domenica 14 ottobre 2012

La trasnochadora- la nottambula












La imagen de aquella mujer  echada en el sofá rojo me  recordó a mi amiga Filomena. 
A principios de los años setenta Filomena era una adolescente alegre y  despreocupada. A veces se  ponía triste pensando en su nombre tan rebuscado, que  había heredado de su abuela paterna y que le tocaría llevar a cuestas toda su vida. Las amigas la llamaban Filo y muy pronto descubrió que le habían puesto una cantilena:
Filo- filo – mena
mena, mena, nena 1
nena,  nena, mona 2
Filo- filo – mona
Cuando sus compañeras querían verla rabiar la llamaban Filomona.
Sus enfados duraban poco, porque se olvidaba de ello apreciando el gusto de las  pequeñas cosas. Le encantaba tomar el sol invernal en el patio del caserón donde su  familia vivía desde  hacía muchas generaciones. Mientras los tímidos rayos de sol calentaban su cara, limpiaba su bicicleta. Con el pincel empapado de aceite mojaba los rayos de las ruedas sacando la grasa y la suciedad que el tiempo había acumulado. Filomena sentía  un bienestar enorme y deseaba limpiar y arreglar  toda su vida  viejas bicicletas en algún  rincón soleado del  planeta.
Cada día después del almuerzo, antes de volver  a la escuela, pues en la España de aquellos años los estudiantes  íbamos  tres horas por la tarde al colegio, se  escondía en   aquel  rincón del patio donde tocaba el sol  a primeras horas de la tarde. Cerraba los ojos y sólo  deseaba que la tensión, la infelicidad, el ansia, la tristeza y el dolor de los demás no contagiasen su ánimo plácido y positivo.
Su  familia era normal: el padre muy trabajador, la madre  siempre  delicada de salud, el abuelo  a menudo se  apartaba  en el jardín para apaciguar su dolor, porque  desde que se quedó  viudo añoraba noche y día a su amada esposa, la hermana mayor  cada dos por tres se enfadada y reñía con la madre y su hermanito pequeño era todo un bicho.
Como muchos adolescentes se sentía distinta a los demás, no solo por arrastrar un nombre antiguo y raro, sino porque cuando salía con  la pandilla de amigos y amigas  a menudo extrañaba  su mundo interior. Entonces se entretenía observándolos como si estuviera flotando  a algunos metros por encima de sus cabezas. Quizás ella  aún era infantil respecto a sus amigas tan desarrolladas y con ganas de sacarse un novio.  Filo  a los quince años fue la última que se volvió mujer.
Poco a poco todas las chicas del barrio empezamos a salir los sábados, primero por la tarde y luego por la noche. Todo el mundo deseaba  trasnochar y Filo en aquel   entonces  comprendió  que no le gustaba  dejar  que el  tiempo nocturno se fuera  de aquella manera. 
