venerdì 13 giugno 2014

El vestido de Carla - Il vestito di Carla


















Aquella mañana era para mí como si fuera el primer día de vacaciones. Aún faltaba un poco para acabar el curso y por consiguiente tenía pendientes muchas tareas: corregir pruebas parciales, hacer evaluaciones, preparar y efectuar los exámenes finales. Pero aquel lunes de mitades de junio, sin tener que dar clases, me pareció todo un regalo.
Quería ponerme un vestido fresco ya que desde hacía dos días había llegado de golpe el calor y  el bochorno en la ciudad.
Abrí el armario y entre todos mis vestidos escogí el azul, que me había regalado Carla  hacía muchos años. Repentinamente me llegaron sus palabras:
- Te he traído un traje que a mí me queda pequeño, pero a ti te va a caer fenomenal, me dijo una tarde sentada en un banco del parque donde solíamos ir con los niños en los días soleados.
- Muchas gracias eres muy amable. Me gusta mucho, es un vestido especial: sencillo y  llamativo  a la vez por los cortes laterales que le dan un aire un poco provocativo. Me  lo voy a probar mañana mismo y luego te contaré como me queda. Le dije muy contenta.
Al día siguiente fui a su casa con el vestido puesto. Era de mi medida. Iba muy a gusto con él pues sentía que el lino me acariciaba y refrescaba la piel y sobre todo sus distintas tonalidades  me recordaban el mar.
Carla se alegró al verme vestida de azul  y en seguida me contó  cómo había dado con aquella prenda.
- Es un traje que hallé revoleando la ropa de un tenderete en un mercadillo, donde vendían ropa nueva, un poco pasada de moda, pero de buena costura. El vendedor me dijo que procedía del guardarropa de una tienda antigua que había quebrado, porque la dueña, quien tenía la costumbre de ponerse prendas o adornos azules, se había enamorado de un canta mañanas que le había chupado todos sus haberes. El establecimiento, ya famoso desde el siglo pasado por sus modelos originales, era muy renombrado en la ciudad y a él acudían señoras ricas, cantantes de ópera y actrices. Se nota, por su corte, por su color y por el tejido, que es todo un señor vestido, acabó diciendo.
- me siento orgullosa de llevar uno trapito cuya confección tiene tanta historia, le dije dando la vuelta y agarrando hacía arriba  los lados de la falda.
-Yo  me lo puse poco,  porque engordé  y no conseguía abrocharlo bien, sin embargo en seguida descubrí esa gracia que  tiene. Verás que tu no te lo vas a sacar de encima y a tu marido le va a encantar. Me dijo Carla risueña.
En cuanto me hubo contado la historia del vestido decidimos tomar un té antes de  ir buscar a nuestros hijos al colegio.
Efectivamente durante todo aquel verano y otros más lo lavé y lo planché con esmero para poder ponérmelo a menudo. Cada vez que lo sacaba del armario pensaba primero en Carla  y  luego en la dueña de la tienda de alta costura y me perguntaba:
- ¿Quién sabe si  las dos lograrán rehacerse una  nueva vida?
Pasé, alguna temporada más, ilusionada con el traje azul; pero un día me pareció demasiado largo y  un poco pasado de  moda por lo tanto lo deposité en el fondo del armario y cayó en el olvido  hasta que aquella mañana de junio mis ojos se posaron en él.
El azar quiso que ese mismo día, llevando el vestido azul,  encontrara la carta. Antes de ponerme a trabajar, fui al cuarto de baño y como suelo hacer siempre, agarré  uno de los libros de nuestra estantería del pasillo, era El amor en los tiempos del cólera de Gabriel García Márquez. Mientras leía con deleite las primeras páginas del libro me cayó una carta.
La desdoblé, la acaricié y la leí lentamente. Su lectura me transladó hacia el pasado, me vi  sentada en frente del ordenador en el cuarto que usábamos como estudio. Teníamos un gran escritorio  para toda la familia, que por las tardes estaba siempre ocupado  pero después de cenar estaba  libre y yo solía disfrutar escribiendo cartas o anotando mis cosas en una especie de diario. Normalmente escribía con pluma estilográfica las cartas semanales a mi madre, a mis hermanos y a algunos amigos, pero algunas veces también me gustaba teclear mis pensamientos envuelta en el silencio de la noche. Cuando no me acababa de gustar lo que escribía, cambiaba algo y volvía a imprimir la página. Eso es lo que debió pasar aquella noche lejana. Supongo que envié la copia mejor al destinatario y la peor la deposité en el libro que entonces tenía entre mis manos. La carta decia:
Firenze 4 de junio de 1996
Querida Carla:
Estaba a punto de llamarte por teléfono, pero mirando hacia el ordenador he pensado que una carta era algo más íntimo y perdurable en el tiempo.
