mercoledì 23 gennaio 2013

El disco y la maleta - Il disco e la valigia















Hace más de quince años que escucho el disco, “Kind of Blue” de Miles Davis.
Lo compró U. cuando los niños aún eran pequeños. Al principio, cuando lo ponía no lo oía detenidamente, pues siempre estaba entretenida haciendo mil tareas de casa, por lo tanto el jazz para mí era solo música de fondo.
Una noche en la que estaba muy cansada y nuestros hijos finalmente dormían, me senté en el sofá rojo y puse el disco, que desde entonces no he dejado de escuchar.
Recuerdo que U. había ido al cine y que yo estaba contenta por él y porque habría estado sola en nuestro silencioso apartamento, cosa muy rara, pues desde que habían nacido nuestros hijos salíamos muy poco. Pero aquel invierno nos habíamos abonado a un cine cerca de casa, donde ponían películas de estreno. Una semana iba él y la siguiente yo.
La trompeta de Miles Davis me raptó y me quedé inmóvil.
A pesar de ser temprano, eran solo las nueve y media de la noche, tenía sueño porque había permanecido un buen rato en la penumbra del cuarto de los niños contándoles el cuento de la maleta que tanto les gustaba.
El relato empezaba describiendo a una abuelita dulce y cariñosa, que durante un invierno muy frío, en el que nadie podía salir de casa por la gran nevada, les narraba a sua nietos viejas historias de la familia. Un día les reveló un secreto.
- En el desván del viejo caserón hay una maleta, que a veces concede deseos a quien se los pida.
Se oía solo la voz suave de la abuela, mientras la leña chispeaba y crujía; las horas pasaban sin que nadie se moviera del banco de madera, donde estaban sentados cerca de la chimenea.
La abuela tejía lentamente la narración con historias paralelas, anécdotas y peripecias para que el hallazgo de la maleta tuviera lugar lo más tarde posible.
Lo mismo hacía yo con mis hijos. El cuento procedía muy depacio, pues me entertení algunas noches en la descripción de todos los detalles de las habitaciones del caserón, sobre todo les hablé del cuarto trastero. Un desbarajuste de trastos en el que ya nadie entraba nunca,  sin embrago  dentro de un cajón de un viejo escritorio, había una cajita de cartón forrada con un papel de florecitas de colores claros, que contenía postales de ciudades lejanas, cartas y viejas fotografías. La abuela las había ordenado, reclasificándolas cronológicamente, durante las largas y solitarias tardes de su vejez, sin el abuelo.
No se dejaba contagiar solo por la añoranza y muchos de sus recuerdos se transformaban en fantásticas aventuras para sus nietos, como las hazañas del abuelo durante la guerra civil española, que volaron rápidas y ligeras como el polvo que aleteaba por el aire del trastero.
La narración de la enfermedad de la abuela me abarcó muchos días, pues empecé con la primera gotita de sangre que manchó su pañuelo, después de un ataque de tos perniciosa y terminé con la historia del burro perezoso que se paraba, siempre a la misma hora y en el mismo punto,  a lo largo del  recorrido circular que hacía para mover la noria, que sacaba el agua del pozo del campo de los abuelos.
La abuela logró que el burrito anduviera, porque se quedaba día tras día  a su lado sentada en una silla de paja mientras leía  novelas de amor.
Cuando el burro se acercaba, ella leía bajito, cuando se alejaba subía el tono de voz. Gracias al alegría de ver el agua que salía del pozo y a las  novelas de amor, encontró el coraje para confesarle al abuelo que estaba muy enferma. Los dos,  durante mucho tiempo, lucharon contra la enfermedad de la abuela, que al final logró curarse.
