domenica 20 agosto 2023

María - Cap 8 ( en español)

 


Desde que Mariano empezó a tomarle cariño a Isabel, pensaba menos en María, la chica catalana que conoció en el barco. Saliendo con aquella muchacha cubana, perdió la costumbre de sentarse en la puerta de la farmacia, esperando con ansiedad a que llegara el cartero. Hasta que una mañana le llegó la carta que tanto esperaba. Rasgó el sobre y sacó las dos hojas de papel fino con mucha ilusión. Leyó con impaciencia las primeras líneas y se enteró de que María había estado muy enferma, se paró y suspiró, pero luego, a medida que seguía leyendo, le faltó el aire y tuvo que sentarse.

La señora Valls, fue la primera de la finca en contagiarse y falleció antes de que llegara el médico. María enfermó pocos días después y estuvo varias semanas entre la vida y la muerte. El señor Valls, tras enterrar a su mujer en la parte del jardín más apartada de la finca, se ocupó de María día y noche, no quiso de ninguna manera que nadie más la atendiera. La cuidó con esmero y poco a poco ella se fue restableciendo.

Cuando María ya estaba del todo recuperada, el señor Valls y Alfredo, el mayordomo, cayeron enfermos, uno detrás de otro. Los dos hombres habían vivido muchos años bajo el mismo techo, primero en Cataluña y luego en Cuba. Alfredo había visto nacer a su dueño y le tenía un gran aprecio, habría dado su vida por él. A pesar de sus evidentes síntomas de calentura e ictericia, Alfredo cuidó a su amo, hasta que se desmoronó y empezó a delirar, entonces María se ocupó de ellos. De noche estaba horas y horas a la cabecera de los dos hombres, les ponía trapos mojados en la frente, les daba agua y les susurraba que poco a poco iban a curarse. María rezaba para que se pusieran buenos. De día descansaba unas horas, dejando a los dos enfermos en manos de una sirvienta que ya había pasado la enfermedad.

El señor Valls, después de una semana de fiebre altísima, empezó a bajarle la fiebre, pero tuvo que guardar cama algunos días más, pues estaba muy débil y con la piel tan amarilla que no se sabía si viviría, pero al final se salvó. Alfredo, como la mayor parte de la servidumbre, no tuvo la misma suerte, murió en los brazos de Ramón Valls, quien quiso enterrarlo junto a Eulalia, su esposa, aun sabiendo que ella lo detestaba.

La fiebre amarilla causó muchos muertos, sobre todo en las plantaciones donde los esclavos vivían amontonados en barracones. Durante más de dos siglos (del XVII al XIX) la fiebre amarilla fue una misteriosa enfermedad que asolaba las zonas tropicales de América y África causando devastadoras epidemias. Nadie sabía de dónde había salido aquella plaga, ni cómo curarla.

Tuvieron que pasar algunos años hasta que las universidades empezaran a ocuparse de la pandemia, entre 1883 y 1897, varios científicos creyeron haber identificado al agente causante, pero sus teorías no encontraban consenso. Unos años más tarde, un equipo de cirujanos y microbiólogos cubanos empezó a trabajar en torno a una hipótesis: los mosquitos servían como huésped intermedio del parásito de la fiebre amarilla. A comienzos del siglo XX, distintas investigaciones buscaron identificar la causa de la transmisión, pero a través de unos métodos ciertamente cuestionables, pues algunos médicos y voluntarios, que se dejaron inocular los gérmenes de la enfermedad, dieron su salud y su vida por la ciencia y sólo muchos años más tarde se descubrió que ese parásito era un virus.

Después de la epidemia, la finca de los Valls cayó en desgracia y los pocos criados y jornaleros que se salvaron huyeron. Gran parte del ganado, caballos, vacas, bueyes y toros, fue robado, algunas reses murieron, otras escaparon. María también hubiera podido abandonar la granja, sin embargo, no tuvo agallas para hacerlo. Sintió el impulso de escapar e ir a buscar a Mariano a La Habana, pero al final decidió no moverse de allí, para ayudar al señor Valls, que se había quedado completamente solo. María, la chica enclenque, a quien llegando a Cuba le daba miedo cualquier cosa, se puso al frente de la hacienda ganadera de los Valls.

Los meses iban pasando. Ramón Valls se recuperó completamente y con la ayuda de María empezó a ocuparse de las tareas de la granja. Compraron ganado, caballos, vacas, bueyes y cerdos, contrataron a una nueva cocinera, a un puñado de criados y a una patrulla de jornaleros y de nuevo pusieron en marcha los corrales.