Son las nueve y media  de la noche, ya hemos acostado a los niños. U. mira la tele, creo que un debate político y yo, como puedes apreciar, estoy muy contenta junto a ti escribiéndote.
Te iba diciendo que los hijos estaban durmiendo, pues no, todavía están despiertos. Acabo  de oír la voz de uno de ellos que me está llamando: ¡mama!.
Oigo también los pasos de U. que se acercan al dormitorio para ver lo que pasa.
Yo me quedo inmóvil a tu lado; mejor que los niños no me vean, pues de lo contrario no dejarían que abandonase de nuevo su cuarto.
Este fín de semana hemos salido poco durante las horas más calurosas del día, pues ha llegado de golpe el verano con un gran bochorno. Los niños se han entretenido mucho jugando y dibujando por eso nosotros hemos podido leer y escuchar música, un rato  sentados en el sofá rojo. Qué milagro!!
El diente que se le  rompió el otro día a la niña, cayendo de la sillita donde se había encaramado para hacer reír al hermanito, no se ha vuelto gris, esto es una buena señal según el dentista. Al niño le  sigue gustando  quedarse en casa, ¿te acuerdas cuántas horas con tu hijo se entertenía  construyendo, con aquellas piezas tan pequeñas, castillos, puentes y fortalezas? En cambio a ella le apetece más salir e ir a jugar con las amiguitas.
He empezado el libro de García Márquez que tu me regalaste, pero también he leído algunos artículos científicos para ponerme al día y poder dar buenas  clases de biología el próximo curso. Hablar contigo sobre el ADN me sirvió mucho; tu sabes explicar muy bien las cosas, no solo por tus estudios de bioquímica sino también por tu paciencia y generosidad hacia los demás.
Me siento con muchas ganas de hacer cosas, quizás porque este año no me he agobiado demasiado en el trabajo y ahora que los niños empiezan a crecer estoy pensando muy ilusionada, que voy a tener más tiempo libre.
Me parece que a veces me equivoco, pues quiero abarcarlo todo y como dice el refrán “quien mucho abarca poco acaba”.
Hoy hee ido por primera vez en la vida  a que  me dieran masajes. ¿Te acuerdas que queríamos ir juntas el año pasado? El masajista era un estudiante ciego de fisioterapia, que se  ha sacado el título recientemente y por eso hacía pagar tan poco. Me ha dicho que tengo tensiones en la parte baja del cuello y alta de la espalda. No siempre lograba relajarme cuando él me decía:
- Si lasci andare signora!1
Es como si a nivel inconsciente estuviera siempre preparada para defenderme de algo.
- ¿qué raras que somos las personas y cuántos misterios hay  dentro de cada una?
En esta época  me parecía estar la mar de bien, en cambio resulta, según el masajista, que estoy muy tensa.
Será por las muchas  cosas de la vida cotidiana que se juntan y que a menudo se enredan: el trabajo, la casa, los niños, la pareja y la preocupación que siento  por mis padres, a  quienes veo envejecer  año tras año, cuando vuelvo al pueblo.
Ya me tienes en casa cada atardecer haciendo dos, tres o más cosas a la vez: preparo la cena escuchando la radio, juego con los niños, pienso en las clases del día siguiente, tiendo la ropa que voy sacando de la lavadora y  hago la lista de la compra.
Espero que hacia los cincuenta años consiga relajarme intentando hacer una cosa a la vez y sobre todo disfrutando del presente, sin hacer demasiados planes y organizando el día de mañana, como hago siempre.
Ahora, después de haberte  hablado de mi vida, quisiera saber algo  sobre la tuya.
¿Cómo estás, lejos de nuestra ciudad? ¿Qué tal con tu nuevo enamorado? ¿Y tu trabajo?Tengo muchas ganas de verte, hecho de menos las horas que pasábamos juntas cada tarde, cuando íbamos a recoger a los niños a la escuela. 
Todavía me pongo el vestido que me regalaste. Me encanta.
Los niños preguntan siempre por tu hijo, espero que se haya adaptado bien en la nueva escuela.
Dime cuando vas a volver para que podamos vernos.
Espero que los dos seáis felices.
Un abrazo muy fuerte.
Fina
Me senté de nuevo, encendí el ordenador y mientras esperaba que se conectara, me observé desde fuera: Vi a una mujer que  iba dejando atrás los cincuenta años e iba acercándose a los sesenta, que llevaba aún el vestido azul, que todavía le gustaba escribir cartas y que seguía haciendo  varias cosas a la vez, sin embargo también noté que estaba aprendido a disfrutar cada vez más  de las pequeñas cosas de la vida.

1 ¡Relajese señora!