Al cabo de algunas noches agoté mi imaginación y dejé que mi relato llegara al armario donde se hallaba la maleta, que era de cartón marrón con una manecilla de madera, su interior estaba forrado por una funda de tela gris con rayitas marrones. Dentro había algunos objetos muy raros: un huevo de madera un poco carcomido, un libro de un poeta catalán desconocido, un testamento, unas gafas redondas graduadas, un juego de sábanas de lino, un estuche de latón que contenía pequeños juguetes de hojalata y una llave  para abrirlo.
La descripción de aquellos antiguos juguetes mecánicos en minuatura me llevó también algunas noches. Sin embargo lo que más les impresionó a mis hijos fue que la maleta abierta, con todos los objetos que encerraba dentro, ni uno más ni uno menos y puestos en una determinada posición, concediera deseos, pero  con la  condición de que trajeran felicidad ajena.
- ¿Qué quiere decir felicidad? Me preguntó mi hija.
- Es muy difícil de definir la felicidad, pero creo que consiste en saber apreciar las pequeñas cosas, que son las que nos dan bienestar, sea a nosotros que a las personas que nos rodean.
- ¿Se puede ser feliz haciendo rabiar a los amigos? pues en mi clase hay un niño que goza molestando y maltratando a otro compañero. Dijo mi hijo.
 - No, ese niño debe de ser muy infeliz, pues la verdadera felicidad se obtiene solo procurando el bien de los demás, le dije.
Seguí el relato hablando de los vecinos de la abuela, que vivían en una casa destartalada y casi derruida al lado del caserón. Eran un hombre solterón y su hermana loquilla, que habían tenido mala suerte en la vida, pues no conseguían apreciar nada bueno en ella. Cada vez que la abuela abría la ventana la espiaban y crecía en ellos su envidia, porque la veían siempre risueña. Decidieron descubrir su secreto. Con unos gemelos y un telescopio, no tardaron en llegar a saber que aquella maleta era extraordinaria.
Una noche muy oscura los vecinos le robaron la maleta a la abuela y aquí seguía una larga historia llena de aventuras, porque todos los habitantes del pueblo buscaron desesperadamente por casas,  bodegas y  calllejuelas, la maleta de la felicidad, todo ello en un paisaje nevado.
Las imágenes de la tierra cubierta de nieve fueron desapareciendo de mi cabeza y aquella trompeta de Miles Davis me dio un impulso nuevo e hizo que mis ojos me observaran sentada en el sofá rojo, desde otra perspectiva.
Al cabo de pocos minutos escuché el saxofón de John Coltrane e mi piel se puso de gallina.
- ¿Cómo había podido desconocer aquella música tan bella?
Me eché en el sofá, cerré los ojos y cuando el saxofón dejó de sonar, fue entonces que  percibí el piano de Bill Evans. La melodía hizo que apreciara la belleza de aquella noche y que pensara que todavía tenía por delante tantas noches como aquélla,
La lámpara iluminaba un parte del sofá, en ella había un libro.
Hacia el final del disco, mientras el piano difundía sus notas suaves salpicadas por la fuerte intensidad de la trompeta y luego por la voz plácida del saxofón, pensé que aquel disco era un poco como la maleta de la abuela. 
A lo largo de los años, cuando estoy sola en casa, pongo siempre el mismo disco “Kind of Blue” de Miles Davis, quizás porque día tras día deseo alcanzar un poco de felicidad.



