sabato 5 dicembre 2015

Historias de cama
















Los domingos por la mañana, Ana solía levantarse hacia las nueve y media, en cambio los sábados a pesar de que no tuviera que ir al trabajo, lo hacía más temprano pues le tocaba la compra para toda la semana. Ni cuando su marido iba supermercado, ni las veces en que organizándose bien el día anterior sólo le faltaba ir a comprar el pan, el periódico y un poco de verdura fresca al mercado, se recreaba mucho rato en la cama. En cambio los días de fiesta le parecía un milagro poder abrir los ojos sin oír el molesto timbre del despertador. Iba a la cocina y ponía un cazo de agua en el hornillo. Desayunaba despacio, mientras leía el periódico del día anterior. Sin darse cuenta, llegaba a tomarse tres teteras repletas de té verde, que iba llenando con agua caliente, a medida que las vaciaba. A veces ponía la radio y cuando se levantaba su marido, ella ya había tomado varias tazas de infusión, cada vez más diluida. Las últimas jícaras, casi no tenían color.
El marido se sentaba en la mesa y tomaba leche desnatada, que calentaba en el microondas, pues había decidido, que podía pasar sin café. Desayunaba en silencio, pero si hacía buen tiempo, sonría diciéndole a Ana:
- Creo que voy a ir en bicicleta.
- Vale. Yo prepararé la comida y quizás salga a dar una vuelta, le anunciaba ella.
Aquel domingo de otoño cuando su marido, vestido de ciclista, acabó de cerrar la puerta, ella se quedó quieta en el pasillo, entonces sintió el impulso. Primero fue al cuarto de baño y se apresuró en sus tareas cotidianas: se duchó, se peinó, se aplicó crema hidratante en el cuerpo, se puso el albornoz, se secó un poco su larga melena y con los cabellos todavía mojados se fue hacia donde aquella fuerza la llevaba.
Se sacó el albornoz, se puso una camiseta, se metió de nuevo en la cama y esparció encima de la colcha todas sus cosas. Lo primero que hizo fue leer el relato que había empezado la noche anterior, luego conectó el ordenador   diciéndose:
-Tengo tantas cosa que hacer! Tendría que arreglar un poco la casa y hacer la comida. ¡Ay! se me olvidaba, antes de que cierren, tengo que ir a comprar el periódico ¿Qué hago aún en la cama?
Mientras pensaba en ello, una melodía salió de su ordenador. Era  la videollamada de Blanca, su hija, quien vivía en el extranjero desde hacia un par de años.
En la pantalla apareció, la chica en pijama. Estaba sentada en la mesa de la cocina. Ana veía los cacharros colgados de la pared recubierta de azulejos amarillos y verdes y en el fondo divisaba la ventana, de cuya luz se podía deducir que, en aquella ciudad lejana, amanecía más tarde.
- Mis compañeros de piso todavía duermen, le dijo Blanca, mientras iba tomando, un tazón de leche con cereales.
Tras cada cucharada, le iba contando los pormenores de como su proyecto, que acababa de presentar en un estudio de arquitectos, había tenido éxito. Luego le habló de la fiesta que hizo con sus amigos, en el piso la noche anterior.
- Parece que Blanca esté a mi lado, como cuando nos poníamos las dos bajo las sábanas de la cama matrimonial después de cenar. Pensó Ana con un escalofrío de placidez.
Recordó que en aquel entonces la niña tenía unos 10 años y estaba empezando la escuela secundaria, en un colegio donde el método era completamente distinto al de la escuela primaria donde había ido, por lo tanto ella la ayudaba a estudiar gramática y sintaxis.
- Mamá, aún no entiendo la diferencia entre acusativo y dativo. Le decía Blanca.
Ella entonces pensaba en el ejemplo que les ponía la enclenque señorita Enriqueta, quien le dio clases de Lengua española a Anna durante el bachillerato elemental:
- Analicemos esta frase : Yo escribo una carta a mi hermano, verás que vas a entenderlo bien. Yo, sujeto, escribo, verbo, una carta, complemento directo a mi hermano, complemento indirecto.
A Ana le encantaban las clases de la señorita Enriqueta, luego en Bachillerato superior, llegó la señora María Delgado, una mujer robusta y muy de derechas, quien disfrutaba riñiendo y echando sermones a las alumnas. En seguida le dio a entender, que valía más que estudiara ciencias que letras.
