giovedì 5 marzo 2015

Bicarbonato de sodio


Hace un par de días que encontré a Cristina, hacía años que no coincidíamos en el pueblo, habíamos estudiado juntas y cuando nos fuimos a vivir lejos de nuestra tierra natal seguimos escribiéndonos durante unos años, pero luego poco a poco nuestra correspondencia cesó. La vi cambiada, a pesar del tiempo transcurrido, me pareció más joven.
Me contó que aquellos últimos años habían sido muy malos para ella, fue cuando sus dos hijos mayores eran adolescentes y el último todavía pequeño, fue en la misma época en que sus padres enfermaron, primero, la madre sufrió Alzheimer precoz, luego el padre tuvo una embolia cerebral, a raíz de la cual se le quedó paralizada la parte derecha del cuerpo. Me dijo que hacía unos meses que el padre había fallecido, la madre afortunadamente murió antes de perder completamente la cabeza.
Me comentó contenta, de que ahora estaba muy bien, seguía con Francisco, su marido. Vivían con Luís, que tenía dieciocho años y era el hijo pequeño, pues los dos mayores, se habían ido a estudiar al extranjero.
- ¿Tú como estás? Al final me preguntó, abrazándome de nuevo
- Regular, me pasa algo raro, pues desde hace unos meses, a menudo tengo dolor de cabeza y sobre todo duermo mal. Le contesté con una mueca que hago siempre con la boca, cuando no estoy convencida de algo.
Luego acabé diciéndole que mi marido e hijos estaban la mar de bien y que al contrario de sus padres, los míos habían tenido pocos problemas durante la vejez y habían fallecido casi sin darse cuenta.
Nos citamos en un bar el viernes de aquella misma semana.
Fue una tarde que nunca olvidaré. A Cristina siempre le ha gustado contar las cosas con todos los detalles, yo estaba encantada escuchando su voz. Charlamos y reímos recordando viejos tiempos. Al final me regaló un libro, que me aconsejó que leyera lo antes posible, añadiendo que seguro que sería un buen remedio para el dolor de cabeza e insomnio.
Dentro del libro había una hoja de papel en la que Cristina, con letra pequeña, había escrito:
Querida amiga:
He  copiado una página de mi diario para que descubras el porqué de mi regalo. Espero verte más a menudo
Un beso
Cristina

