No me podía
sacar de la cabeza la imagen de nuestro planeta envuelto en una capa
de insectos enormes que, enlazados uno al lado de otro, estaban
cubriendo nuestro cielo.
Teníamos
poco tiempo para salvar la Tierra y todo el mundo corría.
Mis
ojos miraban hacia arriba y veían a aquellos bichos que estaban
inmóviles como si supieran que el solo hecho de ser tan feos ya nos
asustaría. Cuando empezaba a dolerme el cuello de tanto espiarlos
agachaba la cabeza y en el suelo seguía viendo lo que no quería
ver: una multitud de recintos cuadrados de casi un metro de lado,
hechos con ladrillos y pintados de blanco en los que había muchos
huevos de insecto.
Ni
para arriba ni para abajo podíamos escaparnos de aquellos isópteros.
De
repente vi a lo lejos la boca de un pasillo subterráneo y empecé a
correr para alcanzarlo. Tenía que cruzar las incubadoras de insectos
para salvarme pero antes de penetrar por aquel cubículo miré hacia
el cielo y vi que quedaba sólo un trocito de azul.
Sentía
que iba creciendo rápidamente dentro de mí un terror y una angustia
que me impedían mover las piernas. Intenté menear el cuerpo y me
senté.
Abrí
los ojos. Estaba sudada y atemorizada pero estaba en mi cama. Cogí
el despertador y vi que eran las cuatro de la madrugada.
Quizás
mi sueño estaba relacionado con el viaje que debía hacer aquella
misma tarde.
Por
la mañana iría a dar clases al Instituto. Luego tenía que
presentarme al ambulatorio para una mamografía y a media tarde
cogería el autobús para el aeropuerto.
Ya
hacía casi cinco meses que había fallecido mi padre, por
consiguiente tenía que ir a mi pueblo natal de la costa catalana,
para arreglar algunos documentos relacionados con su testamento.
Por
teléfono les había dicho a mis hermanos, quienes siguen viviendo en
el pueblo donde nacimos, que me gustaría alojarme en la vieja casa
de nuestro padre.
Mi
hermana que es la más sufridora de la familia, empezó diciéndome
que, qué iba a hacer allí sola, que la casa se estaba cayendo de
vieja y que habría muchos bichos.
Entonces
me acordé de una noche de primavera en la que mi padre y yo
luchábamos con un ejercito de hormigas gigantes con alas. El las
llamaba termitas, pero no se si se trataba de aquella especie.
Eran
insectos muy feos que salían a través del zócalo de la entrada y
del pasillo de la planta baja y que a millares invadían las
baldosas.
Nosotros
armados con escobas e insecticidas, a lo largo de la noche, matamos a
muchas de ellas, pero no conseguimos exterminarlas.
Al
día siguiente mi padre llamó a un albañil para que tapase todos
los agujeros y pequeñas fisuras que había en la pared. Creo que
desde entonces los bichos habían desaparecido de nuestra casa.
Sin
embargo el recuerdo de aquellos insectos había sido una pesadilla
para mí y para mi padre, por eso temía hallarlos de nuevo.
Entrar
en la casa donde había nacido y escuchar aquel gran silencio fue
triste para mí, pues en ella desde hacía tres siglos había habido
vida. Desde la muerte de mi padre estaba deshabitada, solo el enorme
gato de mi madre moraba en el jardín. Mi hermana cada día iba a
darle de comer al pobrecito.
Abrí
todas las ventanas para que entrara aire y la luz de la calle, luego
limpié la habitación donde iba a dormir y el cuarto de baño.
Durante
aquellos días las horas pasaron rápidas yendo de una oficina a
otra, ya que siempre salían pegas. Los trámites fueron largos y
pesados pero al final firmamos las escrituras.
El
último día llegamos a casa de mi hermana agotados, pusimos la mesa
y calentamos una sopa de espárragos, que había preparado ella la
noche anterior. Hacia las dos y media mientras sorbía la primera
cucharada de aquel delicioso manjar sonó el teléfono. Era un
empleado del ayuntamiento quien nos comunicaba, que ya estaba
preparada la documentación para el cambio de nombre del nicho
cementerio.
Nos
pusimos a reír los tres, ya que la situación era cómica: nosotros
nos preocupábamos por la sucesión y segregación de los inmuebles
heredados y el empleado nos recordaba indirectamente donde iríamos a
parar una vez muertos.
