venerdì 16 ottobre 2015

La caja de manzanas


 



Laura, me llamó para decirme que habían llegado las manzanas.
Nosotros no pertenecíamos al grupo de compra y consumo sostenible, sin embargo Laura estaba muy metida en ello. Le encantaba repartir naranjas, manzanas, hortalizas u otras mercancías a los familiares y amigos. Tenía un trastero en la planta baja y allí depositaba las cajas, que ella misma iba a buscar a las afueras de la ciudad.
- Voy a pasar por tu casa a media tarde, le dije.
Toqué el timbre de su apartamento y nadie me contestó.
- Qué raro, quizás haya salido y esté a punto de volver, me dije.
Más tarde supe que en aquellos momentos estaba tan ensimismada trabajando en un dibujo, que no me había oído.
Por la calle pasaba mucha gente, sin embargo en seguida noté a una mujer de unos cuarenta años, su melena castaña estaba muy bien cuidada, llevaba un traje gris, alrededor del cuello destacaba un pañuelo de seda rojo. Era llamativa pero sus facciones eran duras, quizás porque estaba peleándose con alguien en el móvil. Gesticulaba y gritaba, por eso llegó a mis oídos su voz mientras decía:
- A mí no me hacen eso. No acepto que me tomen el pelo. Ya estoy hasta la coronilla de ti y de todo el tinglado.
Luego la mujer elegante  dobló  la esquina  y por consiguiente no pude oír nada más.
Hice sonar el timbre de nuevo y al cabo de poco Laura me contestó, diciendo:
- Puedes atender unos minutos, solo el tiempo necesario para ponerme el chaquetón y los zapatos.
Durante aquel rato, delante de la puerta, me entretuve mirando a la gente. Muy cerca había una escuela primaria. Los niños a esa hora salían alborotados de las clases. Vi de nuevo a la mujer llamativa con una niña de unos seis años a su lado.
La chiquilla llevaba una bata azul marino de cuello blanco que le quedaba un poco holgada; con la mano tiraba la punta de chaqueta de la madre, quien seguía impertérrita hablando por teléfono. Luego cortó la conversación, sacándose a la niña  de encima, con gestos de impaciencia.
Recuerdo lo contentos que estaban mis hijos cuando íbamos mi marido o yo a buscarlos al cole; alguna que otra vez estaban nerviosos y enfadados,  más que nada por  el  agotamiento. Me diréis que quizás en algunas ocasiones los hijos puedan resultar pesados, sobre todo durante los primeros cursos, cuando intentan hacer pagar a los padres el  haberlos dejado todo el día con los maestros; sin embargo la reacción de aquella mujer me resultó exagerada.
Laura bajó las escaleras corriendo y me abrió la puerta con una gran sonrisa.
Me enseñó todas sus provisiones y me ayudó a poner encima de mi bicicleta una caja de manzanas; luego le pagué y muy agradecida me  despedí de ella, quedando que íbamos a vernos  aquella misma noche en una bar del barrio.
Yendo hacia casa pasé por una callejuela  y  reconocí a  la mujer elegante, quien en aquel momento estaba parada en medio de la calle riñiendo a la niña. Le decía cosas que  yo jamás había oído salir de la boca de una madre:
-¡Tú que te crees! He estado todo el día trabajando y  ahora  tú dándome la lata. ¡No te lo  voy a permitir! Eres pegajosa y débil como tu padre. No te soporto, déjame en paz.
Sus últimas palabras echaban chispas de rabia y de rencor.
- ¿Pero qué tenía aquella mujer para ser tan cruel con la hija?
La niña parecía  un cachorro rechazado. De su tez blanca bajaban dos lágrimas cargadas de dolor. En aquellos momentos sentí dentro de mí el sufrimiento de  aquella hija desafortunada.
Mientras abría la puerta de la calle, con la caja de manzanas a cuestas, pensé en mis padres. Durante mi niñez y adolescencia mi madre sufría de una enfermedad crónica de pulmones y a menudo era infeliz, mi padre trabajaba demasiado y casi no se le veía por casa, sin embargo reconozco que los dos se esforzaban  para que   la familia flotara. Nunca nos trataron mal, al contrario nos ayudaron a crecer y a su manera nos  dieron cariño, a mis hermanos y a mí. Subí despacio las escaleras, primero un peldaño luego el otro y me paré en el descansillo. Tras oler el aroma de las manzanas, cogí una, le dí un mordisco y me sentí una mujer afortunada. 




 

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