Cuando de madrugada  nos hallábamos con el grupo de amigos de siempre,  todos estábamos muertos de sueño, sin embargo la mayoría, anhelaba robar  obstinadamente las  horas a la oscuridad, quedándose en el local musical de turno. La  cabeza de Filomena  en cambio se alejaba  y volvía a su viejo oficio de reportera, volaba unos metros sobre nosotros y empezaba a observar todos los detalles y movimientos de la gente del local y luego los dejaba depositados en su memoria.
No quería que sus amigos pensaran que no estaba a gusto con ellos, por lo tanto esperaba a que se cansaran y que alguien dijese:
 -Vayámonos.
Otras noches  no aguantaba la pesadumbre de la  madrugada  y se iba  a casa.
Algunas veces yo regresaba con ella, pues vivíamos bastante cerca. Andando, ya en los primeros pasos, sentía un poco de remordimiento por haber dejado a los amigos, sin embargo  poco a poco  aquellas momentos se volvían mágicos para mi.  Era  emocionante pasear  por las calles desiertas del pueblo con Filo y luego pararse  bajo el farol de la plaza de la iglesia y escuchar su voz. Recuerdo que  hacía unas largas pausas y yo entonces podía percibir el ruido de la noche. Mi amiga  me contaba su mundo interior a través de todo lo que había observado desde arriba, mientras nosotros tocábamos con los pies al suelo. Yo le decía  que lo  escribiese todo,  pues eran  bellas  sensaciones. Ella siempre repetía que no sabía  escribir, que solo le gustaba mirar y escuchar.
A lo largo de toda mi vida he seguido viendo escenas en la que todos se obstinaban  en robar horas a la noche, pero la gente más trasnochadora que  había conocido, habían sido los invitados de una una pareja italo-alemana, que vivía en una casa de campo cerca de la nuestra.
A finales de los ochenta en el inmenso patio de nuestros amigos se daban muchas fiestas a las que a menudo nos invitaban.
Las Tertulias en su casa  empezaban durante  la sobremesa, con  interminables charlas, seguían  canciones de Guccini, Batttisti e De Andrè  tocadas a  la guitarra y  cantadas a coro, luego bajo una  suave música  de fondo empezaban los  juegos de mesa, el más  popular era el  backgammon.  La sesión terminaba  al amanecer, cuando con una  voz ronca,  que apenas se oía, pues las ondas sonoras tenían que transmitirse  a través de una densa  nube de humo de tabaco que cubría el inmenso salón, el anfitrión decía:
- Ha llegado la hora de acostarse, yo me voy a dormir.
Cuando la mayor parte de los invitados  jugaba yo  me sentaba delante del hogar. Cada vez, me llamaba la atención  aquella mujer bajita y morena, que  medio yacía en un pequeño sofá rojo al lado de la chimenea. Nunca participaba en los juegos. Con una copa de vino en una  mano y con la otra un cigarrillo siempre encendido, daba la impresión de que estuviese en letargo, pues parecía apática y ausente.
Aquella noche me acerqué a la mujer del  sofá rojo.
Al cabo de mucho rato me miró  y me dijo:
- Tengo sueño.
- ¿Por qué no te acuestas? Le  pregunté.
- No lo sé, es como un vicio, empiezas un día trasnochando y no logras dejarlo.
1 bambina
2. scimia