Ana perdió interés por las clases de lengua y tras terminar COU empezó Químicas. Algunas asignaturas le gustaban, otras le pesaron, estudiaba por inercia y no le acaba de convencer aquella facultad, pues la cosa que echaba de menos eran sus  novelas, nunca tenía tiempo para leerlas. Sus compañeros hablaban siempre de experimentos de laboratorio, reacciones, químicas, enlaces, valencias y orbitales; a veces tocaban temas de política, pero nunca de literatura. Le supo mal cambiarse de facultad en tercero, abandonando a sus compañeros, sin embargo fue una buena decisión, pues a partir de entonces pudo compaginar el estudio de la Tierra con la lectura de novelas. A Ana desde siempre le encantaban los seres humanos y por consiguiente la historia del planeta.
Aquel domingo pudo charlar un buen rato con su hija, al final se intercambiaron opiniones sobre algunos libros. Mientras la chica fue a buscar algo en su habitación, los pensamientos de Ana volaron hacia el cuarto de su infancia, el que compartía con su hermana, ocho años mayor que ella.
Hablaron de las novedades del barrio, luego se despidieron  y enseguida   Ana  se puso a escribir aquellos recuerdos  de cama para no olvidarlos; empezó tecleando una frase y terminó escribiendo lo que sigue:
Me veo yo de pequeña con anginas  echada y luego sentada  en la cama, que a menudo imaginaba que fuera una barca. Era el único lugar de la casa realmente mío, al menos por unas horas. Mi hermana a las nueve se iba al colegio, a la una cuando volvía a veces mi madre le pedía que me trajera un tazón de caldo. En aquella ocasiones mi hermana subía las escaleras refunfuñando, pues hubiera preferido quedarse en la cocina o en el salón de la planta baja, escuchando discos, pues a ella le volvía loca la música, sobre todo las canciones italianas de Mina, Sergio Endrigo, Rita Pavone, Gianni Morandi u otros cantantes de aquella época. Por la tarde venía a verme, pero por suerte enseguida se iba a casa de una amiga a hacer deberes y yo podía volver a mi barca.
Me gustaba quedarme en el lecho, al principio acostada y luego sentada con dos almohadas en la espalda. Mi hermana un día  con ganas de asustarme, me dijo que los demonios se escondían debajo de las camas de los niños, sobre todo de los que habían pecado.
Aquellas palabras me atemorizaron y yo tonta de mí, no dejaba de pensar en todos los pecados cometidos Eran todos ellos insignificantes, menos el que había cometido con Juanito. Mejor dicho había sido él, el que me había tocado, yo claro no había puesto resistencia, quizás por eso me sentía culpable. Según lo que decía el párroco en las clase de doctrina, eran actos impuros.
Por lo tanto por si el demonio se atrevía a esconderse debajo de mi cama yo ponía las zapatillas y todos mis enseres encima de la colcha y entonces zarpaba mar adentro. Esperaba que él no encontrara nada mío por el suelo y se marchara para siempre. De esta manera me sentía más sosegada.
Era un mundo nuevo el de la cama, las horas pasaban de otra forma, eran sólo mías y yo las dejaba escabullir a mi manera. Recuerdo que a veces anclaba mi barca y caminaba encima del colchón, con un pañuelo, que contenía mis cosas, amarrado de una percha de madera, imaginando paises lejanos. Me gustaba imaginar viajes por el mar o itinerarios por largos caminos, andando y andando.
En la escuela las lecturas que leíamos nunca me acababan de gustar, quizás porque no las entendía bien, por las palabras desconocidas o por el tema que no me cautivaba, sin embargo a veces leíamos algunos trozos de obras de literatura española que atraían mi atención, donde los protagonistas caminaban mucho,  como el Lazariillo de Tormes.
Mi madre me traía cada día, en una bandeja de madera, el desayuno, la comida, la merienda y la cena. La pobre se quejaba por las escaleras que tenía que subir y bajar tantas veces al día. Yo tenía un timbre al lado de mi cabecera, pero nunca lo tocaba, aunque me encontrara mal, no quería molestarla.
A los nueve años me sacaran las amígdalas, nunca más cogí anginas y desgraciadamente se acabaron del todo mis lecturas matutinas y los viajes en barca.









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