 Il vestito di Carla
Quella mattina era per me come se fosse il primo giorno di vacanza. Mancava ancora un po' per finire il l'anno scolastico, quindi avevo diverse cose da fare: correggere verifiche, dare le valutazioni agli studenti e fare gli scrutini finali. Ma quel lunedì di metà giugno, senza dover andare a scuola, mi è parso come un regalo.
Volevo indossare un abito fresco perché da due giorni era arrivato il caldo e l'afa in città.
Ho aperto l'armadio e tra tutti i miei vestiti ho scelto quello blu, che Carla mi aveva regalato molti anni prima. Improvvisamente mi sono venuto in mente le sue parole:
- Ti ho portato un vestito, che per me è un po' piccolo, ma che a te starà benissimo. Mi ha detto un pomeriggio, mentre eravamo sedute in una panchina del parco dove di solito andavamo con i bambini nelle belle giornate.
- Ti ringrazio tanto. Mi piace molto, è un abito speciale: semplice, ma allo stesso tempo appariscente, forse a causa degli spacchi laterali, che gli danno un'aria quasi sbarazzina. Me lo proverò domani e poi ti dirò come mi sta, le ho detto molto contenta.
Il giorno dopo sono andata da lei col vestito addosso. Era veramente della mia misura. Ci stavo bene perché sentivo che il lino accarezzava la mia pelle, mi dava freschezza e soprattutto le sue diverse sfumature mi ricordavano il mare.
Si vedeva che Carla era felice nel vedermi vestita di blu e subito ha voluto raccontarmi come aveva fatto a trovare quel bell' indumento.
- Quest'abito l'ho trovato in una bancarella del mercato, dove vendevano vestiti nuovi, un po' datati, ma di buona sartoria. Il venditore mi ha detto che proveniva dai resti di magazzino di un vecchio negozio che era fallito, perché la proprietaria, che amava tenere capi o ornamenti azzurri, era caduta in disgrazia perché il suo consorte le aveva succhiato tutti i beni. Lo stabilimento, già famoso nel secolo scorso per i modelli originali, era molto rinomato in città e frequentato da signore ricche, cantanti lirici e attrici. Si vede che è un gran vestito dal taglio,  colore e tessuto, che sono molto azzeccati.
- Sono lieta di indossare un vestito che ha tanta storia. Ho detto queste parole girandomi intorno e afferrando gli angoli della gonna.
- Io l'ho indossato molto poco, perché nel frattempo ero un po' ingrassata e non riuscivo ad abbottonarmelo bene, però avevo fin dall'inizio scoperto la sua bellezza. Vedrai che te lo metterai spesso e piacerà a tuo marito. Disse Carla sorridendo.
Appena finì di raccontarmi la storia del vestito, abbiamo deciso di preparare un tè, prima di andare a prendere i nostri figli a scuola.
Infatti, quell'estate ho lavato e stirato con cura il vestito per poterlo indossare spesso. Ogni volta che lo tiravo fuori dall'armadio pensavo a Carla e alla proprietaria del negozio di vestiti e mi chiedevo:
- Chissà se entrambe sono riuscite a rifarsi una nuova vita?
Ho trascorso un lungo periodo indossando con allegria il vestito blu; ma un giorno l'ho trovato troppo lungo e un po' vecchio, quindi l'ho appeso nella parte più nascosta dell'armadio e lì è stato dimenticato fino a quando quella mattina di giugno i miei occhi sono caduti su di lui.
Il caso ha voluto che lo stesso giorno, che indossavo l'abito blu, trovassi la lettera.
Prima di mettermi al lavoro, sono andata in bagno e come faccio di solito, ho preso uno dei libri della libreria del corridoio. Mentre leggevo le prime pagine del romanzo scelto a caso, L'amore ai tempi del colera di Gabriel García Márquez, mi è caduta una vecchia lettera.
Era un foglio ripiegato in due. Mentre lo aprivo lentamente, l'ho accarezzato. Poi leggendolo mi sono sentita trasportata nel passato, dove di solito mi sedevo di fronte a un computer nella stanza che utilizzavamo come studio. Avevamo una grande scrivania per tutta la famiglia, il pomeriggio era molto richiesta, ma dopo cena era sempre libera e io la usavo per scrivere lettere o annotare le mie cose in una specie di diario. Normalmente scrivevo con la penna stilografica le lettere settimanali a mia madre e quelle meno frequenti a i miei fratelli e ad alcuni amici, ma a volte mi piaceva comunicare i miei pensieri, sentendo il ticchettio dei tasti che interrompeva il silenzio della notte. Quando non ero abbastanza soddisfatta di quello che avevo scritto, modificavo qualcosa e ristampavo. Questo è quello che deve essere successo quella notte di tanto tempo fa. Penso che la migliore copia sia stata inviata al destinatario e la peggiore depositata nel libro che avevo tra le mani. La lettera cominciava così:
Firenze 4 Giugno 1996
Cara Carla:
Stavo per chiamarti al telefono, ma poi ho pensato che una lettera poteva essere una cosa più intima e che sarebbe perdurata nel tempo.
