mercoledì 18 luglio 2018

Serena y los adolescentes











Serena trabaja desde hace más de treinta años con adolescentes e intenta siempre que puede entenderlos, suele ponerse en su lugar, sin embargo a veces le cuesta, sobre todo en las épocas del año en que está agobiada por los exámenes, reuniones o la cantidad de clases que le toca preparar. Durante las vacaciones de verano suele tener más tiempo, cuando se cansa de leer bajo la sombrilla o de dar paseos se dedica a contemplar todo lo que ocurre a su alrededor. A veces anota sus vivencias para no olvidarse.
Serena estaba echada en la arena de una playa del sur de la Toscana el día en que recordó a Alicia. Unos muchachos, a pocos metros de de ella, tonteaban con unas chicas, quienes reían y chillaban sin parar. Esa escena la llevó al verano de sus dieciseis años. Lo que más le gustaba en aquel entonces era ir a la playa por la mañana, de pequeña iba con su tía, hermanos y primas y desde hacia un par de años su madre le permitía ir con sus amigas. Otra cosa que le encantaba era la hora de la siesta.
Cada día se bañaba y nadaba un rato, luego se tumbaba en la arena y charlaba con sus compañeras o quizás leía un libro, siempre que los chicos de su pandilla no empezaran a darles la lata, tirándoles cubos de agua o arrastrándolas hacia la orilla. Pero a ella no le importunaban mucho, pues no chillaba como sus amigas.
Después de la comida iba a su cuarto y se sentaba en la cama, toda la casa estaba silenciosa, sólo se oían los ronquidos del padre, quien dormía boca arriba por el cansancio, pues cada día solía madrugar. La madre y la tía se sentaban en el patio, bajo la sombra de la parra y daban algunas cabeceadas. El abuelo desaparecía en el jardín. Su hermano corría por la calle con los amiguetes y la hermana mayor, trabajando como trabajaba de secretaria, no paraba nunca por casa. Aquel verano fue exageradamente bochornoso, hizo un calor tan pegajoso que su madre, quien nunca se había quejado, decía que se le mojaban los cabellos y que le ardían los pies. En el dormitorio diminuto que compartían  las hermanas  no soplaba ni siquiera una débil corriente de aire.
Había aprobado todas las asignaturas, tenía pendientes sólo unos pocos deberes de vacaciones, la mayor parte de las tareas las había terminado en junio, porque ella solía anticipar y nunca postergar los quehaceres. Le gustaba estar sola en aquella parte de la casa, pues en la cocina y en el patio hacían vida los mayores. Serena leía todos los libros que encontraba por casa, desgraciadamente eran pocos. A la hermana mayor de Alicia le llegaba por correo cada mes una novela y al terminarla se la prestaba a Serena. Eran tochos de literatura rusa o francesa del siglo pasado. Serena recordaba el desasosiego que en aquella época le dio una novela rusa en la que el protagonista mata a una vieja usurera.
- No entiendo porque para sobrevivir hay que hacer daño a alguien, se decía una tarde echada en la cama.
Poco a poco iba recordando detalles de aquella tarde: había una lagartija que se estaba colando por la pared de la ventana, pero sus aspavientos consiguieron ahuyentarla; dejó el libro encima de la cama, como si fuera un vaso lleno de barro, para que se depositara en el fondo todo el sufrimiento y pudiera luego reanudar la lectura; miró el reloj y vio que ya eran casi las cuatro, tenía poco tiempo para cambiarse e ir al estanco donde trabajaba los veranos. Pensó en Alicia pues había quedado con ella y otra amiga a las ocho de la tarde, para ir a dar una vuelta por el paseo marítimo.
Alicia era alegre y llamativa, se salía siempre con la suya cuando quería conquistar a un muchacho. Últimamente se veían mucho menos, pues Alicia no le perdonaba a Serena que días atrás no hubiera querido ir con ella a una discoteca.