Volví
al caserón ya más relajada después de haber reído con mis
hermanos.
Entrando
vi de nuevo algunos bichos que corrían por todo el pasillo, pero
esta vez no me impresionaron, quizás porque aún no eran muchos y
sobre todo porque era como si el sueño de los insectos me hubiera
preparado para volver a verlos.
Antes
de hacer la maleta llamé al albañil para que arreglara las quiebras
de la pared.
Mi
hermano me acompañó al aeropuerto hacia el atardecer de un día de
primavera muy raro porque frío y lluvioso.
Un
locutor en la radio declaraba que hacía más de doscientos años que
no se había hecho un mes de mayo tan malo.
Al
llegar le dije que no bajara del coche y que me dejara en la entrada
del aeropuerto pues llovía a cántaros y no deseaba que él se
mojase.
Nada
más despegar me dormí leyendo el libro que había sido mi fiel
compañero durante aquel viaje. Me despertó el temblor ligero de mi
asiento. Me levanté y fui al pequeño lavabo. Mientras me echaba un
poco de agua en la cara una fuerza vertical me sacudió
violentamente.
El
capitán anunció que cruzábamos una zona con turbulencias fuertes y
que teníamos que sentarnos y abrocharnos en seguida los cinturones.
Fui
corriendo a mi asiento, cerré los ojos e intenté sacarme de la
cabeza el miedo que me invadía mientras mi cuerpo botaba.
En
aquellos momentos el único pensamiento que me distrajo y me ayudó
fue el de los bichos.
Esos
insectos, que hacía unos días me habían asustado tanto, lograron
calmarme y que dejara de pensar en que el avión iba a estrellarse.
Me imaginé que bajo las nubes había un montón de bichos, quienes
enlazados formaban una capa elástica y resistente, que seguramente
impediría que nos cayéramos al suelo.
Insetti
Non riuscivo
a togliermi della testa l'immagine del nostro pianeta avvolto da uno
strato di insetti giganti che, legati tra di loro, oscuravano
lentamente il nostro cielo.
Avevamo poco
tempo per salvare la Terra e quindi tutte le persone correvano.
Guardavo,
con la testa in su, quegli enormi insetti che restavano immobili come
se sapessero che il loro brutto aspetto ci avrebbe spaventati.
Quando ho
cominciato a sentire dolore nella base del collo ho piegato la testa
e ho visto quello che non avrei voluto vedere: una miriade di
recinti quadrati di circa un metro di lato, costruiti con mattoni e
dipinti di bianco nei quali c'erano molte uova di insetto.
Non potevamo
scappare da quegli isotteri né all’ in su né all’ in giù.
All'improvviso
ho visto in lontananza l'entrata di un corridoio sotterraneo e ho
cominciato a correre per raggiungerla. Dovevo attraversare le
incubatrici di insetti per potermi salvare, ma prima di infilarmi
attraverso quel cunicolo, ho guardato verso il cielo e ho visto che
rimaneva solo un pezzettino azzurro.
Sentivo che
aumentava dentro di me la paura e l'angoscia che mi impedivano di
muovere le gambe.
Ho cercato
di svincolarmi e mi sono trovata a sedere. Ero sudata e impaurita ma
almeno ero nel mio letto. Ho guardato la sveglia e ho visto che erano
le quattro del mattino.
Forse il mio
sogno aveva qualcosa a che vedere con il viaggio che quello stesso
pomeriggio dovevo intraprendere.
La mattina
sarei andata a scuola per fare lezione ai miei alunni. Dopo dovevo
andare all'ambulatorio a fare una mammografia di controllo e nel
primo pomeriggio avrei preso l'autobus per l'aeroporto.
Erano
purtroppo quasi cinque mesi che era morto mio padre, quindi dovevo
andare al paese della costa catalana dove sono nata per sistemare
alcuni documenti richiesti per l'apertura del suo testamento.
Al telefono
avevo detto ai miei fratelli, i quali ancora vivono nello stesso
paese dove siamo nati, che volevo dormire nella vecchia casa di mio
padre.
Mia sorella,
che è quella più ansiosa della famiglia, mi ha detto:
- soffrirai
di solitudine, inoltre la casa cade a pezzi ed è piena di bichos.
Allora ho
ricordato una sera di primavera nella quale mio padre ed io lottavamo
con un esercito di gigantesche formiche alate. Lui le chiamava
termiti, ma non so se si trattava di quella specie.
