sabato 4 agosto 2012

Higos - Fichi





Bajaba las escaleras de un viejo caserón con mucho cuidado para no caer. Llevaba una bandeja muy grande  que  contenía algo delicado, pues mis manos la cogían con fuerza y sobre todo mis pies pisaban despacio y seguros los gastados peldaños.
Un manjar, era eso lo que llevaba, lo descubrí después cuando la voz de mi amiga, Rosanna, quien  detrás de mí  iba casi empujándome,  llegó a mis oídos;
- Date prisa que los comensales van a dejar la casa.
- ¿Pero quiénes son los comensales? ¿y  que hay en la bandeja? Le pregunté.
- No me digas que no te acuerdas de la  exquisitez que esta mañana  hemos cocinado juntas.
- ¿Y qué es lo que hemos guisado?
- Una paella y con ésta después hemos preparado unos entremeses fabulosos, a base  hojas tiernas de higuera con rebanadas de pan con tomate e higos.
- ¿Bocadillos de paella con higos? Eso si que no lo había oído nunca.
- Corre que se van a ir todos, ya estoy oyendo  sus pasos, decía Rosanna.
- ¿Quiénes son los que se marchan? ¿Por qué hojas de higuera en la paella?
En efecto oía pasos de gente que corría. Intenté apresurarme lo más que pude, pero la bandeja, que era  negra y  parecía  de hierro,  me pesaba mucho y no lograba moverme.
Acerqué mi cabeza hacia  el paño blanco que cubría el manjar y un buen  perfume de tomillo y romero inundó mi nariz. Sentí un gran bienestar, era como si me hallara en el monte rodeada de olorosas matas de plantas mediterráneas. 
Me relajé y le dije a  Rosanna que pasara  adelante, pues  de esta manera  podría avisar a los invitados,  de que la  comida estaba llegando.
Oí una carcajada tan  fuerte y tan exagereda que me molestó. Rosanna era una chica pelirroja muy guapa y a la vez sencilla. Nunca en mi vida le  había oído una risa semejante que saliera de su boca.
Siguieron otras carcajadas aún más fuertes que me hicieron hincar del lecho.
Eran las risas de unos turistas, que estaban bebiendo cerveza sentados en el bar del  camping, de una pequeña isla  en  la zona sureste del Peloponesio, donde estábamos acampados, aquella noche.
- Todo era un sueño, me dije.
Me senté  y saqué la cabeza de la tienda.
Que sueño tan raro, pensé. Pero estaba contenta de haber soñado con Rosanna, una amiga que  hacía mucho tiempo que no veía.
Al cabo de poco, por suerte, se fueron todos a  sus tiendas y en aquel maravilloso silencio me dormí enseguida.
Por la mañana, mientras desayunábamos bajo la sombra de unos arbustos, olí la misma fragancia de  la noche anterior y recordé el sueño. Para no olvidarlo se lo conté a mis compañeros de viaje.
Pero antes de empezar tenía que explicarles a mis cuñados,  con  los cuales viajábamos mi marido y yo, quién era Rosanna. Debía empezar hablando de los años ochenta.
Por aquel entonces Rosanna vivía con su enamorado Giovanni cerca de nuestra casa.
Eran una pareja muy simpática y divertida. Ella trabajaba  en un colegio dando clases a los niños de primaria, era sufridora  y a veces pesimista hacia su futuro,  pero  muy cariñosa con todos. El era más vividor e independiente, quizás porque  se había quedado huérfano cuando era pequeño. Fue criado por sus hermanas mayores, sin embrago de muy joven se fue de su pueblo para ir a  estudiar a Nápoles. Nunca se quejaba de la vida que hacía, pero por lo visto no  le gustaba, pues al cabo de poco tiempo dejó el trabajo  de  profesor de gimnasia y se buscó la vida en un almacén de un  gran supermercado.
Una tarde de finales de verano me llamó Rosanna para decirme que nos querían invitar a cenar en su casa.
Vivían en una casita de campo a pocos kilómetros de Firenze. Habían compartido la casa con otros estudiantes, pero en aquel entonces vivían sólos.
- ¡Qué suerte que tienen Rosanna y Giovanni! ¡Viven sólos! le decía yo a mi enamorado cada dos por tres.
En aquellos años él y yo vivíamos con algunos estudiantes en una casa de campo muy antigua, en S. Polo in Chianti, a unos  diez kilómetros de donde vivían nuestros amigos, en una  zona muy bonita, sin embargo teníamos muchas ganas de alquilar un piso en Firenze para  vivir los dos sólos. Él había encontrado  trabajo  y yo daba clases  de español en una academia mientras terminaba la carrera, por lo tanto podíamos contar con un poco de dinero. Necesitábamos más intimidad, más comodidades y sobre todo más tiempo, ya que los atascos que encontrábamos cada mañana, entrando en la ciudad  para ir al trabajo, nos mataban.
La cena fue riquísima, pues él guisaba estupendamente los primeros platos y ella era muy buena cocinera  para los segundos. Pusieron la mesa en el jardín  y trascurrimos una noche muy agradable.
Recuerdo que hablamos de nuestro porvenir, que todavía era borroso  pues teníamos unos veinticinco años.
Comiendo los postres, bajo la luz de unas velas, Rosanna  nos dijo:
- Os hemos invitado porque queremos daros una noticia.
Durante unos segundos  pensé: ¿Habrán encontrado finalmente un  trabajo que les guste?  ¿Van a ir  al extranjero?  ¿ Esperan un hijo?
Nunca hubiera imaginado que nos dijeran, que habían dejado de quererse y que  cada  uno  ya tenía  una nueva pareja.
Nos quedamos helados. Recuerdo que,  mientras Rosanna decía que se  habían  dejado sin reñir y Giovanni añadía que seguían  amigos, porque  ninguno de ellos  había sufrido,  yo lo sentí muchísimo.
Mientras contaba la historia de la separación amigable de Rosanna y Giovanni terminamos de desayunar. El sol era cada vez era más alto, por eso nos preparamos para ir a la playa y  me olvidé del sueño.
Por la noche decidimos ir a cenar  a un restaurante del único pueblo de la isla.
La noche era suave y  la mesa donde comíamos estaba muy cerca de las limpias aguas del puerto. De vez en cuando echábamos un poco de pan a los peces voraces.
Cenamos  a base de pescado, pero para empezar pedimos unos  entremeses típicos griegos.
Cuando vi llegar una bandeja, de la que sobresalían  dos tiernas  hojas de higuera, con sobre cuatro  pimientos rojos  rellenos de feta, el famoso queso griego, volvió a mi  cabeza el  sueño y entonces entendí el porqué  de  las hojas de higuera: daban  elegancia y majestuosidad a  los manjares, pero sobre todo eran mágicas, pues gracias a ellas  aquellas pequeñas  historias cotidianas  se habían entrecruzado.