Domingo 22 de  mayo de 2014
Son las ocho de la tarde y me apetece recordar el día de hoy desde el principio. Me he despertado con un ligero dolor de cabeza, será por la resaca de anoche.
La cena salió  de maravilla. Mientras, Francisco  iba cocinando yo me sentía en la gloria. Me encanta cuando a él le apetece guisar, pues lo hace muy bien. Los dos preparamos nuestras especialidades lo mejor que supimos.
Todo era exquisito: los canapés con salsa de aceitunas negras, el pan integral con tomate, la paella de mariscos, las alcachofas a la romana, los pimientos picantes y los postres a base de fruta con mascarpone. También eran  buenísimos, el pastel y el vino que trajeron los amigos.
Fue una noche muy amena, cada uno con su tema animaba la mesa. Yo estaba contenta porque Luís, quien nunca quiere participar en nuestras cenas con cincuentones, había dicho que comería sólo un plato de paella y que luego saldría, en cambio se quedó largo rato haciendo tertulia con nosotros durante la sobremesa.
¿Qué hago? ¿me levanto o me quedo en la cama? He pensado mientras miraba a Francisco, quien aún estaba durmiendo profundamente.
Descubriendo, que eran las nueve de la mañana he decidido que después de ir al cuarto baño volvería a la cama.
Si yo hubiera sido más racional me hubiera levantado sigilosamente, dejándole dormir a él un rato más. Hubiera podido leer echada en el sofá del salón y saborear un taza de té verde. Digo eso porque hace una semana que tengo un poco de escozor y un ligero dolor en la vejiga. La culpa la tiene la dichosa cistitis, que cada invierno llega sin pedir permiso.
Al final me he acostado de nuevo y me he arrimado al cuerpo caliente de Francisco. En seguida he notado por sus movimientos que él lo estaba apreciando.
Tenía ganas de seducirlo. Hacía tiempo que no me sucedía, normalmente es él quien da los primeros pasos. Quizás ha pasado todo eso porque es todo un lujo poder estar en casa los dos solos. Hoy Luis se ha levantado temprano para ir a jugar un partido de fútbol.
Al oír la puerta de la entrada, que nuestro hijo ha cerrado de golpe al salir, mi cuerpo se ha relajado completamente, a pesar del ligero dolor de cabeza.
Mientras abrazaba a Francisco he pensado que quizás me volvería el escozor. Pero mis manos no escuchaban nada de eso, seguían tocando su cuerpo.
Ya que le había dado la lata durante los últimos días comentándole mis molestias vaginales, él me ha  peguntado:
¿Estás segura de que luego no te va a doler? Yo estoy encantado con ese despertar tan erótico, pero si quieres puedo esperar.
¡Qué va! Luego  voy a lavarme con bicarbonato, que lo cura todo. Le he contestado risueña. Y mientras decía eso he pensado: mejor prevenir que curar, como dice el proverbio, por lo tanto me he levantado y he ido a lavarme las vías urinarias con bicarbonato. Al volver al dormitorio he buscado en un cajón del armario una combinación rosa de seda y me la he puesto.
Al entrar de nuevo en la cama hemos hecho el amor como nunca. Nuestros cuerpos sudados y exhaustos han seguido largo rato entrelazados.
Con pereza y sin fuerzas me he levantado para ir a lavarme de nuevo. Luego él ha hecho lo mismo. Al cabo de poco ya estábamos los dos otra vez bajo las sábanas arrugadas y calientes.
Nos hemos quedado hasta la una en la cama. Me ha gustado la intimidad que se ha creado mientras hablábamos. Él me ha confesado que le asustaba un poco el hecho de tener que dejar el trabajo dentro de pocos meses, porque veía que mucha gente  caía en depresión al estar sin hacer nada. Yo le he dicho que no se preocupara, ya que seguro que iba a tener muchas cosas que hacer.
Luego ha salido de mi boca lo que llevaba días preocupándome: Estoy agobiada con el trabajo pues mi nuevo cargo me pone muy nerviosa, porque tengo miedo de equivocarme. ¡Qué insegura que soy!
Pero si eres atractiva, alegre, positiva, generosa, optimista y mil cosas más; ¡Qué te importa un poco de inseguridad ! A veces es lo que me gusta más de ti ¡Cuánto te quiero ¡Cuánto te quiero! Me ha dicho él de un tirón. Me han sentado tan bien esas palabras.
Deberíamos pasar más a menudo una mañana entera en la cama.
Hemos desayunado a la una y media y al decirle que mi dolor de cabeza se hacía más intenso, Francisco me ha preparado un vaso de agua con bicarbonato de sodio, diciéndome que era un remedio de su madre y que era muy eficaz.
A las tres menos cuarto hemos salido a dar un paseo por la ciudad, el día era gris, sin embargo a mí me ha parecido precioso, andando  sin rumbo por las calles poco concurridas.
En el casco antiguo había un mercadillo. En una parada de libros de segunda mano, mientras estaba pensando en que mi dolor de cabeza había desaparecido completamente, me ha llamado la atención el título de un libro: Los milagros del bicarbonato de sodio. 
He comprado el libro y luego ya en casa nos hemos  recreado en el sofá.  Al cabo de poco ha llegado Luís hambriento, por eso hemos decidido preparar una merienda-cena.
Ahora estoy muy a gusto escribiendo y me siento muy bien. ¿Será debido al bicarbonato? 
 
Al terminar de leer la carta de Cristina, sonreí pensando en que aquella misma noche tomaría un vaso de agua con bicarbonato. Luego le escribí un correo diciéndole lo mucho que me había gustado su regalo y agradeciéndole que con tanta naturalidad hubiera compartido conmigo todos los detalles de un día de su vida.

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