Sono 9 e mezza  di sera e abbiamo appena addormentato i bambini. U. guarda la TV, penso un dibattito politico e come puoi vedere io sono molto felice scrivendoti.
Prima ho detto che i bambini dormivano, invece sono ancora svegli. Ho appena sentito la voce di uno di loro che mi chiama, mamma!.
Sento i passi di U. che stanno andando verso la camera da letto per vedere cosa succede.
Voglio rimanere ancora con te. E' meglio che i bambini non vedano me, altrimenti non mi permeterebbero di lasciare di nuovo la loro stanza.
Questo fine settimana siamo usciti poco durante le ore più calde della giornata, perché l'estate è arrivata improvvisamente in città e con essa una grande afa. I bambini si sono divertiti a giocare e disegnare, quindi noi abbiamo potuto leggere e ascoltare musica seduti sul divano rosso. Che miracolo !!
Il dente che la bambina si era rotto l'altro giorno, quando è caduta dalla sedia dove si era arrampicata per far ridere il fratello, non è diventato grigio, questo è un buon segno, così ci ha detto il dentista. Il bambino ama rimanere a casa, ti ricordi quante ore con tuo figlio giocava costruendo, con quei piccoli pezzi, castelli, ponti e fortezze? Invece la bambina è sempre pronta ad andare a giocare fuori dalle amichette.
Ho iniziato il libro di García Márquez che mi hai regalato, ma ho anche letto in questi giorni alcuni articoli scientifici per poter essere in grado di fare buoni lezioni di biologia il prossimo anno. Parlare con te del DNA, è stato un grande aiuto per me; Sai spiegare benissimo, non solo per i tuoi studi in biochimica, ma anche per la pazienza e generosità che mostri verso gli altri.
Ho voglia di fare tante cose, forse perché quest'anno non mi sono fatta sopraffare dal lavoro e credo che adesso, che i bambini iniziano a crescere, avrò più tempo libero. Ma a volte sbaglio perché ne voglio fare troppe e come dice il detto "chi ne comincia tante non riesce a finirne una".
Oggi sono andata, per la prima volta in vita mia, a farmi fare massaggi. Ti ricordi che ci volevamo andare insieme l'anno scorso? Il massaggiatore cieco era uno studente di fisioterapia, che ha preso il diploma di recente, per questo non costano molto i massaggi. Mi ha detto che ho delle tensioni nella parte bassa del collo e nella parte superiore della schiena. Non riuscivo a rilassarsi quando mi diceva:
- Si lasci andare signora!
E 'come se inconsciamente fossi sempre pronta a difendermi di qualcosa.
- Come sono complicate le persone e quanti misteri nascondiamo dentro di noi!
In questo periodo, che credevo di essere piuttosto rilassata, ora si  scopre, secondo il massaggiatore, che sono molto tesa.
Sarà per le tante cose della vita quotidiana che si intrecciano e spesso si aggrovigliato: lavoro, casa, bambini, vita coniugale e tante preoccupazione, soprattutto quella che sento verso i miei genitori, nel vederli invecchiati, anno dopo anno, quando torno al paese.
Dovresti vedermi a casa ogni sera facendo due, tre o più cose alla volta: mentre preparo la cena ascolto la radio, gioco con i bambini, penso alle lezioni del giorno successivo che devo impartire, tendo i panni che tiro fuori dalla lavatrice e a volte con un lapis aggiungo qualcosa nella lista della spesa.
Spero che verso la cinquantina riuscirò a rilassarmi, imparerò a fare una cosa alla volta e a godermi il presente, senza fare troppi progetti e organizzarmi il domani, come faccio spesso.
Adesso, dopo aver parlato della mia vita, vorrei sapere qualcosa della tua.
Come stai lontano dalla nostra città? Come va con il tuo nuovo amore? E il tuo lavoro?
Ho tanta voglia di vederti, mi mancano i momenti che trascorrevamo insieme ogni pomeriggio, quando si andava a prendere i bambini a scuola.
Ho ancora il vestito azzurro che mi hai regalato. Lo adoro.
I bambini chiedono sempre di tuo figlio, spero che si sia inserito bene nella nuova scuola.
Dimmi che ritornerai presto in città per poterci incontrare.
Spero tanto che voi due siate felici.
Un grande abbraccio.
Fina

Mi sono seduta di nuovo davanti il tavolo di lavoro, ho acceso il computer e durante l'attesa di collegamento, mi sono guardata dal di fuori: ho visto una donna che stava lasciando alle spalle i cinquant'anni e si stava avvicinando ai sessanta, indossava un abito blu, le piaceva scrivere lettere e continuava a fare più cose contemporaneamente, però ho notato anche che aveva imparato a godere di più delle piccole cose della vita.


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