Foglie di fico
Scendevo le scale della vecchia casa facendo molta attenzione a non cadere. Reggevo un grande vassoio con molta cura. Doveva essere  una cosa  delicata quella che trasportavo perché le mie mani lo afferravano con decisione e i miei piedi scendevano lentamente e  con sicurezza i consumati scalini. Cibo prelibato, era questo quello che portavo, lo avrei scoperto dopo, quando la voce della mia amica Rosanna, che scendeva dietro di  me quasi spingendomi, mi è arrivata.
- Affrettati perché gli invitati se ne stanno andando.
- Ma chi sono gli invitati? E cosa c'è nel vassoio?Le domandai?
- Non dirmi che non ti ricordi di cosa abbiamo cucinato insieme?
- Cosa abbiamo fatto?
- Una bella paella e dopo con questa abbiamo preparato degli antipasti, a base di foglie di fico, fette di pane al pomodoro e fichi.
- Panini di paella con fichi? Questo sì che non lo avevo mai sentito.
.- Corri che tutti scappano,  sento i loro passi, diceva Rosanna.
- Chi è che se ne va via? Perché foglie di fico nella paella?
Sentivo, in effetti, dei passi di gente che correva. Ho cercato di affrettarmi il più possibile, ma il vassoio, che era oscuro e sembrava di ferro, mi pesava tanto che non riuscivo a muovermi.
Ho piegato la testa in avanti fino a a toccare quasi il panno bianco, che copriva il cibo, e un buon profumo di timo e rosmarino è arrivato alle mie narici. Ho sentito un gran benessere, come se mi trovassi in campagna e fossi circondata da profumate piante della macchia mediterranea.
Mi sono rilassata e ho detto a Rosanna di passare avanti, così avrebbe potuto dire agli invitati che  la portata stava arrivando.
Una risata forte ed esagerata mi ha enormemente disturbata. Rosanna era una bella ragazza di lunghi capelli rossi piuttosto pacata. Non avevo mai udito un  simile modo di ridere uscire dalla sua bocca.
Ho sentito altri grandi scoppi di riso, che mi hanno fatto saltare dal letto.
Mi sono seduta e mi sono affacciata dalla tenda.
Alcuni turisti stavano bevendo allegramente della birra nel bar del camping,  della piccola isola a sud est del Peloponneso, dove avevamo montato la tenda quella notte.
- Tutto è stato un sogno, mi sono detta.
Come era strano quel sogno, ho pensato. Ma ero contenta di aver sognato Rosanna, un' amica che non vedevo da diversi anni.
Dopo poco i turisti se ne sono andati nelle loro tende e   immersa nel silenzio mi sono addormentata.
La mattina dopo, mentre facevamo colazione, all'ombra di alcuni arbusti, ho sentito lo stesso odore della notte prima e subito ho ricordato il sogno. Per non dimenticarlo l'ho raccontato ai miei compagni di viaggio.
Ma prima di cominciare il racconto dovevo spiegare a i mie cognati, con i quali U. ed io viaggiavamo, chi era Rosanna. Dovevo per forza parlare degli anni ottanta.
In quel tempo Rosanna viveva con il suo innamorato Giovanni vicino a casa nostra.
Erano una coppia molto simpatica e divertente. Lei insegnava in una scuola elementare, era un po' ansiosa e a volte pessimista verso il futuro, ma sempre era molto affettuosa con tutti.
Lui si godeva più la vita ed era molto indipendente, forse per essere rimasto orfano da piccolo. E' stato allevato da due sorelle più grandi di lui, ma presto lasciò il piccolo paese per andare a studiare a Napoli. Non si lamentava mai della sua vita, ma forse non ne era molto contento, perché dopo poco lasciò il lavoro d'insegnante di ginnastica per entrare  in un grande magazzino.
