Aquella
mañana era para mí como si fuera el primer día de vacaciones. Aún
faltaba un poco para acabar el curso y por consiguiente tenía pendientes muchas
tareas: corregir pruebas parciales, hacer evaluaciones, preparar
y efectuar los exámenes finales. Pero aquel
lunes de mitades de junio, sin tener que dar clases, me pareció
todo un regalo.
Quería ponerme un
vestido fresco ya que desde hacía dos días había llegado de golpe
el calor y el bochorno en la ciudad.
Abrí el
armario y entre todos mis vestidos escogí el azul, que me había
regalado Carla hacía muchos años. Repentinamente me llegaron sus
palabras:
-
Te he traído un traje que a mí me queda pequeño, pero a ti
te va a caer fenomenal, me dijo una tarde sentada en un banco del parque donde solíamos
ir con los niños en los días soleados.
- Muchas
gracias eres muy amable. Me gusta mucho, es un vestido especial: sencillo y llamativo a la vez por los
cortes laterales que le dan un aire un poco provocativo. Me lo voy a probar mañana mismo
y luego te contaré como me queda. Le dije muy contenta.
Al día
siguiente fui a su casa con el vestido puesto. Era de mi medida. Iba
muy a gusto con él pues sentía que el lino me acariciaba y
refrescaba la piel y sobre todo sus distintas tonalidades me
recordaban el mar.
Carla se
alegró al verme vestida de azul y en seguida me contó cómo había dado con aquella prenda.
- Es un
traje que hallé revoleando la ropa de un tenderete
en un mercadillo, donde vendían ropa nueva, un poco pasada de moda,
pero de buena costura. El vendedor me dijo que procedía del
guardarropa de una tienda antigua que había quebrado, porque la dueña, quien tenía la costumbre de ponerse prendas o adornos azules, se
había enamorado de un canta mañanas que le había chupado todos sus
haberes. El establecimiento, ya famoso desde el siglo pasado por sus modelos originales, era muy renombrado en la ciudad y a él acudían señoras ricas, cantantes de ópera y actrices. Se nota,
por su corte, por su color y por el tejido, que es todo un señor vestido, acabó diciendo.
- me siento
orgullosa de llevar uno trapito cuya confección tiene tanta historia, le dije dando
la vuelta y agarrando hacía arriba los lados de la falda.
-Yo me lo puse poco, porque engordé y no conseguía abrocharlo bien, sin embargo en seguida descubrí esa gracia que tiene. Verás que tu no te lo vas a sacar de encima y a tu marido le va a encantar. Me dijo Carla risueña.
En cuanto me
hubo contado la historia del vestido decidimos tomar un
té antes de ir buscar a nuestros hijos al colegio.
Efectivamente
durante todo aquel verano y otros más lo lavé y lo planché con esmero para poder ponérmelo a menudo. Cada vez que lo sacaba del armario pensaba primero en Carla y luego en la dueña de la tienda de alta costura y me perguntaba:
- ¿Quién sabe si las dos lograrán rehacerse una nueva vida?
Pasé, alguna temporada más, ilusionada con el traje azul; pero un día me pareció demasiado largo y un poco pasado de moda por lo tanto lo deposité en el fondo del armario y cayó en el olvido
hasta que aquella mañana de junio mis ojos se posaron en él.
El azar quiso que ese mismo día, llevando el vestido azul, encontrara la carta. Antes de ponerme a
trabajar, fui al cuarto de baño y como suelo hacer siempre, agarré uno de los libros de nuestra estantería
del pasillo, era El amor en los tiempos del cólera de Gabriel
García Márquez. Mientras
leía con deleite las primeras páginas del libro me cayó una carta.
La desdoblé, la acaricié y la leí lentamente. Su lectura me transladó hacia el pasado, me vi sentada en frente del ordenador en el cuarto que usábamos como estudio. Teníamos un gran escritorio para
toda la familia, que por las tardes estaba siempre ocupado pero después de cenar estaba libre y yo solía disfrutar escribiendo cartas o anotando mis cosas en una
especie de diario. Normalmente escribía con pluma estilográfica
las cartas semanales a mi madre, a mis hermanos y a algunos amigos, pero algunas veces también me gustaba
teclear mis pensamientos envuelta en el silencio de la noche. Cuando
no me acababa de gustar lo que escribía, cambiaba algo y volvía a imprimir la página. Eso es lo que debió
pasar aquella noche lejana. Supongo que envié la copia mejor al destinatario y la
peor la deposité en el libro que entonces tenía entre mis manos. La carta decia:
Firenze 4
de junio de 1996
Querida Carla:
Estaba a
punto de llamarte por teléfono, pero mirando hacia el ordenador he
pensado que una carta era algo más íntimo y perdurable en el
tiempo.
