La mujer ha decidido mudarse de casa. Deja a
su marido que se apañe solo en el viejo caserón del pueblo, donde
vivieron años y años sus antepasados. Coge el tren y se marcha a la ciudad donde
viven dos de sus hijos. Estrena un piso de un edificio ubicado
entre los dos apartamentos de los muchachos. Desde la ventana ve su
sombra detrás de las cortinas. Uno vive con su pareja, el otro con
amigos. La hija mayor estudia y hace prácticas en un despacho, el pequeño toca
la guitarra eléctrica en un grupo de música rock que, de concierto en concierto, recorre media península.
Al principio
cuando le dijeron que querían irse de casa sufrió mucho, sin
embargo ahora que ha tomado la decisión de alcanzarlos está mucho
mejor. Los chicos hacen su vida, ella no se entromete, sólo observa
por la ventana sus idas y venidas.
De
vez en cuando vuelve al pueblo, para hacerle la compra y prepararle
la comida al marido. No se siente para nada culpable, pues a sus
sesenta y pico de años ha decidido hacer lo que llevaba anhelando toda la
vida.
-
Antes de que sea demasiado tarde quiero irme de aquí. No quiero morirme
en el caserón de mis antepasdos, quisiera llenar baules y maletas con mis cosas,
le dice al marido.
El
marido no ha aceptado del todo su decisión, pero calla, pues su
mujer parece otra, de lo contenta que está, se le han ido todos los
males.
Ella
tiene ahorrado un poco de dinero, por eso él no ha podido impedir
que alquilara un departamento en la ciudad. A ella le gustaría que
él fuera a pasar unos días con ella, pero aún no la ha conseguido,
pues a él le encanta el campo, cada día, a pesar de sus casi
setenta años, se entretiene en el huerto, plantando, regando o
recogiendo hortalizas.
Los
hijos no saben que la madre pasa muchas horas en el piso de la
ciudad, nadie se lo ha dicho, es un secreto que ella quiere guardar
hasta la muerte, pues no quiere que se sientan espiados.
Los
chicos vuelven poco al pueblo, sólo para las fiestas. Un día les traen un regalo a los
padres: una caja de madera entallada, con botellas de agua, de vidrio verde, de un manatial
de los Pirineos.
El
hijo pequeño les dice a los hermanos:
-
Es el mejor regalo que les podíamos hacer a nuestros padres, son tan
prudentes y cuidadosos con su dieta, que el agua buena es lo que
más van a disfrutar.
A
veces la hija viaja de paso por la comarca, sobre todo para ir a divertirse con los amigos, sin embargo no siempre va a ver a sus padres. Sentada en el tren, mirando las casas del
pueblo que van desaparenciendo lentamente por la ventanilla, se siente
un poco culpable por no haberse apeado en la parada de la aldea, pero se
distrae en seguida, hablando con algún pasajero, hasta que una niña
desde el andén le grita:
-
¿Cuándo vas a volver a casa de los abuelos?
La
chica se estremece y no logra sacarse de la cabeza la cara de alegría que ponen sus padres cuando logran reunirlos a ellos, a los tres hijos, en
el viejo caserón.
Me
despierto, me siento en la cama y me engaño unos segundos, creyendo que mis padres aún están vivos, pues sigo viendo la sonrisa de sus labios, ella entre visillos mirando por la ventana y él en el
huerto regando sus hortalizas.