sabato 17 maggio 2014

Ir sola al cine













A principios de mayo se nos presentaba un puente muy largo. Tendríamos la posibilidad de descansar cuatro días seguidos, sin tener que madrugar para ir al trabajo.
El tiempo, según las previsiones meteorológicas, iba a ser muy variable, por lo tanto decidimos quedarnos en la ciudad.
Nuestro hijo veinteañero, quien por aquel entonces era el que corría más por nuestra casa, ya que estudiaba cerca de Firenze, iba a ir a Roma para un concierto; nuestra hija, dos años mayor que él, hacía tiempo que ya no vivía con nosotros, desde que se había ido a estudiar a Madrid.
Íbamos a estar a nuestras anchas los dos solos en el buen sentido de la palabra, ya que nuestro piso no es tan amplio para albergar a cuatro personas adultas.
Quería relajarme y aprovechar el tiempo para: escribir, leer, arreglar armarios, ir a la tintorería, pasar por la librería, seguir una conferencia, ir al cine, etc . Pero la cosa que más deseaba era estar a solas con U.
Sin embargo pasó como dice la letra de una vieja canción “la vida es lo que te pasa mientras estás intentando llevar a cabo otros proyectos”. Toda mi lista de cosas que quería hacer se esfumó.
El primer día de fiesta mientras U. y yo nos deleitábamos bajo las sábanas oímos que nuestro hijo nos decìa:
- Buon giorno a tutti, tra poco me ne vado alla stazione a piedi. 
- Espera, nos vamos a levantar, si quieres te acompañamos en coche, dijimos los dos a la vez.
- No es necesario ya voy a ir andando. 
- La tua valigia è piuttosto pesa; ti accompagno volentieri alla stazione. Le dijo U.
Mientras se iban los dos, yo seguí echada en la cama; con el eco de aquella convesación aún en mi cabeza, pensé dos cosas: la primera, que en nuestra casa era normal, pasar de un idioma a otro y la segunda, que estaba contenta y a la vez sorprendida de que padre e hijo fueran más madrugadores que yo.
Seguía lloviendo por eso me levanté tarde. Luego intenté aprovechar el tiempo preparando clases para mis alumnos. Sentada en el estudio me puse a trabajar delante del ordenador, pero de vez en cuando enviaba un correo electrónico a mi hermano, a mi hermana y a algunos amigos, pues me encanta estar en contacto con las personas a quienes quiero.
Por la tarde escampó y pudimos salir a dar una vuelta.
Hacía pocos días que habían operado a uno de nuestros amigos, quien en plena convalescencia iba saliendo cada día un rato para andar un trecho por la bella Piazza d'Azeglio. Estuvimos con él y su esposa paseando despacio y charlando alegremente; creo que parecíamos un gupo de jubilados. Por la noche improvisaron en su casa una cena riquísima a base bacalao, invitaron también a otros amigos y estuvimos muy a gusto toda la velada.
Al día siguiente muchas tiendas estaban abiertas y por suerte pudimos hacer la compra. Hacia las ocho fuimos a un concierto con  amigos y luego cenamos todos  juntos en nuestra casa.
Habíamos pasado unos días de fiesta muy agradables saliendo, comiendo, bebiendo, charlando hasta la madrugada, en fin durmiendo poco, quizás por eso aquel día queríamos pasarlo en casa solos, sin horarios y sin la obligación de quedar con alguien. Aproveché para ir a la peluquería a teñirme el pelo, a la biblioteca a buscar unos libros y al atardecer entrando en casa le dije a U.
-¿Por qué esta noche no vamos al cine tú y yo? 
- Lo siento, pero hoy quisiera ver el partido de fútbol que dan en la tele. Es muy importante porque  se juega el partido final de la Copa Italia, no puedo perderlo. 
- Bueno, iré sola al cine y comeré tempranito 
- Podemos cenar juntos. Voy a preparar algo yo, me dijo él.
En aquel momento sentí un poco de angustia, pensando en  los hombres que  prefieren ver un partido de fútbol antes que ir al cine con su novia; en esa categoría no estaba incluido U. Sin embargo aquella noche no quiso ir al cine conmigo.
Comí de prisa y con un poco de ansiedad, pues se me iba haciendo tarde y no pude salir, como siempre suelo hacer yo, con un poco de antelación.
Me fui corriendo en bici, ya que  temía hallar a mucha gente en la taquilla. En efecto había una cola muy larga y mi primera reacción fue reñirme:
- ¡Qué tonta que he sido! Si hubiera salido antes de casa, sin escuchar a nadie, no tendría que esperar tanto ahora.
Lentamente me apacigüé y dejó de importarme el hecho de estar de pie y rodeada por una muchedumbre muy bulliciosa.
Me puse a  observar a las personas de mi alrededor, que eran casi todas de mi edad, mientras llegaba a mis oídos la conversaciòn de la pareja que estaba delante de mí:
- Yo me iría ahora mismo, no aguanto las colas, ya te lo decía yo que no era una buena idea ir hoy al cine. Un señor tuerto le decía a su mujer, mientras echaba chispas de rabia. 
- Tranquilo verás que va a quedar alguna entrada para nosotros, decía su esposa haciéndole poco caso.
- No quiero sentarme en la primera fila. Vámonos!! Le imploraba él a ella.
Pensé que aquella señora había arrastrado a su marido, quien quizás aquella noche quería ver el partido o hacer otras cosas. Al cabo de poco rato, ella como era de esperar perdió la paciencia y le echó en cara su mal carácter y el hecho de que se quejara por cualquier cosa.
- No te aguanto más! Le dijo ella gritando y saliendo de la cola.
Eché la vista atrás y vi que ambos se marchaban con cara de funeral y aproveché para dar una ojeada rápida a quien estaba detrás de mì.
Vi a una pareja de unos cuarenta años  de aspecto normal, sin embargo en sus palabras había algo que no encajaba:
- Le gusta su empleo, le preguntó él a ella.
- Si, pero es muy agotador, trabajo demasiadas horas sobre todo en verano.
- Ya puede estar contenta, con su licenciatura en Historia del Arte, no podía irle mejor! Debe de ser muy interesante hacer de guía en esta maravillosa ciudad toscana. Le dijo él con una voz profunda y amable.
- Me hubiera gustado enseñar e investigar en mi facultad, pero las cosas a veces se nos presentan sin buscarlas. Mi trabajo me lo pasó una amiga en una época en la que necesitaba dinero y luego me quedé en ese  ramo. Y usted está satisfecho ?
- Cada día me despierto con el temor de que mi jefe me diga que la empresa va a quebrar. Le dijo él afligido.
- Verá que no va pasar, todo se arreglará y dejaremos la crisis atrás.
 - Esperemos que tenga razón, pero yo sufro por todo, antes de que lleguen las cosas. Cuando me separé de mi mujer, hacía tanto tiempo que lo pasaba mal, que me dolió menos de lo que me imaginaba. De todas maneras me costó acostumbrarme a vivir solo. 
- Yo también  padecí,  quedándome sola después de diez años de convivencia, cuando mi ex me dejó.
Me giré con cuidado y estaba mirando si la cola era  muy larga  pude ver mejor  a las dos personas que hablaban tan cerca de mis oìdos.
Eran del montón, ni altos ni bajos, ni gordos ni flacos: él tenía un rostro agradable, con canas en las sienes, una nariz grande y algunas arrugaditas alrededor de los ojos, ella era un  poco más chata, de ojos muy vivarachos, con el pelo rubio recogido en una colita y parecía más inquieta. Llevaban ambos ropa  sencilla, pero se notaba que se habían arreglado con esmero para la ocasión. Lo raro era que se trataban con demasiada cortesía a pesar de que iban hablando cada vez de temas más íntimos.
- ¿Ud. ha tenido temporadas malas, con bajones de moral y sin ganas de hacer nada? Le preguntó él  con mucha naturalidad.
- Sí, he pasado épocas fatales,  sin embargo ahora cuando veo que me va a llegar una tormenta de cosas negativas consigo amainarla y echarla de mi vida, gracias a las clases de yoga que llevo practicando. 
- Me gustaría lograr hacer lo mismo. Ya le conté un poco en mi correo que el año pasado fue muy duro para mí a causa de todas los percances que se me iban juntando: la separación, los problemas en el trabajo, la salud que menguaba. Dijo él casi aliviado por haberse sacado de encima aquellas últimas palabras. 
- Ahora está bien, no? Lo veo en forma.
- Si gracias, empecé a recuperarme cuando dejé de compadecerme y luché de verdad contra mi enfermedad, porque había entendido que las desgracias nos pueden llegar a todos, hasta entonces creía que el cancer lo tenían sólo los demás. Si le cuento la historia de las personas maravilosas que conocí en el hospital se quedará pasmada de lo que uno se pierde en la vida cerrándose en su caparazón.
Iba escuchando con interés las palabras de aquel hombre cuando me di cuenta de que habíamos llegado en frente de la taquilla. La  chica que vendía entradas nos comunicó  que ya  estaban agotadas, o mejor que solo quedaba una.
Algunas personas se retiraron cabizbajas, otras sonriendo dijeron que se irían a comer una pizza, en cambio la actitud de aquella pareja, que seguía tratándose de Usded a pesar de la larga conversación que habían tenido, me sorprendió mucho:
- Vamos a la sala de al lado, no sé muy bien de que trata la película que ponen, pero estoy seguro de que nos va a encantar. Dijo él risueño. 
- Estoy de acuerdo, no hay mal de que por bien no venga. 
Al final yo conseguí la única butaca que quedaba en toda la primera sala, estaba en el pasillo de la tercera fila. Esta era una de las ventajas de ir sola al cine, me dije!!


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