La trasnochadora1
L'immagine di quella donna sdraiata sul divano rosso mi aveva ricordato la mia amica Filomena.
All'inizio degli anni '70 Filomena era un'adolescente allegra e spensierata. A volte, quando pensava al suo nome, poco comune ereditato dalla nonna paterna e che le sarebbe toccato portare tutta la vita, diventava triste. Le sue amiche la chiamavano Filo e molto presto aveva scoperto che le avevano dedicato una cantilena:
Filo-filomena
mena, mena,  nena 2
nena, mena, mona 3
Filo - filo - mona
Quando le sue compagne volevano farla arrabbiare la chiamavano Filomona.
Le duravano poco le arrabbiature e si dimenticava presto della cantilena nell'apprezzare le piccole cose della vita.
Le piaceva molto prendere il sole invernale nel cortile della vecchia casa dove la sua famiglia abitava da molte generazioni. Mentre i timidi raggi di sole le riscaldavano il viso, puliva la sua bicicletta. Con un pennello inzuppato di olio bagnava i raggi delle le ruote, levando il grasso e la sporcizia che il tempo aveva accumulato. Filomena sentiva un gran benessere e desiderava pulire ed accomodare tutta la sua vita vecchie biciclette in un angolino assolato del pianeta.
Tutti giorni dopo pranzo, prima di ritornare a scuola, dato che in quei tempi in Spagna gli scolari andavano tre ore il pomeriggio a lezione, si nascondeva nel suo angolino del cortile dove batteva il sole durante le prime ore del pomeriggio.
Chiudeva gli occhi e solo desiderava che la tensione, l'infelicità, l'ansia, la tristezza e il dolore degli altri non contagiassero il suo animo leggero e positivo.
La sua famiglia era normale: il padre era un gran lavoratore, la madre sempre di salute delicata, il nonno spesso si allontanava nel giardino per placare il dolore che sentiva pensando alla sua amata sposa morta da poco, la sorella maggiore litigava sempre con la madre e il fratello piccolo era molto vivace.
Come molti adolescenti si sentiva diversa, non solo per il fatto di trascinare un nome così antico e poco comune, bensì perché quando usciva con il gruppo di amici spesso si sentiva lontana da loro.
Allora si fermava a osservarli come se fosse volata qualche metro al disopra le loro teste. Forse lei era ancora infantile in confronto alle sue amiche ben sviluppate e con una gran voglia di trovare un fidanzato. Filo ai quindici anni era stata l'ultima a diventare donna.
Lentamente noi ragazze del quartiere abbiamo cominciato a uscire il sabato, prima il pomeriggio e poi la sera. Tutti volevano fare tardi la notte e fu allora che Filo capì che non amava lasciare che il tempo notturno se ne andasse in quella maniera.
Quando, all'alba, ci ritrovavamo insieme gli amici di sempre, eravamo tutti stanchi, ma la maggior parte desiderava rubare ostinatamente le ore all'oscurità rimanendo nel locale di turno. La testa di Filomena invece si allontanava e ritornava al suo mestiere di reporter: volava sopra di noi e cominciava ad osservare i dettagli e i movimenti de la gente del locale e poi li lasciava depositare nella sua memoria.
Non voleva che i suoi amici pensassero che non stava bene insieme a loro, quindi aspettava che si stancassero e qualcuno dicesse:
 -Andiamocene.
Altre serate non sopportava più la pesantezza del crepuscolo e se ne andava a casa.
Qualche volta io ritornavo a casa con lei, dato che abitavamo abbastanza vicino.
Mentre facevo i primi passi mi sentivo un po' in colpa per aver lasciato gli amici, ma dopo poco quei momenti diventavano magici per me. Era emozionante passeggiare per le strade deserte del paese con Filo e poi fermarsi sotto la luce di un lampione della piazza della chiesa e ascoltare la sua voce. Ricordo che faceva delle lunghe pause e nel silenzio ascoltavo il rumore della notte.
La mia amica mi raccontava il suo mondo interiore attraverso le cose che aveva osservato dall'alto, mentre noi toccavamo con i piedi per terra. Io le dicevo di scrivere tutto, poiché erano delle belle sensazioni. Filo mi ripeteva sempre che non sapeva scrivere e che solo le piaceva osservare e ascoltare.
Lungo la mia vita ho continuato a vedere scene nelle quali le persone si ostinano a rubare ore alla notte, ma la gente a cui piaceva di più fare le ore piccole erano gli ospiti di  una coppia italo-tedesca, che viveva in una casa colonica vicino alla nostra.
Alla fine degli anni ottanta nell'immenso cortile dei nostri amici si facevano molte feste alle quali ci invitavano spesso.
Le serate nella loro casa cominciavano a tavola con delle lunghe chiacchierate, poi seguivano  le canzoni di Guccini, Battisti e De Andrè suonate alla chitarra e cantate in coro, poi con una soave musica di fondo si dava inizio ai giochi da tavola, quello più popolare era il backgammon. La serata finiva all'alba, quando con la voce rauca, che appena si sentiva, dato che le onde sonore dovevano passare attraverso una densa nube di tabacco che ricopriva l'immenso salone, l'anfitrione  diceva:
- È arrivata l'ora di andare a letto.
Spesso mentre gli altri giocavano mi sedevo di fronte al camino. Ogni volta mi richiamava l'attenzione una minuta donna mora, che era quasi sdraiata su un divanetto rosso accanto al caminetto. Non partecipava mai ai giochi. Con una mano teneva un  calice di vino e con l'altra una sigaretta sempre accesa, sembrava che fosse in letargo, perché era apatica e come assente.
Quella notte mi sono avvicinata alla donna che giaceva nel divano rosso.
Dopo poco mi ha guardato e mi ha detto:
- Ho sonno.
- Perché non vai al letto?, le ho chiesto
- Non lo so, è come un vizio, cominci una notte a fare le ore piccole e dopo non puoi smettere di farlo.
1nottambula
2bambina
3scimmia


2 commenti:

  1. bello leggere il titolo anche in catalano "trasnochadora" evoca da sola già un mondo...

    RispondiElimina