Por eso Alicia aquella tarde, mientras paseaban, le había echado un chasco a Serena, diciéndole:
- Eres una chica extraña, no te gusta saltar clases, ni dejar de hacer deberes, no vas nunca detrás de los chicos, no te pintas, no vas a la peluquería, no te haces la manicura, no te gusta depilarte y no hablemos de trasnochar, no aguantas las chorradas de la pandilla en los bares de copas a las tantas de la madrugada, por eso nos dejas plantados. No fumas, no bebes cervezas u otras bebidas alcohólicas. No bailas en las fiestas, ni deseas subir a las motos de los muchachos. No tienes amigas íntimas, no te enfadas con nadie. No eres rebelde con tus padres. No necesitas un novio de turno para sentirte guapa. No te quejas. En fin eres un bicho raro y me sacas de quicio.
Serena, mirando de nuevo al grupo de chicos que estaba a su lado,  quienes en aquel momento, levantaban cantidad de arena, jugando a pelota, se dijo:
- Cuando Alicia se burlaba de mí yo me sentía distinta, pero no desgraciada. Me hubiera gustado tener agallas para decirle que  yo tampoco soportaba su manera de ser.
Serena también recordó que en aquellas horas lentas de la siesta, además de leer, escribía cartas a desconocidos. Generalmente eran chicas de su edad, que vivían en otras regiones de la península, sus direcciones las encontraba en las revistas que le prestaba una compañera del colegio, luego se le apareció algo que su memoria había casi anulado: una carta que ella le escribió a un chico que estaba en la cárcel de Carabachel; el muchacho le contestó diciéndole que iba a estar muchos años en la prisión pues había cometido un crimen gordo, por eso ella depositó la carta del preso encima de la mesita de noche para que se quedara quieta y soltara lentamente la amargura de una vida encarcelada.
Serena miró el móvil, tenía dos mensajes y no se había dado cuenta de que eran casi las siete de la tarde, recogió la sombrilla y todas sus cosas, mientras el grupo de adolescentes se alejaba haciendo barullo. Los observó hasta que desaparecieron de su vista y sonriendo  dejó de pensar en si misma y se puso  a reflexionar sobre la adolescencia en general:
- Influye por supuesto el ADN,  luego el carácter que se ha ido forjando, la educación recibida, la suma de experiencias vividas, posibles acontecimientos que puedan perturbar el bienestar y muchas cosas más, se dijo.
Se fue andando hacia un chiringuito donde su marido y unos amigos la estaban esperando.
Por la noche, después de cenar volvieron a casa en coche, conducía su marido, hablaron un poco y luego se pusieron a escuchar un concierto de música jazz que daban  por la radio.
Serena volvió a pensar en Alicia, hacía muchos años que no coincidían y no sabía nada de ella, pero si la tuviera delante le diría:
- Quizás tengas razón soy bastante rara, sigo siendo prudente, no me gusta conducir, a menudo me desoriento y me pierdo por barrios que no conozco, sin embargo lo hago porque no quiero depender de nadie; a veces soy impulsiva sobre todo por lo que se refiere a los sentimientos, otras veces suelo dudar pero al final estoy orgullosa de mis decisiones; no me apetece mandar, la política no me interesa pero creo aún en la humanidad a pesar de los horrores y de las guerras; no se andar con tacones altos, no consigo engalanarme, ni arreglarme el pelo; no soy aventurera, más que descubrir lugares me encanta conocer a nuevas personas; disfruto de la vida con mi pareja y la maternidad ha sido una experiencia que me ha convertido en una mejor persona y a propósito de adolescentes sigue gustándome trabajar con ellos.







martedì 10 luglio 2018

Palomas












Los pensamientos a veces vuelan hacia adelante y construyen de antemano escenas que nunca tendrán lugar. Cuando parece que todas las piezas se van encajando, pueda que acontecimientos mínimos logren darle la vuelta completa a la vida, eso es lo que le pasó a Inés un invierno a principios de los años ochenta.