Un pomeriggio di fine estate, mi chiamò Rosanna per dirmi che lei e Giovanni volevano invitarci a cena a casa loro.
Vivevano in una piccola parte di una casa colonica a pochi chilometri da Firenze. Fino a qualche tempo prima abitavano con altri studenti, ma allora erano da soli.
- che fortuna che hanno Rosanna e Giovanni!! vivono da soli!!. dicevo  spesso a U.
In quegli  anni U. ed io abitavamo con alcuni studenti i una vecchia casa colonica a S. Polo in Chianti, una bella zona a una decina di chilometri da dove stavano i nostri amici, ma avevamo un gran desiderio di affittare un appartamento a Firenze per vivere noi due da soli.
U. aveva trovato lavoro in un ente pubblico e io impartivo lezioni di spagnolo in una scuola privata, mentre cercavo di laurearmi, quindi avevamo un po' di soldi. Avevamo bisogno di più intimità e non volevamo passare tutto quel tempo in automobile ogni mattina e rimanere intrappolati in lunghe code all'entrata della città.
La cena era buonissima, dato che lui cucinava molto bene la pasta e lei era molto brava a preparare i secondi piatti. Hanno apparecchiato in giardino e abbiamo trascorso una notte molto piacevole
Ricordo che abbiamo parlato del nostro futuro, che vedevamo ancora nebbioso, forse perché ancora eravamo giovani. Allora avevamo tutti circa 25 anni.
Mentre mangiavamo il dolce,  al lume di candela, Rosanna ci ha detto:
- Vi abbiamo invitato perché  vogliamo darvi una notizia:
Per un attimo ho pensato: hanno trovato un lavoro migliore? andranno a vivere all'estero? Aspettano un figlio?
Non avrei mai immaginato che ci dicessero che avevano smesso di amarsi e che ognuno aveva un nuovo compagno.
Siamo rimasti allibiti. Ricordo che mentre Rosanna ci faceva sapere che si erano lasciati senza litigare e Giovanni aggiungeva che erano rimasti amici, perché nessuno di loro aveva sofferto, io sentivo che  mi  dispiaceva molto.
Raccontando la storia della separazione amichevoli dei nostri amici abbiamo finito di fare colazione. Il sole era sempre più alto forse  per questo ci siamo subito preparati per andare al mare, quindi  mi sono dimenticata del sogno
Quella sera abbiamo deciso di andare a cena al ristorante dell'unico paesino dell'isola. La notte era tiepida e il tavolo dove mangiavamo era molto vicino alle limpide acque del porto. Ogni tanto gettavamo un po' di pane agli avidi pesci.
La cena è stata a base di frutti di mare, ma per iniziare abbiamo ordinato alcuni antipasti tipici greci.
Appena ho visto arrivare il vassoio, dal quale spuntavano delle tenere foglie di fico con sopra  quattro peperoni rossi ripieni di feta, il famoso formaggio greco, mi è tornato in mente il sogno e allora ho capito il perché delle foglie di fico: davano eleganza e maestosità ai cibi prelibati, ma soprattutto erano magiche, perché grazie a esse, quelle piccole storie quotidiane si erano intrecciate.



























2 commenti:

  1. Grazie Fina per aver riportato alla mia memoria un momento di svolta della mia vita che, a parte la tristezza che ha provocato in voi, è un ricordo senza rimpianti. Un bacio affettuoso Rossella

    RispondiElimina