano come nascosti da un corpo anonimo.Ogni tanto, di mattina, la vedevo davanti al bar del
quartiere con un bicchiere di vino in una mano e una sigaretta
nell'altra. Sembrava che il suo antico vigore l' avesse
abbandonata. Lentamente i fidanzati erano spariti e, credo dopo
essere andata in pensione, aveva lasciato Firenze.
Un paio di giorni fa, guardando in alto
ho visto le nuove persiane verdi, erano aperte e sul davanzale
c'erano vasi di gerani fioriti, che davano nuova vita alla facciata; la
sera dalle finestre rinnovate usciva una luce calda.
-
Come immagini i nuovi inquilini? Ho chiesto a mio marito quella
notte.
- Sarà una giovane coppia, ha detto lui senza dar troppa
importanza alla cosa.
La
mattina della domenica seguente, mentre eravamo ancora a letto, forse
stimolato dalla mia domanda di qualche giorno prima, forse
insoddisfatto della sua risposta, lui è tornato sull'argomento
raccontandomi il sogno che quella notte aveva fatto:
In
un paesino di mare, una bambina è seduta su una seggiolina accanto all'uscio di casa, la strada è deserta e lei è
intenta a sfogliare un libro illustrato.
Ogni tanto dalla
finestra aperta, le giunge la voce di una donna non più giovane che
la chiama con tono affettuoso come per assicurarsi della sua
presenza; allora, lei alza lo sguardo dal libro e risponde alla donna
sempre con la stessa frase: “nonna, sono qua, sto leggendo una
storia nuova.
Quando
la bambina rientra in casa, nella penombra del soggiorno vede una
donna, a lei sconosciuta, che parla animatamente con la nonna, ha una
sigaretta fra le dita della mano sinistra, con la destra disegna in
aria figure perentorie. Traversando la stanza in cui le due donne
discutono, vede la sua immagine riflessa sul vetro polveroso di un
quadro appeso alla parete: l'immagine sfocata mostra un volto
sorridente nel quale riconosce se stessa ormai adulta.
Le due donne si abbracciano. La
giovane donna ora guarda le sue mani bianche mentre disfano una
valigia appoggiata su un letto, in una camera nella quale non ha mai
dormito prima, fra i pochi indumenti estivi vi è riposta una scatola
di cartone piena di foglietti colorati.
Con
caligrafia accurata, su ciascun foglietto ha trascritto una parola. Con
calma, come se stesse componendo un mosaico, la giovane donna inizia
a tappezzare le pareti della stanza scegliendo per ciascuno foglietto
un posto adatto, dalle persiane giunge una raffica di vento e lei guarda sorridente cadere i foglietti colorati.
Aveva raccontato il suo sogno
ricostruendolo attraverso una serie di frammenti, ma si era
interrotto ammettendo di non cogliere, al di là di vaghe sensazioni,
un nesso fra le immagini sognate e l'appartamento dalle persiane
verdi.
Intanto, si era levato un vento forte che scuoteva lo stuoino
della nostra finestra, mi sono alzata e ho aperto le imposte. Guardando verso le finestre di fronte ho visto
volare, come una nuvola di coriandoli colorati, i petali dei gerani
agitati dal vento, dietro la fessura delle persiane socchiuse ho
scorto il volto sorridente di una giovane donna e in primo piano le
sue mani bianche che aprivano lentamente le persiane verdi. Mi ha sorpreso, ma soprattutto rallegrato, sentire la sua voce dolce che mi diceva:
- Buon giorno.