Il disco e la valigia
Sono più di quindici anni che ascolto il disco “Kind of Blue” di Miles Davis.
Lo aveva comprato U. quando i nostri figli ancora erano molto piccoli.
Inizialmente, quando lo mettevo, lo ascoltavo di sfuggita, dato che ero sempre impegnata con i bambini o indaffarata con le faccende domestiche; per me il jazz era soltanto musica di fondo.
Mi ricordo che una notte, nella quale ero molto stanca e i piccoli si erano finalmente addormentati, mi sono seduta sul divano rosso e chissà perché ho scelto proprio quel disco di Miles Davis che da allora non mi sono stancata di ascoltare.
Ricordo che U. era andato al cinema e io ero contenta perché mi sentivo bene da sola nella nostra silenziosa casa e anche perché uno di noi era potuto uscire, cosa insolita da quando erano nati i nostri figli. Ma quel inverno avevamo fatto un abbonamento in un cinema vicino per poter vedere i film in prima visione. Una settimana ci andava lui e la seguente toccava a me.
La tromba di Miles Davis mi rapì e rimasi immobile ad ascoltare quel malinconico suono.
Era presto, forse erano appena le nove e mezza, ma avevo sonno perché ero rimasta a lungo nella penombra della stanza dei bambini, raccontandogli la storia della valigia della nonna che tanto gli piaceva.
Avevo cominciato il racconto con la descrizione della dolce e affettuosa nonnina, che in un inverno molto freddo, durante il quale nessuno poteva uscire di casa per la grande nevicata, raccontava ai suoi nipoti vecchie storie di famiglia.
Si sentiva solo la sua voce soave mentre la legna scoppiettava, quando svelò ai bambini il suo segreto: nella soffitta della vecchia casa c'era una valigia che aveva poteri straordinari.
La nonna, seduta su una panca di legno di fronte al caminetto, tesseva lentamente il racconto attraverso storie parallele, aneddoti e peripezie per far sì che il ritrovamento della valigia avvenisse il più tardi possibile.
La stessa cosa facevo io con i miei figli. La narrazione procedeva piano piano, giacché mi soffermavo nella descrizione di tutti i dettagli delle stanze della casa e degli oggetti contenuti in esse.
Soprattutto gli parlai di una stanza dove c'erano molti oggetti e mobili ormai in disuso, una specie di ripostiglio, dove in un cassetto di una vecchia scrivania si nascondeva una scatola di cartone fatta a mano e ricoperta con una carta a fiorellini di colori pastello, che conteneva cartoline di città lontane, lettere e fotografie.
La nonna le aveva ordinate cronologicamente, durante i lunghi pomeriggi della sua vecchiaia per cacciare via la solitudine che a volte sentiva da quando era morto il suo compagno di tutta una vita.
Ma non si lasciava prendere dalla nostalgia e molti dei suoi ricordi diventavano fantastiche avventure, come le imprese eroiche del nonno durante la guerra civile spagnola, che volavano leggere come la polvere che si muoveva nell'aria della stanza, prima di depositarsi sui mobili.
La storia della malattia della nonna ci ha tenuto compagnia per molti giorni, dato che cominciai la narrazione descrivendo i minimi particolari, da quando la nonna aveva scoperto la prima goccia di sangue che le macchiò il fazzoletto dopo un attacco di tosse, mentre raccoglieva fagiolini nell'orto.
Mi ricordo inventai pure la storia del mulo, il quale una volta legato con una corda di cuoio al centro del pozzo,  doveva girarci intorno per estrarre l'acqua, ma il pigro mulo si fermava dopo poco, ogni volta nello stesso punto e alla stessa ora.
La nonna non sapeva come convincerlo a muoversi. Se gli stava vicino cominciava a camminare, appena si allontanava si fermava di nuovo. Allora lei escogitò un piano che risultò molto efficace:
La nonna era una fervorosa lettrice, ma non avendo mai tempo riusciva a leggere solo quando si coricava. Prima sua madre e poi suo marito non volevano che leggesse al letto, dove lei amava divorare i romanzi d'amore. Quindi decise che il miglior posto dove poter leggere sarebbe stato accanto al mulo a sedere sulla sua seggiolina di paglia.
L'animale, accanto alla nonna, si sentiva accompagnato e girava in torno al pozzo. La nonna leggeva a voce più alta quando il mulo si allontanava e l'abbassava la voce quando lui si avvicinava.
Giorno dopo giorno l'acqua sgorgava dal pozzo e la lettura dei suoi romanzi preferiti diedero alla nonna il coraggio di confessare al nonno la sua malattia, che insieme, dopo lunghi e dolorosi anni, riuscirono a sconfiggere.
La mia immaginazione cominciava a esaurirsi, quindi ho lasciato che il mio racconto raggiungesse l'armadio dove si trovava la valigia.
Era di cartone marrone con la maniglia di legno chiaro, dentro era foderata di seta grigia a righine marroni.