Inés estaba muy ilusionada buscando apartamento. Ella y su novio contaban con poco dinero, la mayor parte les había dado la familia y algo tenían ahorrado. Ella sabía que no llegaba ni siquiera para un departamento de dos piezas, sin embargo no había perdido la esperanza de encontrar una ganga. Querían establecerse en el centro de la ciudad, a pesar de que supieran que allí las viviendas estaban empezando a subir. Pasaron los meses y seguían sin dar con un piso decente, o eran demasiado caros o eran pocilgas, hasta que una mañana les llamó  el agente de una de las inmobiliarias que les había atendido tiempo atrás.
- Tenemos un piso semiocupado en el centro de la ciudad, tiene un dormitorio, un comedor-salón, una cocina y un aseo, hay que reformarlo, pero con poco dinero lo pueden arreglar. Es ideal para una pareja ¿Les interesaría a ustedes ir a verlo?
- Depende. ¿Qué quiere decir semiocupado? Le contestó Inés
- Pues que aún está alquilado, pero que los inquilinos se van a ir muy pronto, dijo el empleado de la agencia.
- ¿Qué significa muy pronto?
- No sé, unos meses, un año al máximo. A los inquilinos el contrato ya les ha caducado, pero siendo de los antiguos no se les puede desahuciar. Vive en él una familia bastante joven con un hijo pequeño. Ella está embarazada y por eso van a mudarse dentro de poco, pues ya no caben.
- Bueno, deme una cita para mañana por la tarde
- De acuerdo. Veámonos en la esquina, entre Via Palazzuolo y Via dell'Albero
Al día siguiente al atardecer ella y su novio fueron a verlo.
La vivienda no estaba mal, era bastante espaciosa, a pesar de que el salón no tuviera ventanas, de que el cuarto de baño fuera muy pequeño y que las escaleras para llegar al segundo piso fueran un poco empinadas. El empleado de la inmobiliaria intentaba convencerlos, diciéndoles:
- No se lo dejen escapar, el piso es barato y céntrico, además los señores Santini nos han asegurado que dentro de pocos meses van a dejar la vivienda. Hay que darse prisa pues a pesar de que haga solo dos días que está en venta nos están llegando cantidad de ofertas.
Inés y su novio se lo pensaron durante todo el fin de semana y el lunes decidieron comprarlo.
El apartamento tenía además de las carencias e imperfecciones evidentes, dos grandes defectos: el primero lo vieron enseguida, pero siendo jóvenes no les asustó para nada el hecho de que el piso estuviera ubicado en una calle ruidosa y con vida nocturna; el segundo lo descubrieron cuando los inquilinos se marcharon.
Inés estaba contenta el día en que fueron a firmar las escrituras a la Notaría. Soñaba con una vida placentera junto a su novio en aquel piso. Se lo imaginaba nuevo, la cocina luminosa, con una barra larga que separaba cocina y comedor, el cuarto de baño con una super ducha y los suelos del dormitorio y del salón de madera, de listones largos y anchos. Todo ello lo había ideado su novio, que era arquitecto y que ya tenía listos los planos de la reforma.
Llevaban viviendo juntos cinco años, pero siempre compartiendo piso con otros estudiantes.
- Ha llegado el momento de irnos a vivir solos, no podemos esperar a que los señores Santini desalojen, quien sabe cuando se marcharán; tenemos que buscarnos otro piso, aunque sea pequeño, da igual, le propuso una tarde Inés a su novio.
Los dos se las arreglaron para ir a ver apartamentos en sus ratos libres. Tuvieron suerte y por una serie de coincidencias lograron instalarse en una planta baja, con poca luz, pero señorial con techos abovedados y muy altos.
A veces  Inés iba a dar una vuelta en bicicleta por via Palazzuolo para ver si veía signos de algún traslado, sin embargo nunca había camiones de mudanzas estacionados en la calzada. Para no desanimarse se fijaba en las tiendas, bares y restaurantes cercanos y se veía a ella misma entrando con un capazo en aquellos establecimientos. A dos manzanas notó un garaje inmenso donde entraban y salían continuamente automóviles de matrículas extranjeras.
- Cuando vengan mis padres ya tendrán donde dejar el coche, se dijo, mientras se imaginaba a sus padres que aparcaban allí su atomóvil verde.