Erano
insetti piuttosto brutti che spuntavano lungo il battiscopa
dell'entrata e del corridoio del pianterreno coprendo quasi tutto il
pavimento.
Noi due, con
delle scope e l'insetticida, in quella lunga notte ne abbiamo
ammazzate tante, ma non siamo riusciti a sconfiggerle.
Il giorno
successivo mio padre ha chiamato un muratore per fargli chiudere
tutti i buchi e le piccole fessure che si erano formate nelle pareti.
Credo che da allora le termiti siano sparite dalla nostra casa, ma il
ricordo di quegli insetti era per mio padre e per me un incubo, per
questo temevo di ritrovarli.
Era la prima
volta che entrando in quella casa sentivo un gran
silenzio Essa era stata ininterrottamente abitata per più di tre
secoli; dalla morte di
mio padre era disabitata, per dire il vero era rimasto un unico
inquilino: l'enorme e vecchio gatto di mia madre, che vivacchiava
nel giardino. Mia sorella tutti i giorni andava a dargli da mangiare.
Ho
spalancato tutte le finestre per fare entrare l'aria e la luce della
strada e ho messo a posto una camera da letto e il bagno.
In quei
giorni le ore sono trascorse in fretta dato che dovevamo recarci nei
vari uffici amministrativi per risolvere i tanti problemi che via
via sorgevano.
La messa a
punto della documentazione è stata più lunga del previsto ma
finalmente l'ultimo giorno siamo riusciti a firmare il testamento. Quando siamo arrivati a casa di mia sorella eravamo stanchi e
affamati. Abbiamo apparecchiato e riscaldato una minestra di
asparagi, che lei stessa aveva cucinato il giorno prima.
Verso le due
e mezza, mentre assaggiavo la prima cucchiaiata è suonato il
telefono.
Era un
impiegato del comune, il quale ci comunicava che erano pronti i
documenti necessari per il cambiamento di proprietà della tomba
della nostra famiglia.
Ci siamo
messi tutti a ridere di quella comica situazione: noi eravamo tutti
presi e
preoccupati per la successione e segregazione di beni immobili e quel impiegato ci ricordava che avevamo eredidato anche un posto al cimitero.
Sono
ritornata alla vecchia casa più rilassata dopo le risate fatte
con i mie fratelli.
Nell'entrata
ho rivisto alcuni insetti che si muovevano per il corridoio, ma
questa volta no mi hanno impressionata, forse anche perché erano
pochi e soprattutto perché il sogno degli insetti mi aveva
preparato alla loro apparizione.
Prima di
fare la valigia ho chiamato il muratore perché venisse a mettere a
posto le fessure della parete.
Mio fratello
mi ha accompagnato all'aeroporto verso l'imbrunire di un giorno di
primavera molto strano perché freddo e piovoso.
Alla radio
dicevano che era più di duecento anni che non si era visto un mese
di maggio così brutto.
Appena
arrivati gli ho detto di non scendere dalla macchina e di lasciarmi
all'entrata dell'aeroporto giacché veniva un diluvio e non volevo
che lui si bagnasse.
Subito dopo
il decollo mi sono addormentata con in mano il libro che era stato
il mio fedele compagno di viaggio. Mi sono svegliata di colpo in
seguito a un intenso tremolio.
Mi sono
alzata e recata nella piccola toilette. Mentre mi stavo sciacquando
il viso una grande forza verticale mi ha sbatacchiata violentemente.
Ho sentito
la voce del capitano che annunciava che stavamo attraversando una
zona con delle forti turbolenze e quindi che dovevamo rimanere nei
nostri sedili e allacciarci le cinture.
Sono andata
di corsa al mio posto, dopo un po' ho chiuso gli occhi per tentare
di scacciare dalla testa il terrore che sentivo mentre il mio corpo
rimbalzava.
In quel
momento l'unica cosa che mi ha aiutata è stato pensare agli
insetti.
Quegli
animaletti, che pochi giorni prima mi avevano tanto spaventata, sono
riusciti a calmarmi e a non farmi temere che l'aereo avrebbe potuto
precipitare.
Avevo
immaginato che sotto le nuvole ci fosse una miriade di insetti i
quali, legati tra loro, formavano uno stato elastico e resistente,
che sicuramente ci avrebbe impedito di cadere.