En aquellos días el señor Valls no paraba de alabar a María, diciéndole que había sido su ángel salvador. Sentía ternura y amor por aquella chica tan leal que le había salvado la vida y la hacienda. Al cabo de pocas semanas le pidió que fuera su esposa. María, después de la muerte de la señora Valls, empezó a tenerle apego a Ramón Valls. El haberse cuidado mutuamente durante la enfermedad los unió férreamente. Eran felices como dos niños a quienes se les ha dado libertad, después de un castigo, se sentían a sus anchas sin la enfadosa e impertinente señora Valls, que jamás había soportado vivir en Cuba y que se enojaba y reñía con todo el mundo. María aceptó sin titubeos la propuesta de matrimonio de su amo.

Leyó tres veces la última parte de la carta, para intentar vislumbrar un destello de esperanza, pero no lo logró.


me sentía sin fuerzas, pero tenía que resistir, pues en la granja íbamos cayendo uno a uno. No te puedes imaginar lo horrible que fue, no sabíamos en dónde enterrar a los muertos. Pero ahora, gracias a Dios, todo ha pasado. La carta en la que me pedías si quería ser tu esposa, me llegó hace pocos días, me alaga que me aprecies tanto, pero en su día tomé mi decisión de casarme con Ramón Valls y no creo que de haber recibido tu carta antes hubiera cambiado algo. Ramón se ha portado muy bien conmigo, le estoy muy agradecida y estoy empezando a amarle. En el barco yo también me sentí atraída por ti, pero luego estuvimos separados demasiado tiempo. Yo te estuve esperando cinco largos años, pero todo cambió tras la fiebre amarilla. Me gustaría que vinieras a la finca. Ramón sabe que nos escribimos y estaría contento de que vinieras a vernos. Es muy buena persona. Espero que estés bien y que logres realizar tus proyectos.

Te recordaré siempre.

María Plana y Tarrades


Mariano estuvo dos días reflexionando antes de contestar a María, cuando lo hizo le prometió que cuando la guerra acabara alquilaría un coche de caballos para ir a verla, pero que en aquel entonces no podía hacerlo, pues la situación política de Cuba en lugar de mejorar iba empeorando.

- Voy perdiendo a las personas que más quiero. He tardado demasiado en ir a buscar a María... tenía que haberme decidido antes, se dijo desconsolado.

Sin embargo, al cabo de unas semanas reaccionó y se animó pensando en que ya era hora de volver a Cataluña.

- He de preparar bien mi vuelta a casa, se dijo bastante convencido, a pesar de que temía que llegando a España lo podían detener.

En 1876 se dio por terminada la tercera guerra carlista, pero en realidad hasta principios del año 1878 en Cataluña se siguió luchando, sobre todo a través de guerrillas sanguinarias que provocaron centenares de muertes en los dos bandos. Por consiguiente, Mariano tuvo que demorar otro año más su visita a María y su salida de Cuba.

Siguió trabajando en la Farmacia, pero a regañadientes, pues no se llevaba muy bien con Josep, el sobrino de José Sarrá que se encargó de la farmacia después de la muerte del tío. Ignacio, el otro sobrino, volvió a España, airado, pues su tío no lo había nombrado en el testamento. Mariano echaba de menos a su antiguo benefactor y amigo, que había vuelto a Barcelona, para cuidar a su mujer enferma, sin embargo, fue él, y no su esposa, que a los pocos meses falleció de un ataque al corazón. Antes de que José Sarrá se muriera, Mariano le escribió algunas cartas, pero nunca le comentó el mal carácter de su sobrino, pues no quería apenarlo.

Josep era un hombre joven e inteligente pero muy nervioso, dormía poco y trabajaba de noche buscando remedios para las enfermedades tropicales. Llevaba siempre una bata blanca y no se sacaba nunca sus anteojos de miope, valía mucho como químico farmacéutico, pero no sabía tratar a la gente, era huraño y quisquilloso con todo el mundo. Gritaba y no tenía paciencia con nadie, solo se deleitaba haciendo experimentos en su laboratorio o limpiando las jaulas de sus pajaritos. Mariano a veces lo observaba y no entendía cómo un hombre tan cariñoso con sus canarios fuera tan malhumorado con sus empleados. Era un solterón empedernido que cada mañana se enfadaba con la cocinera, que era por cierto una mujer mulata, muy cumplidora y agradable.

Mariano oía los reproches que Josep hacía a la cocinera: - No entiendo qué te cuesta hornear una hogaza y prepararme un par de rebanadas de pan con tomate. ¡Te sale una birria! Y no es culpa de la harina o del agua de La Habana.

Luego se calmaba y le decía sin gritar tanto:

- Hace semanas que te lo llevo diciendo, ponle maña, pero tú como si nada.

El sobrino del señor Sarrá había cambiado varias veces de cocinera, pero siempre estaba insatisfecho y se quejaba de todas.

- ¡Pobres cocineras! ¡ Y qué paciencia que tenemos que tener todos con ese hombre protestón! Se decía Mariano cada vez que oía su voz chillona.