Son las
nueve y media de la noche, ya hemos acostado a los niños. U. mira la tele,
creo que un debate político y yo, como puedes apreciar, estoy muy contenta junto a ti
escribiéndote.
Te iba
diciendo que los hijos estaban durmiendo, pues no, todavía están despiertos. Acabo de oír la voz de uno de ellos que me está llamando: ¡mama!.
Oigo
también los pasos de U. que se acercan al dormitorio para ver lo
que pasa.
Yo me
quedo inmóvil a tu lado; mejor que los niños no me vean, pues de
lo contrario no dejarían que abandonase de nuevo su cuarto.
Este fín
de semana hemos salido poco durante las horas más calurosas del día,
pues ha llegado de golpe el verano con un gran bochorno. Los niños
se han entretenido mucho jugando y dibujando por eso nosotros hemos
podido leer y escuchar música, un rato sentados en el sofá rojo. Qué milagro!!
El diente
que se le rompió el otro día a la niña, cayendo de la sillita donde
se había encaramado para hacer reír al hermanito, no se ha vuelto
gris, esto es una buena señal según el dentista. Al niño le sigue gustando quedarse en casa, ¿te acuerdas cuántas horas con tu hijo se entertenía construyendo, con aquellas piezas tan pequeñas, castillos, puentes y fortalezas? En cambio a ella le apetece más salir e ir a
jugar con las amiguitas.
He
empezado el libro de García Márquez que tu me regalaste, pero
también he leído algunos artículos científicos para ponerme al
día y poder dar buenas clases de biología el próximo curso. Hablar contigo sobre el ADN me sirvió mucho; tu sabes explicar muy bien las
cosas, no solo por tus estudios de bioquímica sino también por tu
paciencia y generosidad hacia los demás.
Me siento
con muchas ganas de hacer cosas, quizás porque este año no me he
agobiado demasiado en el trabajo y ahora que los niños empiezan a
crecer estoy pensando muy ilusionada, que voy a tener más tiempo libre.
Me parece
que a veces me equivoco, pues quiero abarcarlo todo y como dice el
refrán “quien mucho abarca poco acaba”.
Hoy hee ido por primera vez en la vida a que me dieran masajes. ¿Te acuerdas que queríamos ir juntas el año pasado? El
masajista era un estudiante ciego de fisioterapia, que se ha sacado el título recientemente y por eso hacía pagar tan poco. Me ha dicho que tengo tensiones en la parte baja del cuello
y alta de la espalda. No siempre lograba relajarme cuando él me
decía:
- Si
lasci andare signora!
Es como
si a nivel inconsciente estuviera siempre preparada para defenderme
de algo.
- ¿qué
raras que somos las personas y cuántos misterios hay
dentro de cada una?
En esta época me
parecía estar la mar de bien, en cambio
resulta, según el masajista, que estoy muy tensa.
Será por las muchas cosas de la vida cotidiana que se juntan y que a menudo se
enredan: el trabajo, la casa, los niños, la pareja y la preocupación
que siento por mis padres, a quienes veo envejecer año
tras año, cuando vuelvo al pueblo.
Ya me tienes en casa cada atardecer haciendo dos, tres o más cosas a la vez:
preparo la cena escuchando la radio, juego con los niños, pienso en
las clases del día siguiente, tiendo la ropa que voy sacando de la
lavadora y hago la lista de la compra.
Espero
que hacia los cincuenta años consiga relajarme intentando hacer una
cosa a la vez y sobre todo disfrutando del presente, sin hacer
demasiados planes y organizando el día de mañana, como hago siempre.
Ahora, después de haberte hablado de mi vida, quisiera saber algo sobre la tuya.
¿Cómo
estás, lejos de nuestra ciudad? ¿Qué tal con tu nuevo enamorado? ¿Y tu trabajo?Tengo muchas ganas de verte, hecho de menos las horas que pasábamos juntas cada tarde, cuando íbamos a recoger a los niños a la escuela.
Todavía me pongo el vestido que me regalaste. Me encanta.
Los niños preguntan siempre por tu hijo, espero que se haya adaptado bien en la nueva escuela.
Dime cuando vas a volver para que podamos vernos.
Espero que los dos seáis felices.
Un abrazo
muy fuerte.
Fina
Me senté de
nuevo, encendí el ordenador y mientras esperaba que se conectara, me observé desde fuera: Vi a una mujer que iba dejando atrás los
cincuenta años e iba acercándose a los sesenta, que llevaba aún el
vestido azul, que todavía le gustaba escribir cartas y que seguía haciendo varias cosas a la vez, sin
embargo también noté que estaba aprendido a disfrutar cada vez más de las
pequeñas cosas de la vida.