Los señores Santini siguieron en el apartamento, el alquiler era tan bajo que no no tenían prisa en dejarlo. Inés fue pasando por aquella calle una vez por semana con la esperanza de que la familia Santini se hartara de vivir apretada en unos pocos metros cuadrados.
Durante cuatro años todo siguió igual, hasta que una noche les llamó el señor Santini para decirles que iban irse del piso, pero que querían un buen traspaso antes de dejar libre la vivienda.
Inés y su novio al principio se vieron perdidos, pero luego lo pensaron bien y decidieron arriesgarse diciéndole al señor Santini:
- No tenemos dinero para un traspaso, hemos esperado tanto que ya no nos importa hacerlo un año más; si no quieren irse, allá  ustedes, pero si  se marchan lo único que podemos pagarles es la mudanza.
A los inquilinos no les gustó mucho la propuesta, sin embargo a regañadientes la aceptaron.
Inés el día tan esperado fue a ver a escondidas el camión que cargaba todos los enseres de la familia Santini.
A la mañana siguiente, con las llaves en la mano, fueron al piso vacío. Al abrir la puerta se quedaron paralizados como si les hubieran echado un cubo de agua fría: todo estaba sucio, sobre todo las paredes y los suelos. No se atrevían a entrar. Sacaron muchas bolsas de basura y algunos cachivaches que los señores Santini habían dejado adrede por los agravios recibidos.
- ¡Qué asco de patio interior! No me había dado cuenta de la suciedad y de los excrementos de palomas que se han ido acumulando, dijo el novio.
Inés se asustó al oír aquellas palabras, sabía por experiencia que cuando a él no le acababa de gustar una cosa, no había quien le convenciera.
- Verás que después de la reforma será un piso precioso.
- No vale la pena gastarse dinero en un edificio tan destartalado y lleno de caca de palomas, le dijo él mirando y remirando el patio con cara de asco.
Fueron a hablar con los dueños de las otras viviendas de la comunidad y se dieron cuento de que a nadie le interesaba arreglar los patios y el reboce de las paredes.
En casa tuvieron ya un poco de roce pues Inés no lograba convencer a su novio de que iban a estar bien en aquel piso.
- Yo no voy a ir a vivir donde abriendo las ventanas vea escombros y estiércol. Yo me sacaría ese apartamento de encima, lo vendemos y compramos otro, dijo él la mar de convencido.
- ¿Venderlo? Estás loco, con lo que nos ha costado echar a los señores Santini.
- Si te lo miras bien, ahora sin inquilinos el apartamento tiene más valor.
- ¡Ay que locura, no me lo puedo creer! Volver a empezar de nuevo me asusta, yo viviría aquí una época y al cabo de unos años lo vendemos y ya está.
- Mira lo que te digo o el apartamento o yo, escoge tú. Yo no me  quedo a vivir aquí ni un sólo día.
- No te pongas así, no lo tenemos que decidir ahora, pensémoslo bien, dijo ella con la voz un poco apagada.
- Lo siento Inés, pero no quiero que pasemos nuestra vida en este cuchitril, si hacemos obras, seguro nos vamos a quedar años y años en él y eso me enoja y me hace sentir fatal.
- Pues vendámoslo y no hablemos más de ello, dijo Inés decidida.
- Me ocupo yo de ponerlo en venta, ya verás que encontraremos algo mejor, dijo él acariciándola.
Inés, mientras sacaba la mesa y ponía los cacharros en el lavaplatos, pensó en las palomas, las que le habían dado un vuelco a su vida,  jamás pisaría el suelo de madera de aquel piso que con tanta ilusión habían comprado, ni se ducharía en el pequeño cuarto de baño, ni desayunaría en  la barra de la cocina, ni entraría en las tiendas cercanas y ni siquiera sus padres estacionarían el coche en el garaje de aquel barrio,  sin embargo se dio cuenta de una cosa: vivieran donde vivieran, estaba segura de que iban a intentar ser felices y disfrutar lo que la vida les ofreciera.