A Mariano Josep le hablaba en catalán y a él no le gritaba casi nunca; era sobre todo con la servidumbre que sacaba su mal carácter.

Un día Mariano oyó en la Farmacia que un cliente, un señor de Reus, le decía a Josep que buscaba un contable. Mariano no se lo pensó dos veces y al día siguiente fue al almacén del comerciante catalán, que compraba tejidos en Cataluña y los vendía en Cuba, para hablar con él.

A principios de 1878 consiguió un empleo en el despacho del señor de Reus y alquiló un cuartucho en la calle de San Ignacio.

Tras algunas peripecias, logró dejar la farmacia, pero a Josep le molestó mucho que se fuera.

- ¡Qué desfachatez! ¿Así nos pagas por todo lo que los Sarrá hemos hecho por ti? Si sales por esa puerta, olvídate de mí, jamás podrás volver, le gritó Josep.

Mariano se marchó alterado por las palabras del farmacéutico, olvidándose que había escondido sus monedas de plata en una viga de la trastienda. Para poder recuperarlas, tardó varios meses, tuvo que sobornar a un criado, pues Josep ordenó a la servidumbre que no lo dejaran entrar por ningún motivo.

El señor barrigón de Reus resultó ser un refunfuñón, pero Mariano aguantó varios meses trabando en su despacho, pues no quiso de ninguna manera reconocer que se había equivocado dejando la farmacia. María seguía escribiéndole cartas, lo invitó varias veces a la finca pero Mariano fue postergando la visita.

El rey Alfonso XII, hijo de Isabel II, después del fracaso de la República reinó en España y en 1878, puso definitivamente fin a las guerrillas carlistas. En Cuba, el conflicto entre la madre patria y los separatistas tuvo también unos años de tranquilidad. Por fin, en febrero de 1878, se firmó un deslucido pacto entre los españoles y los separatistas, agotados por la contienda, un acuerdo sin valor que no resolvía nada y concedía muy poco a la causa rebelde. Indignado y desilusionado, Maceo dio a conocer su disconformidad en la Protesta de Baraguá, pero, tras un breve intento frustrado de reanudar la guerra en 1879 (la llamada guerra chiquita), tanto Gómez como él desaparecieron en un exilio prolongado.

Mariano, aprovechando el período de paz en ambos países, pensó de nuevo en que había llegado el momento propicio para dejar el empleo de contable y volver a España; sin embargo, las cosas fueron de otra manera.

Mariano estaba esperando que Miguel y el Capitán regresaran a La Habana para embarcarse en su navío, pero una mañana se presentó Pedro, en la oficina donde Mariano trabajaba, para ofrecerle que entrara en la sociedad comercial que fundó años atrás con sus hermanos. Le dijo que lo necesitaban, pues Pau, su hermano mayor, había caído enfermo. Una embolia cerebral le había dejado paralizada la parte derecha del cuerpo. Desde siempre él se dedicaba a comprar género y a llevar las cuentas.

- Pepe y yo sólo sabemos despachar, por eso te necesitamos, le suplicó Pedro.

Mariano no podía perderse aquella oportunidad, por eso postergó de nuevo su viaje a Barcelona y se trasladó a vivir a la calle Mercaderes, al lado de la tienda de los tres hermanos. Estaba satisfecho, finalmente podía dedicarse al comercio de semillas.

Telegrafió a Miguel para que le trajera semillas de España. Cuando Miguel y el Capitán llegaron a La Habana, fue una gran alegría para él poder abrazarlos y descargar la mercancía que les había pedido. Pagó con sus monedas de plata los sacos de semillas y en seguida los fue vendiendo. Más tarde también comerció con patatas de siembra y poco a poco la tienda empezó a florecer.

En 1880 recibió una carta de Felipe. La carta llegó a la tienda una mañana de primavera. Estuvo muchas horas sin leerla, pues tenía miedo, recordando el desengaño que tuvo leyendo la tan esperada carta de María. Por la noche, a solas, abrió el sobre y empezó a leerla.

Felipe le contaba que vivía escondido en la campiña, que no le podía decir dónde y le hablaba entusiasmado de José Martí.


Cuando ha llegado la hora, ha aparecido el hombre que necesitábamos. José Martí es sencillo, generoso y listo, es un poeta, un visionario e intelectual (ha estudiado en Cuba y en España). Se ha convertido para todos los que queremos una Cuba libre en una figura patriótica. Entregado por entero a la causa de la resistencia pacífica, Martí escribe, dialoga, eleva peticiones y organiza la independencia de Cuba… Yo le ayudo y creo en él. Espero que se llegue nunca más a las armas…

Me haré vivo dentro de poco, si todo sale bien, vendrá a buscarte un coche de caballos, al anochecer del primer sábado de luna llena.

Un abrazo.

Felipe