Al suo interno c'erano alcuni oggetti un po' bizzarri:
un uovo di legno tarlato, un libro di un poeta catalano sconosciuto, un testamento, degli occhiali tondi da vista, un lenzuolo di lino, un portachiavi con una sola chiave, che apriva una scatolina dove c'erano piccoli giocatoli.
Ho dedicato alcuni giorni alla descrizione di quei antichi giochi meccanici in miniatura, ma la cosa che più aveva colpito i miei figli era che la valigia aperta con tutti gli oggetti che conteneva, posti a incastro e in una determinata posizione, concedesse dei desideri a chiunque lo chiedesse, a una sola condizione:
che portassero felicità anche agli altri.
- Cosa significa felicità, mi ha domandato mia figlia
- E' molto difficile spiegare cosa è la felicità, ma credo che consista nel apprezzare e valutare le piccole cose, che sono quelle che ci infondono benessere, sia a noi che alle persone che ci circondano, gli ho risposto.
- Forse si può essere felici anche dando noia agli altri. Sai, nella mia classe c'è un bambino che gode a stuzzicare e maltrattare il suo compagno di banco, disse mio figlio.
- Questo bambino deve essere molto infelice, perché la vera felicità se ottiene facendo il bene agli altri, gli dissi.
Ho ripreso la storia parlando dei vicini di casa della nonna, che abitavano in una antica costruzione signorile molto trasandata e quasi diroccata, accanto alla vecchia casa di famiglia. Erano un zitello di mezza età e la sua giovane sorella che soffriva di demenza precoce. Entrambi avevano avuto poca fortuna nella vita, forse perché non erano riusciti a trovare mai niente di positivo in essa.
Ogni volta che la nonna apriva le tende delle finestre i due vicini la spiavano e in loro cresceva l'invidia, perché la vedevano sempre sorridente.
Decisero di scoprire il segreto della nonna. Con dei binocoli e un piccolo telescopio riuscirono a capire che quella valigia di cartone era straordinaria.
Una notte molto buia rubarono la valigia; a partire da quel momento la storia è diventata più avventurosa. Perché tutti gli abitanti del paese erano alla ricerca disperata della valigia della felicità, per le strade, nelle case, nelle cantine del paesino innevato.
Le immagini delle terre coperte dalla neve sono sparite lentamente dalla mia testa e il suono della tromba  di Miles Davis mi ha dato vitalità e una sensazione di novità, come se la mia vita avesse un nuovo orizzonte. Di colpo mi sono guardata da un'altra prospettiva e mi sono vista a mio agio seduta su quel sofà rosso.
Dopo pochi minuti ho ascoltato il saxofono de John Coltrane e la mia pelle è diventata d'oca.
Mi sono sdraiata sul divano e ho chiuso gli occhi quando il saxofono ha lasciato spazio alle note del piano di Bill Evans ed  è stato allora che ho potuto percepire la bellezza di quella sera e ho pensato che forse avrei avuto di fronte a me altre serate come quella.
- Come avevo potuto non aver apprezzato prima quella bella musica?
La lampada illuminava un angolo del divano proprio dove si trovava appoggiato il mio libro.
Verso la fine del disco, mentre le soavi note del piano erano intercalate dalle decisa ma sempre dolce melodia degli strumenti di fiato, ho pensato che quel disco era  per me come la valigia della nonna. 
Lungo tutti questi anni, quando sono da sola a casa, ascolto sempre il solito disco, “Kind of Blue” de Miles Davis, forse perché ogni volta voglio coglierne e vivere un po' di felicità.



6 commenti:

  1. è bello avere un angolo in casa tutto per noi,dove rifugiarsi e godere dei pochi momenti di solitudine!

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    1. Bisogna ricordarsi di cercarlo perché nella nostra casa c'è sicuramente un angolino ideale per "saborear" la nostra solitudine. Un abrazo

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  2. IComplimenti Fina! il tuo racconto è delizioso! fresco , sensibile, fantasioso.Come gli altri che ho letto , venato di una malinconia che porta a ripensare alle proprio vissuto.Carla Coppini

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  3. Straordinario angolino del cuore, davanti ad un caminetto dove ti scalda un fuoco scoppiettante , con questi racconti dolci e nostalgici, che narrano di un paese in cui si ha il tempo per ascoltare-un racconto, una musica, uno stato d'animo-e anche il dono di saperlo porgere ad altri, come un regalo. Grazie Fina per questi regali dell'anima, manu

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    1. Grazie per aver dedicato un po' del tuo tempo alle mie storie. Sono contente che ti sia piacito "el disco y la maleta" . Un abrazo.

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